EL DECANO EN EL JARDÍN DE LA UPEL IPB
Por Luís Saavedra
El jueves pasado, 4 de diciembre del corriente, cuando nos disponíamos para salir a almorzar cerca del Instituto Pedagógico de Barquisimeto y luego regresar para seguir con la tanda de clases del turno de la tarde, pudimos saludar al Sr. Director-Decano, cosa que no es frecuente; porque mis relaciones con las altas autoridades es más distante, aunque cordial; pues bien, resulta que se encontraba en el maltrecho jardín y paseo peatonal de la institución. Compartía pareceres con un equipo técnico quienes, según entendimos de su amable explicación, harían un diseño y ejecutarían un proyecto, precisamente, para rehabilitar esos espacios del campus universitario. Cuestión que celebramos y esperamos ver pronto hecho realidad.
Desde que trabajábamos en la Escuela Bolivariana Rafael Urdaneta, de nuestro querido caserío La Unión, en el municipio Urdaneta, estado Lara; y aún antes, en el lar nativo (El Hato de Baragua, parroquia Xaguas, del mismo municipio foráneo de la entidad, al noroeste de la ciudad de Barquisimeto); siempre hemos pensado que los jardines y espacios peatonales de las instituciones educativas son tan importantes como las clases mismas, los libros y demás elementos del acto educativo, hacen parte de un discurso pedagógico.
Su atención y cuido, como leímos una vez del padre Luís Ugalde, rector entonces de la UCAB, vendría a ser un indicador del estado del interior, pedagógico y administrativo, del centro educativo; el jardín mismo, así como los pasillos y demás estancias, digamos la biblioteca y salas de lectura, conforman también una dimensión estética que, en sí misma, educa y hace parte de lo que en gerencia se suele llamar cultura organizacional.
En los años de la década final de 1980, 1988, sería, cuando éramos muy jóvenes y hacíamos unos cursos con el profesor Antonio Pérez Esclarín, en el Centro Vocacional San Pablo de Caracas, recordamos que leímos también una nota en El Nacional, creo, donde el filósofo Ernesto Mayz Vallenilla decía que él, además de rector de la Universidad Simón Bolívar, que goza de unos magníficos jardines, se consideraba el jardinero de esa casa de estudios; pues, junto a la calidad, relevancia y pertinencia de la formación que allí impartía en diversas áreas de conocimiento o imparte aún, su orgullo era el jardín y su impresionante biblioteca. Así que, mutatis mutandis, el proyecto de rehabilitar el jardín del instituto Pedagógico de Barquisimeto, no es poca cosa. Al contrario es una obra trascendente, que sabrán agradecer estas y las generaciones futuras de la comunidad universitaria.
Evocamos también que en cierto libro de la biblioteca referido a las funciones docentes, traía el testimonio de una maestra que, a través de una metáfora, expresa que: el maestro y la maestra son, en realidad, unos jardineros, que siembras en la mente, el corazón y en las manos de los niños, niñas, adolescentes y jóvenes las semillas del conocimiento, sentimientos elevados que reafirman, como dice la actual Ley de Educación Universitaria (1972), los grandes valores del hombre y la civilización, además de habilitar en el trabajo práctico, técnico y científico para reafirmar la dignidad humana, el desarrollo social comunitario y el buen vivir, se diría también siguiendo la filosofía de los pueblos aimaras del altiplano andino.
Finalmente, conviene consignar que esa conversación informal con el Sr. Director-Decano derivó de inmediato, precisamente hacia los libros, porque yo llevada en las manos la monumental novela de Leonardo Padura “El hombre que amaba los perros” y, aparte que en los actuales y maltrechos jardines de la UPEL IPB pululan muchos, nos comentó nuestro que el en Festival de Lectura de Cahcao, adquirió varios ejemplares de Francisco Suniaga (Margarita, 1954), entre ellos “Margarita Infanta”, que yo precisamente recomendé a mis alumnos de la asignatura Sociología de la Educación, ya que esa obra es, para decirlo con Fernando Savater, una especie de” infancia recuperada”; pues su protagonista evoca a su maestro Malaver (¿será un familiar de Roberto Malaver?), quien era muy severo pero con amplios conocimientos en matemáticas, física, literatura y biología; además de que dibujaba muy bien en el pizarrón, dijo una vez a sus alumnos que al salir del Sexto Grado lo olvidarían…Pero no fue así, aun muchos años después Suniaga lo recuerda: fue un buen jardinero, diríamos…cosa curiosa, porque tampoco era de modales muy finos, sino más bien “cargante”, como vuelve a decir Savater en “El valor de educar”, que deben ser los maestros…y también los padres.