El primer estudiante que gustó a los medios de comunicación, porque se pronunció en contra del gobierno de Chávez y lo “explotaron” hasta el punto de que Alfonso Marquina le quitó el curul, fue el nunca bien ponderado y premiado Yon Goicoechea. De allí en adelante la cantidad de estrellitas y estrellados ha sido larga como corresponde. Amores de estudiantes, flores de un día son, dice una canción en la voz de Gardel. Y otra dice que me gustan los estudiantes porque son levadura, cantada por Mercedes Sosa. Y es que los estudiantes son sinónimo de rebeldía, de inteligencia, de esfuerzo, de juventud, de amor. Muchos fuimos estudiantes y muchos fuimos y seguimos siendo rebeldes. Pero no todos los estudiantes son rebeldes. La mayoría sólo estudian. No les interesa la política.
En mi paso por la Federación de Centros Universitarios de la Universidad Central de Venezuela (UCV) en los años ochenta del siglo pasado, llamábamos apáticos a esa “mayoría” de estudiantes. Los que participábamos éramos pocos. Muy pocos. Sacar una marcha con bastante gente era una hazaña. Costaba Dios, su ayuda y decenas de metros de pancartas pintadas. Miles de volantes repartidos. Treinta mil entregábamos en las cuatro puertas de la UCV. Los medios de comunicación no nos querían ni un poco.
Así pues que las protestas estudiantiles no nos son extrañas. Más bien las extrañamos. Por eso llama tanto la atención estas protestas de principios de siglo. La característica más importante, casi trascendental y decisiva es el apoyo mediático que reciben. ¿Para qué pintar pancartas o repartir volantes si a cada rato lo dicen por radio y TV? Desde Goicoechea hasta Sharifker hay pocos años y mucho show mediático. La última forma de protesta tiene mucho de mentira y más de efectividad mediática. “Seamos creativos”, decíamos en los 80. Los de principios de siglo no son creativos, apelan a la sensiblería, a la lástima. Un reality show de baja factura. La huelga de hambre es un recurso viejo remozado con luces, cámara, acción, muchas lágrimas y un guión de telenovela mexicana. Lo “creativo” son las causas: para liberar “presos” que no son políticos y conseguir presupuestos universitarios que desconocen.
La efectividad de estas protestas de principios de siglo XXI es directamente proporcional al tiempo que se mantengan en el “aire”. Si una telenovela da rating, la alargan. Si no, la cortan. Por eso, no se entiende la actuación del Gobierno, cayó en el juego mediático, en el “hambre de rating” y lo más sano era reducir los capítulos. Aquí se alargó innecesariamente. Pero los que siguen la historia no se pierden el final, así presuman que es malo. Como lo fue este. ¿Y ahora qué? A esperar la próxima temporada.
mechacin@gmail.com
@mercedeschacin