"Mañana tal vez tengamos que sentarnos frente a nuestros hijos y decirles que fuimos derrotados. Pero no podremos mirarlos a los ojos y decirles que viven así porque no nos animamos a pelear."
— Mahatma Gandhi
La primera vez que escuché disertar al compañero Luis Eduardo Leal sobre un nuevo diseño curricular para el subnivel universitario, experimenté la sensación de que un viejo sueño se cumplía, pensé que por fin el pensamiento de Simón Rodríguez había encontrado eco en las tierras que lo vieron nacer, y que en el espacio de una década tendríamos en estas tierras bañadas por el Caribe indómito, una comunidad de profesionales cuyas prácticas estuviesen fundamentadas en su propia investigación y en la de sus compañeros de área.
Pero se trataba de una propuesta profundamente transformadora que no sólo chocaba contra la cultura escolarizada de los participantes, sino que entraba en contradicción con la lógica de las instituciones, con los intereses de los funcionarios públicos de mayor jerarquía, y lamentable y dolorosamente, con las expectativas y conveniencias de aquellos que consideramos "nuestros hermanos cubanos".
Luis Eduardo Leal soñaba. Y un grupo significativo y numeroso de los que lo acompañamos, soñamos con él. De aquella experiencia enriquecedora y hermosa, pero de final amargo, escribí en este mismo medio: "Una aproximación al debate de cómo formar educadores: ¿Educación para la emancipación? (http://www.aporrea.org/
Puedo afirmar -sin exagerar ni caer en falsas modestias- que muchos de nosotros, quienes no recibíamos ni un céntimo por trabajar e impulsar esta propuesta, comprometimos nuestro trabajo y nuestra salud en la lucha por incorporar esta nueva forma de aprender y de "refundar" con estas prácticas, estos territorios de naturaleza rebelde y emprendedora, como han sido siempre las tierras nuestramericanas. Sin embargo, el poder aplastante del Estado terminó imponiéndose, y una vez más, la revolución educativa quedó postergada para más tarde. En su lugar y sintonía se posicionaron los oradores de orden y el discurso declarativo de la inclusión y de la participación para ocultar el negocio mortífero de la comodidad, la traición y del enriquecimiento a expensas del sistema educativo venezolano.
Andrés Eloy Ruiz, viceministro de educación universitaria y al mismo tiempo rector de la Universidad Bolivariana de Venezuela para aquel entonces, intentaba disolver los conflictos regalando "pendrive" a los estudiantes. Ahora ofrecen laptop. Y que siga la fiesta. Las contradicciones se "regularizaron" y nunca se resolvieron.
Pero esa lucha fracasada no podía dejar de cobrarme sus consecuencias. Ahora mi hija. como cualquier habitante de clase baja de este país, es estudiante de un Programa Nacional de Formación, en este caso de Fisioterapia, el cual en sus inicios ofertó que los participantes eran, igualmente, constructores de su propio aprendizaje, y que aprendían no sólo en escenarios académicos, sino también y fundamentalmente, en las prácticas comunitarias locales.
La realidad: el claustro de siempre. Y por supuesto, la construcción de unidades curriculares de acuerdo al mismo criterio de expertos, sin que medie en ningún momento la perspectiva del estudiante en formación, quien ignora flagrantemente el contenido esencial de la oferta programática, y a quien se le suministra sólo la información que conviene a las distintas dependencias, porque de conocer ellos la propuesta inicial, de seguro que tendrían la certeza de estar siendo víctimas de una nueva estafa.
Pero el pobre debe conformarse, dicen. Malagradecidos. Antes, en la cuarta, no tenían ni siquiera la posibilidad de estudiar. Eso es lo que hay para los pobres.
Lo cierto es que el estudiante del Programa de Formación Nacional en Fisioterapia no puede entrar a los espacios de los distintos Centros de Rehabilitación Integral en manos de "nuestros hermanos cubanos", porque hasta la fecha las autoridades de los dos ministerios que tienen competencia: el de educación universitaria y el de salud, no han logrado que estos jóvenes sean "autorizados" por este personal, a ejercer su derecho a formarse en la práctica de su especialidad.
Una sociedad pseudo socialista del siglo xxi guarda silencio. Nadie le dice a los participantes de los distintos Programas Nacionales de Formación que lean y opinen sobre su propuesta programática, y si se lo dicen, están seguros que estos no lo harán porque aquí a nadie, o a casi nadie, se le enseñó a leer y a escribir con competencias. Mucho menos a disentir y a ser crítico, bajo el sostenido alegado de que "estamos en proceso de construcción" y quien señale fallas es quinta columna y traidor a no sé qué marco institucional, ahora, legado del extinto Presidente Chávez.
En cada institución, de seguro, hay unos cuantos compañeros que conocieron la propuesta inicial, y ahora ocupan cargos jerárquicos al modo tradicional en que se suelen ocupar cargos públicos en este país. A ellos les digo que si alguna vez comprendieron el sentido de la palabra socialismo, y se sintieron parte de ese concepto hermoso de llamarse pueblo, es tiempo de que despierten de su consciente y conveniente letargo, y actúen con suficiente ética como para garantizar la esencia principal de los llamados Programas Nacionales de Formación. De lo contrario, serán sus hijos y los hijos de sus hijos en quienes de seguro la vida les cobrará su omisión.
Y a mis colegas les digo que en este momento no hay acción más revolucionaria que decirles la verdad a sus estudiantes. Ínstenlos a leer la oferta programática de sus respectivos Programas Nacionales, pongan en sus manos la información necesaria. Pero háganlo ya. Cuánto antes. Eviten que estas nuevas generaciones de profesionalizados salgan a seguir consolidando las prácticas mediocres, mercantilizadas y automatizadas que sirven al mismo sistema que alguna vez dijimos que queríamos transformar.