Aquella vez que escribí el artículo Caracas se traga la provincia, me quedé corto en la cantidad de oportunidades que no logran pasar del peaje de Hoyo de la Puerta hacia otras localidades del centro y occidente del país; también he señalado que la actividad cultural en Aragua es huérfana de una política coherente, como la podemos observar en la capital, donde la agenda cultural se establece en una clara competencia entre las políticas oficiales y las iniciativas privadas, que hacen de la vida fuera del trabajo, un verdadero espacio que da cabida al ocio (re) creativo y motivador. El círculo de las políticas oficiales sobre la cultura, lo cerró el gobierno en el año 2008 cuando creo, a partir de las capacidades humanas, de infraestructuras y tecnologías disponibles, la Universidad de las Artes; esa política oficial constituye un hito en la historia de la actividad cultural en Venezuela, y quizás de muchas partes de América Latina y del mundo.
La Universidad de las Artes se consolidó en corto tiempo, por la calidad de los programas de formación, como por la presencia cultural de cientos de estudiantes en actividades que le dan a Caracas una intensidad en la vida que utiliza la imaginación, la sensibilidad, la creación, la memoria, la versatilidad corporal, la música y muchos otros elementos, para amenizar y generar acervo para el patrimonio cultural de esta República que se refunda. Entre tanto eso sucedió con UNIARTE en Caracas, en Aragua la actividad cultural se vio disminuida por razones de todos conocidas, especialmente por el abandono de las infraestructuras que le daban soporte; y que hoy sin culpables, sin delitos tipificados, se ha sobrepuesto a la catástrofe y nuevamente retoma el camino de abrir los espacios progresivamente al público, aunque con limitaciones. Lo que si creció en Aragua en forma alarmante durante estos años fue el número de casinos para los juegos de envite y azar. Hoy esos espacios han sido clausurados y esperan por un mejor uso.
Pero no todo ha sido una mácula en la actividad cultural de Aragua. Muchas escuelas e iniciativas en artes escénicas, danza, ballet, música, pintura, escultura han seguido su curso en medio de las dificultades. Y si bien no estamos en las condiciones para desarrollar agendas culturales similares a los programas de la Gran Caracas, he visto que la gente de ese mundo de la creatividad y de la imaginación fecunda ha propuesto temas congruentes para el relanzamiento de Aragua como potencia regional cultural.
Una de esas ideas es abrigar y defender un proyecto de sede de la Universidad de las Artes, por lo demás, una forma común de expandir las actividades de las universidades en el país en el marco de las políticas de inclusión con calidad y pertinencia. Talento humano, si es verdad que no sobra para la docencia y la investigación, puede lograrse, con una adecuada interacción entre los diferentes institutos oficiales y privados, y con el apoyo de actores sociales reconocidos por su obra tangible e intangible. Pero lo que sobra, lo que abunda, son las ganas de disponer de las capacidades para que se junten diferentes actores sociales para hacer de las artes una forma de apuntalar la transformación integral de Aragua y del país.
En la historia de las universidades venezolanas, se conoce que algunas tienen una planta física maravillosa. En Aragua no se puede esperar, en el corto plazo, a que construyan una sede fastuosa. No es la idea. Se podría partir de las edificaciones culturales existentes para iniciar los programas de formación, pero más allá, el gobierno debe expropiar los antros mafiosos de los casinos, para transformarlos en espacios para la docencia, funcionamiento de talleres y de unidades de investigación. También hay centros comerciales abandonados, como el del Limón, cuya utilidad es evidente, y podría expropiarse para fines de esta utilidad pública.
Pareciera que ideas abundan, solo falta que el gobernador Tareck, asuma el reto de la Universidad de las Artes, como compromiso ineludible.
Cerremos los ojos por un ratito e imaginemos a nuestros hijos (as), nietos (as) en unos cuantos años escapados en la libertad absoluta, con sus mentes brillantes construyendo con su creatividad ese mundo posible del que tanto hablamos en tiempos de revolución.