Salvador Freixedo (España, 1923) fundador del Movimiento Juventud Obrera Cristiana en Puerto Rico y que luego extendería a Cuba hacia mediados del siglo XX, publicó en 1968 un libro titulado “Mi Iglesia Duerme”, que hubo de costarle no sólo la expulsión de la Compañía de Jesús sino la cárcel en Venezuela del gobierno del Dr. Rafael Caldera sino su alejamiento de los campos académicos; libro que por cierto que conseguí recientemente en la plaza de libros usados de Barquisimeto. Constituye una ácida denuncia de la actitud dogmática y limitada a los a los intereses que defienden los sectores sociales poderosos de nuestra Iglesia Católica en América Latina y el Caribe, por no decir en todo el “Universo-Mundo”, para decirlo así recordando una frase del conocido historiador larense Dr. Manuel Caballero.
Pero no es de las tesis centrales de ese libro que vengo a hablar aquí, aunque sería muy útil su lectura actual luego de superar los escollos del tiempo y la actualidad de su contenido, ello a propósito de la mediación que ahora hace en Venezuela el Vaticano a través de un enviado especial, ya que como parce que en Venezuela somos imbéciles necesitamos que otros nos apoyen con un bastón de mando con fines llegar a acuerdos consensuados y establecer un orden social justo; de lo contrario cuando no está en gato los ratones hacen fiesta. Será que como decía a principios del siglo XX el sociólogo Laureano Vallenilla Lanz no somos un pueblo lo sufrientemente maduro para ejercer la democracia, requerimos entonces de un hombre fuerte, “el gendarme necesario”, pues. Triste, como dice una de nuestras alumnas en la UPEL-IPB al comentar de pasada estas cosas.
Casualmente el filósofo español Fernando Savater (San Sebastián, 1947) en su obra “Ética para Amador” (1991), que hemos compartido su lectura en las secciones de Ética y Docencia en nuestro Instituto Pedagógico de Barquisimeto, sostiene en uno de sus capítulos (Capítulo VI: aparece Pepito Grillo) que entre los principales deberes morales que tenemos es no ser imbéciles, tener conciencia de nuestras responsabilidades, sino tener conciencia de nuestras acciones; pensárnosla dos y tres veces y no irnos así como se dice a las primeras, después andamos por ahí arre… (pentidos), cuando en realidad debemos reafirmar la vida como valor superior de nuestro ordenamiento jurídico, tal como establece la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (Preámbulo y artículo 1).
En cambio, solemos oír tantas sandeces en el campo de la comunicación política en Venezuela que hacen dudar a uno si nuestras instituciones universitarias donde se debieron haber formado la “dirigencia” política hicieron su trabajo eficientemente, o si lo hicieron qué terreno hallaron: abrojos, cascajos o tierra fértil; si nuestras instituciones universitarias duermen o están muy despiertas adosadas a uno u otro activismo político o partidista, luchando por la democracia como tal o en contra de ellas mismas, recordando en esto una vieja canción de Alí Primera.
Finalmente conviene citar in extenso el argumento de don Fernando Savater en “Ética para Amador” (1991, Ariel. Barcelona) sobre la noción de imbecilidad y juzgue el posible lector: “Imbéciles es aquel cuyo carácter es débil, y nuestra obligación es evitar serlo. Hay quienes creen que no quieren nada y todo les da igual, otros que lo quieren todo a la vez y caen en propias contradicciones, otros que no saben lo que quieren ni intentan averiguarlo, algunos tienen una voluntad muy débil o, en el caso contrario, muy fuerte y no distinguen la irrealidad. Si se es imbécil, se necesita de esfuerzos exteriores en qué apoyarse y con dificultad se llega a la buena vida. Lo contrario de ser imbécil es tener conciencia, para lo cual se requiere de cualidades innatas. Después del mínimo de condiciones sociales y económicas adecuadas, la conciencia depende de la atención y esfuerzo de cada individuo. Debe haber interés por vivir humanamente bien, concordancia entre actos y deseos, desarrollar el gusto moral y enfrentar la responsabilidad…”