El caso de la niña sacada a la fuerza del aula en Carolina del Sur. ¿La culpa es del ciego?

El código moral, ético y hasta jurídico de la marinería establece que el capitán es la máxima autoridad del barco y el último en abandonarle en caso de naufragio. Es de su competencia resolver, en primera instancia, los problemas internos surgidos entre el personal a su servicio o bajo su autoridad y hasta entre el pasaje cuando se trate de nave que transporta pasajero, particularmente hallándose en altamar. No debe delegar sus responsabilidades con ligereza a otro u otros y menos permitir que ante su presencia y dentro de su jurisdicción se adopten procedimientos no acordes y hasta contrarios con aquél, su código. El capitán hace de registrador y hasta tribunal casamentero.

El aula es el barco del docente. Este es dentro de ella la máxima autoridad y siéndolo está obligado a resolver, de conformidad a la ética y técnicas del pedagogo, que incluye lo relativo a la conducta infantil y juvenil, los problemas dentro de ella.

La primera cosa a la que está obligado el docente es procurar la máxima disciplina dentro del aula, entendiendo esta como una relación amistosa, fraternal, filial y hasta paternal entre todos los que navegan en ese siempre hermoso buque. No estoy hablando de imponer dictadura ni rigidez excesiva, sino el funcionamiento cordial y amoroso para el trabajo por venir. Quien esto no logre dentro del tiempo adecuado, está destinado a fracasar en su tarea que no es otra que lograr sus alumnos aprendan, lo que es lo mismo, desde la perspectiva robinsoniana, hagan para cambiar de conducta.

En la escuela primaria y secundaria, que es diferente a la universitaria, no porque deba serlo sino porque así ha sucedido, el docente no debe permitir a ninguno de sus alumnos evadirse del proceso de aprendizaje que allí ha de desarrollarse, menos por un acto peculiar de indisciplina. Está obligado el docente, maestro o profesor, a resolver aquella anomalía.

Situaciones como las que presenciamos hace muchos años, tantos como cuando éramos alumnos universitarios, en instituciones de tanto prestigio como la UCV, donde mientras el profesor, o dador de clase hablaba sin cesar, algunos de sus alumnos asumían poses provocativas, como las de abrir páginas de diarios y leer o fingir hacerlo, ante la indiferencia de aquél, no pueden darse en ningún aula, menos en las primeras instancias de la escuela. Esas clases magistrales indiferentes frente al supuesto objetivo central, el alumno, nada tiene que ver con el verdadero trabajo del educador que comienza por socializar. El docente está obligado a lograr, para eso debe preparársele, que todos sus alumnos se incorporen activamente al trabajo. Quien se declare o comporte incompetente para eso debe renunciar y si tiene título, proceder a tirarlo a la basura.

El agente policial Ben Fields, llamado, según la información, por el profesor de aula y el administrador del colegio Spring Valley de Columbia, Carolina del Sur, porque una alumna afroamericana, de escuela secundaria, "estaba interrumpiendo la clase y desobedeció las órdenes recibidas de su profesor y administrador de la escuela de abandonar el aula", ingresó al aula y con una violencia inusitada humilló, maltrató y finalmente sustrajo del aula a la educanda. Advierto que el resaltar el texto es decisión de quien esto escribe.

Es decir, el capitán llamó a un agente extraño a la escuela, tan extraño que sus métodos no tienen nada que ver con ella y menos los fines son los mismos. Lo que pudiera ser, según la información, porque no hay nada más, un acto cotidiano en una escuela, un acontecimiento rutinario que debe abordar un docente, este lo convirtió en un hecho público como para olvidar sus fines y hasta habilidades pedagógicas y optó por llamar a la fuerza policial. Posiblemente convirtió a una niña con alguna conflictividad, tratando de llamar la atención, que demanda el tratamiento del maestro y hasta pudiera ser de alguien profesionalmente preparado, como especializado en conducta infantil o juvenil, que debería haberlo en esa escuela del primer mundo, en una simple delincuente sujeta al trato policial y represivo.

Alguna prensa, incluso de la izquierda, abordó el problema como un característico acontecimiento racista. Un policía blanco entró a una escuela y sacó del aula a una jovencita negra. Pero este caso no es tan simple y tampoco menos cruel; eso sí, define o denuncia que en EEUU, la pedagogía ancestral, más cruel que la nuestra de cuando éramos niños, de las palmetas en las manos, la confiscación de la merienda, el arrodillar al muchacho media mañana, sigue vigente. No es tanta la maravilla que nos cuentan.

Lo más triste, para decirlo con un lugar común, pero en verdad curioso, es que todo el mundo puso su mirada y recriminación sobre el agente policial Ben Fields, a quien destituyeron del cargo y ahora le acusan "de uso excesivo de la fuerza y racismo". Fields es blanco y siendo la jovencita atropellada, humillada, negra, el asunto toma un carácter distinto al que debería tener y deja por fuera a los verdaderos culpables, quienes optaron, a la menor dificultad, cotidiana en el trabajo escolar, renunciar a sus deberes, responsabilidades y llamaron a un policía para tratar un asunto estrictamente pedagógico. Cómo el médico que llama al policía para que obligue a su paciente a curarse.

Si, en verdad, Fields se excedió, yo vi el video, pero él no debió estar allí. Fue el profesor del aula, a quien la información no menciona por su nombre, el primer causante de todo aquello y luego, sin dejar de pensar que pudiera ser el primero, el director de la escuela que avaló aquél inusitado proceder en el campo escolar. Los primeros a ser investigados y hasta sujetos sancionar pudieran ser el docente de aula y el director del plantel.

He escrito esto porque soy docente, lo fui toda mi vida y sigo siéndolo y no quiero que ese disparate ocasionado por un capitán borracho, pusilánime e incompetente, pueda ser mal interpretado por mis jóvenes colegas. El policía Fields, blanco y quizás hasta racista, la violencia parece denunciarle, no tenía por qué estar allí resolviendo un problema elemental que competía exclusivamente al docente y la escuela.



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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

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