Cada cual a su modo valora su experiencia universitaria pero en todos destaca que vivir esa experiencia de la vida tiene un discreto encanto. Y sobre todo después de la segunda parte del siglo XX, cuando la universidad y sus títulos valían mucho, pues en efecto fue algo muy significativo y llenaba de orgullo en “el siglo corto”, dicho así porque según el historiador inglés Eric Hobsbawm habría terminado en 1991. Claro, contado a partir del comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914 hasta la caída del socialismo real, en 1990-91 acece: “el corto siglo xx”, el cual siguió al largo siglo XIX. Periodo éste que a su vez había empezado con la Revolución francesa de 1789 y finalizado con el comienzo de la gran guerra europea de 1914 (www.es.wikipedia.org/wiki/Historia_del_...).
Cada cual a su modo, pues, se sintió fascinado por “El discreto encanto de la universidad” y Venezuela como nación, cuyo principal factor es el pueblo no ha escapado a ello. Sobre todo en el período de transición de la tradición a la modernidad, que a decir de Omar Astorga (2014) en su texto. “El problema de la modernidad en Venezuela de los años cuarenta. Notas para un aproximación” insertado en su libro: “Ensayos de filosofía política y cultura” (UCV. Ediciones de la Biblioteca-EBUC. Caracas) sucedió a partir del trienio, 1945-48, ya que se rompe la hegemonía andina-gomecista y se amplían los derechos políticos, aparte que en Europa se impone ya la racionalidad instrumental capitalista, lo cual por extensión habría de llegar aquí también.
Así lo confirman autores como el conocido diplomático Reinaldo Bolívar en su ensayo: “La universidad ante el país”, incluido en el folleto de varios autores: “La crisis universitaria y la rebelión de la clase media” (Dirección de Cultura. Colección Voz Plural 3. Universidad Central de Venezuela. 275
Años de la Alma Mater. Caracas. 1997. P. 7-11); igualmente Aníbal Nazoa en un texto de tono siempre humorístico titulado “M’ hijo dotol” recogido en el libro antológico de sueltos periodísticos “Aquí hace calor” (Ediciones índice, editorial arte, Caracas, 1969, p. 11-12); además de una declaración incidental del actual encargado del Ministerio del Poder Popular para la Educación Universitaria, Ciencia y Tecnología, Jorge Arreaza, donde acota que el presidente Nicolás Maduro ha pedido dar prioridad a las carreras técnicas en la universidad (ingenierías, llama uno a esas especialidades), con fines de apoyar los 15 motores productivos (Diario La Prensa, Barquisimeto, 06 de noviembre de 2016, p. 17).
Igualmente un editorial de la revista Principia, seguramente escrito por su director, el celebrado y tristemente fallecido hace poco poeta Orlando Pichardo, donde se pone en duda el rol actual de las universidades en Venezuela, pues están lejos de la grandeza que debería fluir de su seno, a tenor de cierto imaginario social que rodea a la venerable institución en cuanto a la búsqueda de la verdad y “constituida por destacadas personalidades” (Editorial, Principia. UCLA. Año 2-N° 3 octubre 1995).
Reconstruir esa representación social que mueve a las familias como unidad social básica y a los individuos como miembros de ésta a cifrar todas sus esperanzas en la universidad, aspiración de la que también participan los estadistas o Jefes de Estado, resulta interesante; ya que la conciben como un pivote científico-técnico y humanístico con vistas al desarrollo social del Estado-Nación. Sin embargo, las contradicciones se hacen patentes en la dinámica histórica a lo largo del tiempo. Y a eso aluden los anteriores autores, como también otros, seguramente, según veremos brevemente en las líneas que siguen; de hecho, el Editorial de la revista Principia con un lenguaje desenfadado y contundente denuncia que:
“La universidad Venezolana, similar al país, chapotea en la incertidumbre. Pocos atisbos de grandeza fluyen de su seno. Sus fuerzas creadoras languidecen. Excepcionales maestros descuellan en el laboratorio y en las aulas de clase. Escasos adalides se vislumbran en su fundamentación espiritual. Su labor esencial se cifra en la repetición inútil de lecciones que casi siempre se pierde en la inercia. En cuanto a la búsqueda de la verdad –objetivo que la define- sólo frágiles caricaturas abortan pequeños trabajos ostensiblemente sometidos a las camisas de fuerza que significan los formatos de investigación, que sin libertad para el que crea, se reduce a un simple escarceo semántico que sirve más para el ascenso en el escalafón que para agregarle una página al conocimiento”.
Cuán actual aparece a los ojos del universitario de hoy esa parrafada, escrita hace poco más de 20 años, en 1995 cuando quien esto escribe era apenas un recién graduado como Profesor en Ciencias Sociales, mención Historia de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador, sede Instituto Pedagógico de Barquisimeto (UPEL-IPB). Pues, también nos hacía mucha ilusión tener esa experiencia académica.
Progresar. Graduarse significaba progresar. ¡Y de qué manera! Porque inmediatamente participamos de un concurso de credenciales e ingresé por esa vía al Ministerio de Educación como Docente I de Educación Primaria Rural de 1ro a 6to Grado; no en un Liceo, como se suponía. Pero había que agarrar el cargo fijo que se pudiera, no era fácil para un individuo de 33 años andar desempleado; además, nos pareció de lo más excelso servir al país como maestro de escuela; pero de inmediato nos dimos de frente con las incoherencias del sistema social. Con la realidad.
Por ejemplo, no pudimos cobrar sino seis meses después, debido a una huelga larguísima del Magisterio Venezolano, siempre tan combativo, por lo que advertimos la falacia de esa imagen acerca de que una vez graduados íbamos a progresar. Tener casa y carro no era tan cierto. Éramos parte de un pueblo sufriente. Cosa que ya habíamos analizado como estudiantes pero al uno egresar de repente olvida, ya que nuestra historia inmediata nos envuelve. Los acontecimientos del día a día nos hacen perder la perspectiva general.
Tiempos del neoliberalismo desbordado aquellos y el Banco Mundial dictaba incluso hasta las pautas del currículo escolar. Sólo unos pocos hacían resistencia, entre ellos los trabajadores universitarios, docentes, técnicos, obreros y estudiantes. En pequeño número, es cierto pero activaba y mantenía la llama. El título universitario, ay, ya no era la panacea. “M’hijo dotol” o “profesol” era una cuestión ardua, igual que hoy.
Los gobernantes de entonces desconfiaban de la universidad. Ente revulsivo y crítico que parecía seguir otro proyecto histórico-pedagógico diferente al orden dominante, donde se gestaba otro horizonte de futuro, así recordamos que cuando Bush-Padre vino a Venezuela en 1990, o por ahí, el poeta Carlos Angulo compuso un poema-panfleto donde denunciaba el imperialismo e intervencionismo extranjero en Venezuela y que terminaba poniendo a decir a Papá-Bush a decir: “… me estar doliendo una bola”.
La universidad como comunidad constituía un espectro social sujeto a ser sometido y hacer que obedeciera los lineamientos del status quo, por eso se establecían líneas de acción política, ello a través de manuales de procedimiento, “camisas de fuerza formatos” que hostigan a los investigadores, dice alguien cercano a nosotros (Principia, ob cit).
¿Se habrá de negar con ello que el Estado-Nación y su gobierno legítimo y constitucional puedan establecer prioridades en investigación, ciencia y tecnología? Creemos que no, sólo que había que ampliar esas prioridades a las humanidades, ya que Venezuela hoy muchos creen que necesitan técnicos pero no menos importantes sería formar humanistas, más con esta crisis moral que padecemos, de hecho el ilustrado Aníbal Nazoa (ob cit) reflexiona al respecto que:
“Cuando se habla de la necesidad de poner a los jóvenes a estudiar “carreras técnicas” (vulgo oficios manuales) se está abogando por una sociedad donde la mayoría de ciudadanos esté condenada a ser carpintero, albañil o zapatero y sólo el “cucuruchito” pueda aspirar al doctorado. Además se está manejando el lenguaje a los trancazos, porque ¿quién dijo que la Ingeniería con todas sus ramas, la Química, la Geología, la Arquitectura, no son carreras técnicas? Más aún, no se es del todo sincero. Porque, vamos a ver: ¿no tiene la Escuela Técnica Industrial, donde se estudian “carreras técnicas”, el mismo problema de cupo que los Liceos? Y por último, ¿cuál es el destino de los graduados de escuelas técnicas en Venezuela, sino trabajar en fábricas de banderines y centros de mesa o tornear perinolas y cetros para Reinas escolares? No, querido profesor.
Mientras en Venezuela se plantee el desarrollo en términos de estudiar química industrial para fabricar chancletas plásticas para la playa, zootecnia para vender huevitos de codorniz y peritaje agrícola para sembrar maticas de coneja y té de jardín en las orillas de las autopistas, será justo que todos deseemos tener un hijo doctor. Doctor, al menos, es sinónimo de gobernante o siquiera acomodado. Donde la única industria verdadera aparte del petróleo es el gobierno, el Derecho y la Filosofía son las carreras más técnicas que existen. Si era por eso que decía lo de “m’hijo el dotol” (p. 12).