La universidad tradicionalmente se ha preocupado por emprender el “desarrollo” de la región, sin embargo todos sabemos que su único interés ha sido el desarrollo capitalista de la sociedad, en concreto, su preocupación es la de que los banqueros y grandes empresarios del capital sigan amasando fortunas. Quien tenga duda de ello pregúntese ¿donde están o a donde han ido a parar la gran mayoría de nuestros jóvenes egresados de economía y contaduría?
Una universidad revolucionaria tiene sentido cuya razón de ser se inscriba en un compromiso ético y moral para participar –junto a su pueblo- en la liberaración de los grandes sectores sociales que han sido victimas de la opresión y explotación de orden capitalista y que sufren las tribulaciones de la vida cotidiana. Por supuesto para materializar esta utopía liberadora definitivamente es menester transformar radicalmente la filosofía colonial y neoliberal que han inspirado nuestras casas de estudios.
En otras palabras la universidad revolucionaria significa estar en el corazón del pueblo y de la gente, esto es estudiantes investigando conociendo recibiendo y trasmitiendo conocimientos sobre los problemas y necesidades que están presentes en las comunidades. Estamos hablando de una universidad que se preocupa ya no tanto para producir y reproducir riquezas para una minoría, sino para liberar las clases explotadas de su opresión y explotación, tal como aspiraba Freire.
Más al grano, la universidad tiene que bailar al son que le toque la gente que sufre las tribulaciones diarias. En este orden de ideas, la Unellez no puede seguir dictando la misma carrera de “Economía Agrícola” con los mismos subproyectos y contenidos programáticos de siempre. Para nadie es un secreto que el egresado en esta profesión ha sido formado para la otrora Venezuela en donde la clase gobernante de la época colocaba la ciencia y la tecnología al servicio del viejo sistema burgués y del gran capital. Como este país comienza a transitar derroteros diferentes y esta nueva administración no gobierna especialmente para los sectores poderosos, sino que atiende ahora a la voz del soberano, entonces, necesitamos a un profesional de la economía que no se preocupe tanto por hacerle crecer las ganancias a los banqueros, sino que también se interese por la prosperidad económica de los que menos tienen, de aquellas familias que viven de una pequeña pulpería, de aquellos que limpian zapato o venden café en la calle. Este tipo de economía, que muy bien podrá llamarse Economía de la Gente, o Economía Social o Economía Humana (según el amigo Ricardo)es la que debe implementarse de ahora en adelante.
Igual suerte debe tocarle a la carrera de sociología. Ante una sociedad cada vez más dinámica y cambiante y ante un pueblo visiblemente molesto con los políticos del pasado, la Unellez no puede darse el lujo de seguir ofertando una sociología de salón que produce bostezo y somnolencia al estudiante cansado de escuchar a un profesor hablar de teorías extranjerizantes y pasadas de moda. Paradójicamente Michel Maffesoli nos advierte que los problemas cruciales del mundo de hoy son los problemas que nos ocurren a diario. Son los problemas cotidianos, del día a día que necesitan respuestas y soluciones rápidas porque para mañana ya es demasiado tarde. Necesitamos, entonces, una Sociología de la Calle, “liberadora” (o sociología vagabunda, como muchos le atribuyen a la sociología de Maffesoli) que saque al muchacho del salón de clase y lo lleve al hospital, a los ambulatorios y módulos de servicios para que estudie como funciona la atención médica en nuestro estado y de este modo ese estudiante, que algún día será un profesional, vivirá en carne los problemas de la gente y esta experiencia lo sacará de ese individualismo absorbente y lo motivará a ser un ciudadano activo y participativo. Estamos claro que estas ideas no son una novedad, las hemos escuchado decir en otros tiempos y en otros escenarios, pero no ha sido posible llevarlas a la práctica. Debe haber algo en estas ideas que les molesta a los sectores dominantes enquistados en nuestras casas de estudios superiores. Ello nos hace suponer que aún impera en el seno de nuestras universidades públicas una filosofía racista y antipopular
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