Fue el querido comandante Hugo Chávez quien de manera más decidida en los últimos tiempos en Venezuela como lector voraz y guiado por su pasión política vindicativa de reformador social, líder carismático y animador cultural para reconstruir la desvaída imagen del pueblo llano devolviendo así la inmensa dignidad de éste, empoderarlo, hacerle ver que es un pueblo que puede y no sólo que desea y no puede; quien nos enseñara a todos la importancia de recrear la historia nacional, sentir el orgullo patrio al revalorar aunque a veces con desmesura "aquello que hemos sido" o que no nos han permitido ser; por eso como apoyo a las tesis que en la filosofía de la práctica íbamos desarrollando en el día a día se apoyó en la gesta heroica emancipadora.
Poemas, cantos, novelas y ensayos de autores ya olvidados por el torbellino y la barahúnda actual de la "modernidad abyecta" en el marco del neocolonialismo que ha impuesto el capitalismo dependiente que nos agobia democracia representativa mediante, donde no fuimos sino "patio trasero de Estados Unidos" porque así se estableció en el conocido "Pacto de Washington" o "Pacto de Punto Fijo", los sacó a pasear y han quedado por ahí a la orilla del camino iniciado y aun vamos transcurriendo entre trancas y barrancas. Uno de ellos puede ser, si es que lo sea, Manuel Vicente Romero García (1865-1917) y su novela Peonía (1890) que, a su modo, nos presenta interesantes cuadros costumbristas de "historia patria" con un pueblo con inmensas carencias culturales e identidad maleable, dibujando personajes bárbaros o costumbres no "civilizadas" o familias aristocráticas confundidas con las formalidades propias del régimen de cristiandad bastante insuficiente para dar respuesta a las demandas de pasiones telúricas desenfrenadas; de tal suerte que la ética normativa no tenía práctico para el control social, sino que la moral efectiva era burlada; de manera subrepticia se violaba la moral matrimonial, el respeto a la vida familiar, se faltaba a la palabra y la amistad era una rareza.
Al contrario, predominaba la fuerza, la violencia, el sojuzgamiento. Situaciones que retratan el contexto sociohistórico de las últimas décadas del siglo XIX en un tiempo cuando Antonio Guzmán Blanco "El Ilustre Americano" son su "Revolución Azul" y el Liberalismo Amarillo imponía una dictadura que vino a dejar contradictorias realizaciones sociales, puesto que pretendía desarrollar la modernidad en Venezuela con una nueva constitución nacional (1874) que reforma el Estado Nacional, la educación gratuita, las academias de ciencias, humanidades y hasta el modo de sentarse a la mesa y los platos de la gastronomía de la cocina al modo caraqueño entraban ya en conflicto con el estilo americano y la contemporaneidad va a estar siempre en dependencia con el exterior, tanto con Europa como con los Estado Unidos, así la identidad nacional padecía un conflicto, un ser nacional cuyo perfil efectivo aún no estaba definido y en su creación literaria ciertos autores exploraron ese asunto con mayor o menor fortuna; ese parece ser el caso de M. V. Romero García con su preciosa novela Peonía, que ahora nos parece de indispensable lectura para quien desee adentrarse en los estudios culturales en nuestro país con toda su validez como etnografía de época crítica en una aproximación introspectiva-vivencial.
Por otra parte, ha sido en obras de Edgar Morin (La cabeza bien puesta: reformar la educación-reformar el pensamiento; Los siete saberes necesarios a la educación del futuro) donde leímos no sin sorpresa (porque uno es muy ignorante como suele decir nuestro amigo El Ruso, entre veras y bromas) que la novela podía ser y de hecho lo es una invaluable fuente para los estudios sociales y en particular la historia-acontecimiento, ya que reconstruye desde adentro procesos de integración y disgregación, como diría Vallenilla-Lanz, mediante los métodos regresivo-progresivo, comparativo y sintético, aparte de la inducción y la deducción con una perspectiva iniciada por la sociología comprensiva desarrollada por Emilio Durkheim y Max Weber, al menos en obras como Educación y sociolgía, Las reglas del método sociológico y Economía y sociedad, que van más allá de los enfoques monistas; esto es, que superan el exclusivo recurso unilateral del cartesianismo y el racionamiento inductivista, el objetivismo-documental que a veces no es sino ingenuidad como señala con su enrevesada sintaxis Alan Chalmers en su famoso texto: "¿Qué es esa cosa llamada ciencia?".
En efecto, hemos dicho que Peonía constituye una obra literaria preciosa, y lo es con fines historiográficos, si bien deja muchos desconciertos tal vez por que ignoramos lamentablemente los tecnicismos de los literatos, en particular los de las disciplinas abstrusas de la filología y otras ciencias coordinadas; cuestiones de los que si se han ocupado reconocidos críticos que bien reseña don Edoardo Crema (Montagnana, Italia, 1892-Caracas, Venezuela, 1974) en el prólogo de esta obra en la edición de la Biblioteca Popular Venezolana (Ministerio de Educación, Dirección de Cultura y Bellas Artes, Caracas, 1952); como fuere, por ahora nos interesa resaltar tres aspectos salientes y muy vinculados al contexto actual de grandes pugnas acerca de qué ha sido de la identidad individual y colectiva en este tiempo de "La era de la información" de que habla Manuel Castells (1999, "La era d la información. Economía, sociedad y cultura, tomos I, II Y III") lo que ha configurado una nueva morfología social, con nuevas relaciones de género y transformación política-social con redes globales que ponen incluso en peligro los estados nacionales mismos.
A saber, (a) la legitimidad o la negación de la cultura ágrafa, el recurso de la oralidad y los modos de vida "salvajes" propios de la subalternidad o del mestizo que vive en "relaciones enfeudadas" como peonaje semi-esclavo, capataz de hacienda y trabajador directo con sujeción a la tierra; es el no-ciudadano, por no ser sujetos de derecho sino un capitis diminutio (o una cosa sin cabeza, un ente sin racionalidad, un animal de carga o trabajo manual; por eso las escenas de extrema violencia en las relaciones de pareja, la doma de animales, la hombría que exige cruzar a caballo un río crecido o al ir de cacería, el incendio final de la hacienda Peonía y la muerte de la amada con una bala en el corazón (b) en cambio:
La cultura escrita (citadina y la racionalidad científica-técnica) va acompañada de la superioridad moral y la acumulación capitalista de finanzas y bienestar material, meta a la que está lejos de alcanzar Venezuela, dado que el venezolano es inconstante y sin la educación necesaria y suficiente para templar la voluntad, ello sería el medio para salir de la insania social superando los prejuicios sociales y religiosos, como dice el protagonista Carlos ya al final de Peonía:
"¿Qué era de la honradez de mi familia, tan decantada por los míos? ¿Qué quedaba de aquellas tradiciones aristocráticas, de que tanto se pagaba mi abuelo? ¡Ah!, las aristocracias. Las aristocracias reconocidas por el progreso moderno son aquellas que se fundan o sobre el talento o sobre la virtud; de la primera no había habido en mi familia; debía ser suya la segunda" (Peonía, 1952, cap. LXXXII, pág. 220).
A continuación, se vuelve a preguntar: "¿Y dónde está ahora? ¿Qué quedaba de aquel hogar, si todo era fango y podredumbre? ¡Ah! ¡La educación de nuestro abuelo! ¡Las preocupaciones estúpidas derramando su veneno por dondequiera! ¡Enseñad a la mujer a ser honrada, por temor o por alago, y habréis labrado su desgracia; ¡hacedla buena por deber, y pondréis las sólidas bases de una dicha sin fin!" (ídem).
El descuido de la educación fundamentada en tradiciones mantuanas, tal vez válidas para otros contextos como era el de la cristiandad colonial pesaba como ladrillo de plomo en la mentalidad de la época formalmente postcolonial y debían buscar alternativas, siendo una de éstas la educación liberal laica; pero en la transición se formaron unos bolsones de anomia con procesos y líderes de hecho, prácticas y modos de vida con normas propias no siempre amables, sino una especie de darwinismo social donde sobrevive el más fuerte.
Fueron núcleos dinámicos guiados por el mestizaje cimarrón, con hábitos muy bizarros harto difíciles de superar, al menos que se formaran otros ejes dinámicos en las nuevas juventudes que no negaran el reconocimiento social de uno y otro. Eso teóricamente porque en la práctica la resolución de semejante conflicto supuso consumir grandes energías en un tiempo de mediana y larga duración, en particular con el advenimiento de la democracia de 1935 en adelante, 19558, 1999 y lo que va del tiempo actual; que es cuando los grupos subalternos, uno mismo que es nieto de aquellos peones de hacienda, va teniendo un mayor reconocimiento. No por concesión graciosa sino por ingentes luchas en los resquicios que dio la "democracia representativa" en cuanto a educación, pero fue un zambo como el comandante Chávez quien removió todas esas aguas estancadas e hizo ver las costuras abatanadas y nudos críticos que aun subsisten de una sociedad desigual como la venezolana, unas cuyas primeras interpretaciones sociológicas la hizo Manuel Vicente Romero García en su recomendable novela de cuadros costumbristas "Peonía", que hasta ahora nos ha tenido entretenidos.
Finalmente, (c) hay que decir al menos algo sobre el modo de vida campesino, que a pesar de su pobreza y vida oscura manifiestan mucha conformidad y alegría vibrante, de tal suerte que sus hacer y saber conforma el alma nacional de Venezuela con tópicos como comidas o gastronomía (carne asada, café y arepa que consume en vía Caracas-Peonía, pero al llegar en la mañana es obsequiado con un suculento desayuno:
"… una escudilla de frijoles amanecidos, un revoltillo de chorizos, algunas arepas y mucho café con leche. Confieso que francamente que estos desayunos me encantan; lo único que me disgusta de Caracas son esas colaciones matutinas de una rebanada de pan con mantequilla y un dedal de café con agua-leche. Al levantarme de la mesa, me toqué el estómago con satisfacción, cosa que no sucede con frecuencia, porque en los primeros años del terror guzmaniaco estuvimos en casa viviendo a puro maduro sancochado con leche hervida" (Peonía, Cap. XX); con este relato nos enteramos de paso que hacia 1870 hubo también en Venezuela una escasez similar a la actual que se acentuaba más su rigor en la ciudad que en el campo.
Las creencias mágica-religiosas también las recoge, la música y bailes; todo muy propio del sincretismo cultural que nos distingue, así como el paisaje tropical con su vegetación primaria, aspectos varios que Romero García logra registrar en su novela a modo del mejor etnógrafo o antropólogo con su cuaderno de notas de viajero meditador y filósofo muy a su mandar; así, el tío Pedro es de la cultura ágrafa y escribe como si fuera Saramago, o sea sin signos de puntuación sino como habla en el coloquio con los peones o en el corredor de su casa, su sobrino doctor a quien llama "Caslo" y expone su parecer pero se guarda los de mayor hondura. Nos enteramos que Caracas no solo se tiende sobre los pies del Ávila sino que tiene colinas que se visten de esmeralda con las primeras lluvias, las perdices vuelan en bandadas por entre la hierba recién nacida, hay sauces y majestuosos chaguaramos, hay acequias que corren de las haciendas de "caprichosos tablones de caña verde" en el recortado valle por cuyas laderas corre una sutil neblina (Peonía, cap. IV), ergo: Caracas era de un clima de permanente primavera, sería la de los techos rojos, criolla y recoleta.