En este transitar donde dos grande fuerzas políticas pugnan por imponerse, una extrema derecha que de manera radical busca el poder a costa de la violencia de pequeños grupos presentes en 18 municipios de la geografía venezolana, donde algunos antivalores se materializan en un evidente vandalismo que atenta contra los derechos y garantías constitucionales. Es necesario a abrir espacios de encuentro de todos los colectivos para mancomunar esfuerzos en pro de la consolidación de un estado de paz, garante de los derechos fundamentales.
En este sentido, es propicia la ocasión para una vez más repensar a nuestros libertadores (Bolívar y Chávez) quienes transcendieron el umbral de sus pensamientos y entregaron su vida a la obra de defender, expandir y consolidar el bien más preciado que hemos reconquistado después de 200 años: La independencia nacional. Por ello, la extensión de sus pensamientos y obras nos llevan a reflexionar sobre el nivel de participación y corresponsabilidad, no basta una dialéctica, debe trascenderse en una práctica revolucionaria, crítica y autocrítica para lograr avanzar en la batalla de ideas pero también de la acción transformadora desde cualquiera de los espacios y funciones que nos corresponda cumplir con el encargo social que demanda nuestra patria. Es el momento donde la ética social sea el referente intuitivo que mueva al ser para actuar y potenciar los valores socialistas como el amor por la patria, la identidad nacional, la sensibilidad humana, el respeto y la responsabilidad entre otros; valores de gran valía en la relaciones sociales, en perspectiva con el país que queremos, claramente definido en el preámbulo de la Constitución Nacional y sus principios fundamentales.
Es esa la práctica social congruente y coherente con el sistema de gobierno socialista, donde la integración retoma fuerzas en la organización de comunidades internacionales que se imponen en el Sur. De ahí la relevancia para promover una educación como práctica y libertad, fundamentada en los aportes pedagógicos de Simón Rodríguez, Ezequiel Zamora, Francisco de Miranda, Simón Bolívar, Belén San Juan, Gabriela Mistral, Reina Reyes, así como las hermanas Olga y Leticia Cossettini, y Paulo Freire entre otros pedagogos.
En este sentido, es necesaria la concienciación del docente en torno a los niveles de profundidad de la praxis educativa para problematizar la realidad lo que conlleva a la sensibilidad de la fibra humana, para hacer de ella una educación para la vida y por la vida. Una educación sostenida y fundamentada en valores socialista donde la igualdad, como principio, regule las relaciones pedagógicas. Donde se conciba la educación como acto de valoración, ética al trabajo y a la sociedad, donde la investigación se constituya en el eje central que potencie una didáctica creativa e innovadora. Donde el docente despliegue su acción pedagógica cotidiana con amor, pasión y forme para la libertad. Una educación transformadora que aprecie el ser como centro del proceso y el hacer, como el arte de educar y promover el saber contextualizado producto de la construcción social del conocimiento.
Desde esta perspectiva educativa, se pretende desarrollar la acción docente como una herramienta social que se operacionalice en la práctica de la libertad, donde el valor del ambiente y entorno ecológico, interpretado como las múltiples interacciones entre sus elementos, potencien los niveles de corresponsabilidad compartida entre todos los actores sociales protagonistas del hecho educativo. Es así que los postulados pedagógicos deben transcender las teorías para constituirse en la acción diferenciada que se impone en el Sistema Educativo Bolivariano.
Educar la razón y la capacidad de ser para reflexionar y actuar de manera consistente denota formación, donde la integralidad orienta la didáctica de una educación liberadora, de ahí el papel activo de estudiantes, docentes, familias y comunidades. Donde el protagonismo de esa triada conlleve a desplegar una didáctica, donde se valoren los niveles potenciales de los estudiantes para democratizar la educación propiamente dicha con las características según la realidad educativa. Donde realmente se promuevan los cambios educativos haciendo cosas diferentes con esfuerzo y dedicación pero también con clara intencionalidad y propósito para revolucionar el hacer docente desde una didáctica para la libertad y la creatividad. Que promueva la capacidad de imaginación y creación de cada uno de sus actores.
Donde el docente asuma la praxis pedagógica como el escenario de investigación para producir teorías consistentes con el entorno educativo. Esa práctica ontológica define el ser y el hacer en la dialéctica, desarrolla argumentos que se activan en la acción pedagógica y en la reflexión acción; transforma, construye y reconstruye conocimientos a partir de la apreciación de las múltiples interacciones que subyacen en el contexto donde se desarrollan los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Desde esta concepción epistemológica, la educación como práctica de la libertad denota una dialogicidad que conlleva a estimar el binomio acción–reflexión para transformar la educación. Sin compromiso no hay transformación, por consiguiente la acción sin reflexión es un cuerpo de actividades y estrategias que se despliegan para cumplir con objetivos específicos sin transcender el logro del objetivo en sí mismo. De igual forma no basta reflexionar si no hay acción y por ende no hay revolución. Es un binomio indisoluble, coherente y consistente con una práctica para la libertad que en esencia es la praxis. Lo relevante y consistente es la innovación y la creación para salir de las prácticas rutinarias que aniquilan el aprendizaje significativo y muere la alegría del estudiante. Por ello la relevancia de la creatividad, la innovación, la investigación y la acción de docentes comprometidos con la praxis transformadora de la educación convencional, para una educación que trascienda lo ordinario para redimensionarse en una práctica pedagógica extraordinaria.
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