Hace mucho oí hablar a un joven estudiante de la UCV sobre la división en clases existente en la universidad. Opinaba con gran certeza sobre la clase social de los profesores, que significaba la reacción, el atraso, el conservadurismo, además de estar enfrentados con la clase social de los estudiantes, exponentes de la revolución, el progreso y el cambio. En ese momento sus disquisiciones no habían llegado a discernir sobre la clase de los empleados administrativos, ni la de los obreros, ni si los vigilantes eran las fuerzas represivas del Estado universitario, para el mantenimiento del status quo. De los egresados no sabía cuál era su clase, entre otras razones porque estaba cerca de graduarse y de convertirse en uno de ellos.
Muchas otras cosas no encajaban en esta explicación de la lucha de clases en la UCV. ¿Cómo era que la clase dominante profesoral estaba comprometida en la enseñanza de sus enemigos estudiantiles? ¿Por qué apostaban a su éxito? ¿Cómo se producía en lo concreto la explotación de los estudiantes? Para responder habría que recurrir al chiste colorado que explica la lucha de clases en la familia de Jaimito. En su ideologización revolucionaria de todas sus actividades, el joven estudiante no entendía que la universidad no es una pequeña república y que sus jerarquías deben ser meritocráticas y no nacen del voto. Las determina el conocimiento que se posea y no la propiedad de los medios de producción.
Si bien hay contradicciones entre profesores y alumnos, como la hay entre padres e hijos, éstas no son contradicciones de clase y no deben llegar a ser antagónicas. Si llegan, la familia se destruye y la universidad también, con el resultante daño de todos. La autoridad en la familia se mantiene por el amor y respeto entre sus miembros y el nexo que crea la crianza y cuidado de los hijos, hasta que éstos se valgan por sí mismos. En la universidad, la jerarquía se basa en el respeto a la sabiduría que debe tener el profesor y que lo diferencia del estudiante y le da ascendencia sobre éste. El autóritas del maestro. El respeto del deportista por su entrenador, el del niño por quien lo enseña, el del profesional por su tutor.
La vehemencia de este universitario estaba limitada por su pobre lenguaje, producto seguramente de una venganza de su profesor de castellano, y porque no dominaba todavía la filosofía que había creado. Algo así debía pasarle a Marx cuando, siendo muchacho, discutía sobre el motor de la historia. Pero, las dificultades mayores se le presentaban a este pichón de filósofo, cuando se planteaban las hipótesis sobre el desenlace de esta “lucha de clases”. ¿Qué ocurre si ganan los profesores? ¿Y qué, si son los estudiantes los vencedores? La participación en la UCV no está confiscada por una dictadura profesoral, está secuestrada por la ignorancia y la violencia de algunos miembros de la comunidad, que no terminan de entender qué es una universidad y cómo se la construye.
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