Leemos, no sin asombro, un libro construido al alimón entre dos historiadores de las ideas, la política y la cultura. Europeo uno y norteamericano el otro, maestro y discípulo, ellos; que en general creemos, a falta de indicación contraria, son poco conocidos en nuestro medio cultural venezolano (o larense y barquisimetano en particular). Tan apremiados como estamos hoy por una cotidianidad que nos hala constantemente hacia cosas prácticas, muy propias de la sobrevivencia, activismo social y protestas políticas-reivindicativas que hace imposible llevar eso que el libro de marras recoge como “Vida académica”, asunto que tendremos ocasión de definir un poco más adelante, de acuerdo a cómo es entendida en el texto.
Imposible, decimos por ahora, más por la precariedad de las condiciones laborales de las universidades venezolanas y sus institutos de investigación que por las altas exigencias de erudición y meritocracia de la carrera académica, características tanto del “Viejo Mundo” como de Estados Unidos de Norteamérica; en Venezuela los salarios terriblemente devorados por la hiperinflación, un ambiente dominado por la desmotivación y otros malabarismos contractuales sin cuenta (por ejemplo, sueldos “aplanados” impuestos y sin atender las llamadas interescalas del escalafón docente y de investigación universitaria).
Todo ello anula las vocaciones más tempranas y selectas en esa área, se dedican a otra cosa, no aquí sino en el exterior donde se marchan; la verdad hace falta gente que apueste por el país, que tenga esperanzas y al respecto la academia pudiera decir muchas cosas en ese sentido, pero su discurrir parece no pasar del lamento y tono quejumbroso, atrapados como están, repetimos, por la cotidianidad. Cuando no adosados a las corrientes políticas de izquierdas, derechas o cívico-militares, que llaman; aspectos tan bien caracterizados en el libro señalado, principalmente porque la historia-acontecimiento actual e inmediata en se está envuelto limita la perspectiva, limitando la “inteligencia” de la coyuntura. Surge así un “abismo epistemológico y moral” que no supera las aproximaciones a la cosa social desde el liberalismo, marxismo y sus derivaciones socialdemócratas, entre otros.
Sin contar el “Socialismo del siglo XXI” que el residente Maduro con todo y su optimismo candoroso, no logra caracterizar ni someter la hiperinflación que ha degenerado en un cuadro socioeconómico asfixiante, debido a esto y otras cosas tampoco se ha podido atender debidamente la institución universitaria, ya agotada en su modelo napoleónico, principalmente o de democracia directa al menos nominalmente porque en las universidades experimentales de nuevo tipo el ministerio de educación universitaria es quien designa las autoridades, que en su mayoría carecen de los méritos académicos para ejercer los cargos de rectores y demás, el criterio es el clientelismo; de allí que por estos días de comienzos de año los profesores, empleados y obreros universitarios están como se dice “En pie de lucha”. Aún a riesgo que se les acusa hasta de “traidores a la patria” están en la calle exigiendo salarios dignos a sus altas funciones.
Como fuere, esta nota nos la ha inspirado Tony Judt y Timothy Snyder que ofrecen en su obra común “PENSAR EN SIGLO XX” (Taurus. Madrid. 2013) interesantes reflexiones sobre la historia cultural, de las ideas y filosofía política desarrolladas en el siglo XX, con particular referencia al socialismo, el totalitarismo y el liberalismo; sistemas políticos desarrollados como sistemas en ese interregno de tiempo y cómo esos tales especialistas en historia actual e inmediata tuvieron que lidiar con sus categorías más definitorias y su problemática en el ámbito académico universitario como una forma hasta personal de “comprender” la dinámica de las sociedades en que se está inmerso, por lo que tuvieron que ocuparse también de la cultura nacional e idiomas, que sería el caso de Europa de Este, tan comentadas en la llamada “Guerra Fría” pero muy poco estudiadas seriamente.
Paralelamente, esta obra constituye lo que suele llamarse una historia de vida. La de Tony Judt, concretamente. Dado que Timothy Snyder quiso homenajear a quien fuera su profesor en los últimos estertores de su vida, puesto que sobrellevaba una enfermedad degenerativa de inexorable desenlace (ELA, esclerosis lateral amiotrofia). Así, entre uno y otro tema historiográfico, logró intercalar una especie de “biografía íntima y exterior” (como lo diría el filósofo Juan David García Bacca en su autobiografía así titulada) descorriendo el velo acerca de cómo se puede hacer “Vida Académica” en esos ambientes universitarios de la élite mundial, tanto de Inglaterra como en los Estados Unidos, sin perder de vista el contexto sociocultural en que tuvieron lugar, que es lo más interesante del asunto, dado que hasta puede dar lugar a un cierto ejercido de educación comparada: Europa, Estados Unidos, Latinoamérica; de donde se tiene que en Venezuela estamos muy lejos institucionalmente de acercarnos a las ofertas de trabajo e investigación por allá desarrollados, porque los sistemas educativos se parecen a sus sociedades concomitantemente, ergo, somos del “Tercer Mundo”, enclaves neocoloniales que decía el maestro Federico Brito Figueroa, sociedades capitalistas-dependientes también en el campo de la educación y la cultura científica-tecnológica, las humanidades y las artes.
A lo que íbamos, pues, más allá de la ya larga introducción: la noción de “Vida Académica” expresada por Tony Judt es que está en relación a la “meritocracia” y generalmente reservada a una élite social e intelectual, dimensión que deviene ya de la educación media, tanto en Inglaterra como en Francia, aparte de ofrecer un horizonte de futuro que resulta ser “gratificante y emocionante” (Tony Judt y Timothy Snyder, 2013, “Pensar el siglo XX”, ob cit., p. 117); pero no siempre circunscrita a la enseñanza sino que se puede extender a la actividad editorial, “el periodismo de alta cota o el servicio del gobierno” (ídem), que exige gran esfuerzo intelectual para diseñar y conducir políticas públicas de Estado; siendo estos últimos más bien “intelectuales” más que “académicos” que refgenten una cátedra. Egresado de Cambridge (King’s College) con un grado en historia moderna, Judt pasaría luego a cursar Doctorado en la École Normale Supériorieure de Paris, derivando luego a insertarse en la “vida Académica” que básicamente constituye una vocación o pasión de comprender, recordando así a Marc Bloch en su conocido opúsculo “Apología de la Historia o el Oficio del Historiador”; por ello escribe:
“En París hice lo que debía hacer un académico: escribí una tesis, encontré un editor que la publicara y salí en busca de nuevos campos. Pero en otros aspectos, en realidad no sabía muy bien qué era lo que estaba haciendo y adónde me conducía. No tenía claro cómo convertirme en un historiador académico ni qué significaba eso, aunque yo no valiera mucho más. Al final, fui capaz de cuadrar mis diversos intereses y afinidades con una carrera académica, pero solo gracias a la buena suerte y a la generosa ayuda de otras personas” (ob cit, P. 149).
Seguidamente agrega otra nota muy significativa sobre qué es la vida académica, dice que: “Tras acabar mi doctorado, al principio fui incapaz de encontrar una beca o conseguir un puesto académico, y ya me había resignado a aceptar un puesto en un prestigioso colegio masculino del sur de Londres. Gracias a John Dunn, mi amigo y mentor en el King’s, pospuse mi aceptación del trabajo lo bastante para enterarme de que me habían ofrecido una beca de investigación en King’s” (ídem).
Alguna página más adelante acota Judt que este género de vida exige largas horas en bibliotecas y archivos, porque el historiador tiene que aprender a combinar las fuentes primarias con las investigaciones previas desarrolladas sobre el tema en estudio; no dedicarse a otras cosas, aunque eso supone llevar una vida modesta, viviendo con lo justo, casa con su estudio, un carro para los traslados, ingresos salariales holgados con fines de no verse obligados a dedicarse a otras actividades remuneradas; porque para ciertos amigos y familiares “eso” no significa propiamente “trabajar”.
“… No era obvio (para ellos) que lo que yo hacía era “trabajar”, al menos no tal y como ellos lo entendían, tanto más cuanto que i empleador no ponía objeción a que desapareciera en el sur de Francia durante seis meses. Mi madre, que (como todos los de su generación) se había visto profundamente influida por el desempleo de la década de 1930, tenía miedo de que Cambridge me quitara el trabajo si pasaba demasiado tiempo fuera. Con el tiempo, llegaron a entender lo que era la vida académica, la investigación y la titularidad de una cátedra, si bien no estoy seguro de que ninguno de los dos comprendiera del todo a qué me dedicaba hasta la publicación y el éxito de “Postguerra”” (ibídem, p. 153).
¿Se puede desarrollar una vida así en Venezuela hoy, dedicado a la investigación histórica? ¿Quiénes se dedican a ello desde algunos programas de investigación en Maestría y Doctorado, se dedican de manera exclusiva a la labor de investigación o robándole tiempo al descanso y al sueño nocturno? ¿Tienen los profesores universitarios hoy la capacidad de dedicarse sólo a la docencia, la investigación y la extensión? Ya se sabe cómo es la situación actual.