"Oficio de difuntos" (Biblioteca Breve, Seix Barral. Barcelona. España. 1976) se tiene como una obra de madurez de Arturo Uslar Pietri (Caracas, 1906-2001). Venezolano de la élite social e intelectual capitalina que ejerció varios géneros literarios con reconocida solvencia, por su "cabeza bien amueblada" y seria dedicación con vistas hacia la excelencia. Aunque formalmente egresó en Derecho y Ciencias Políticas con el grado académico de Doctor (según la vieja modalidad de la Universidad Central de Venezuela, UCV, 1929), conocimientos que seguramente aplicó en el ejercicio del gobierno entre 1936 a 1945 (como ministro en los períodos presidenciales de Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita); sus intereses intelectuales fueron amplios y sus líneas de trabajo se acrisolaron con experiencias juveniles de formación cultural en Europa, particularmente en la capital de Francia, París, "La ciudad luz".
En ese cosmopolita ambiente interactuó con figuras que descollaron como parte del boom literario latinoamericano (Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias y otros). Al parecer fue en París donde escribiera una de sus primeras novelas: "Lanzas coloradas" (1931), si bien ya había dado a conocer la colección: "Barrabás y otros cuentos" (1928); así aplicó teorías literarias como el realismo social a través de la novela histórica, realismo mágico o real maravillo, además usó técnicas propias del modernismo, renovando con ello el arte narrativo, (Cfr. Uslar Pietri, Arturo, en: Rafael Ángel Rivas D y Gladys García Riera "Quienes escriben en Venezuela. Diccionario de escritores venezolanos (siglos XVII a XXI)". Impresos Manipres. C. A. Caracas. 2006. (M-Z., Pp. 807-810).
Aunque sin necesidad de citar autoridades, los anteriores datos los debe recordar todo estudiante aplicado del viejo bachillerato venezolano. Pues, las obras citadas eran de lectura puntual a fines de rendir exámenes y participar con provecho en discusiones en clases, por demás nada aburridas como es fama en la asignatura Castellano y Literatura, porque como sostiene el poeta Rafael Cadenas en un bonito ensayo suyo, hay quienes no enseñan a los jóvenes a disfrutar las obras literarias sino a diseccionarlas como un cadáver (Cfr. Rafael Cadenas. "En torno al lenguaje". Monte Ávila Editores. Caracas. 1984).
En esa época de 1980 y aun para quienes, como el suscrito, estudiaran en la modalidad llamada "Parasistema" en horario nocturno o "Libre escolaridad" sabatino, era obligatorio abrevar de esas fuentes. Cuando el rigor académico era norma y nadie se quejaba. Más bien fue un honor seguir las recomendaciones del docente; de hecho, uno corría a comprarlas con unción, en las librerías barquisimetanas El Estudiante, La Vogue o España, única que aún mantiene sus funciones y en Caracas en Élite. Por ejemplo cuando cursábamos estudios en el Instituto de Estudios Técnicos y Laborales (Casa Sindical de Barquisimeto, 1983-84) y Colegio Santa María (Caracas, 1986-88), cursos de bachillerato que seguíamos paralelo a otros de orientación profesional (Centro Vocacional San Pablo) y jornadas laborales; hacíamos esas lecturas obligatorias "de cabo a rabo", pero también pudimos leer algunas novelas de Miguel Otero Silva (Casas muertas, La muerte de Honorio, La piedra que era Cristo; Comprensión de Venezuela, de Mariano Picón Salas).
No como ahorita que la gente corre a leer resúmenes apresurados en aquellos folletos circunspectos con el extracto del argumento y el dramatis personae, peor aún se conforman con la apresurada consulta a Wikipedia u otra apostilla de internet. Algunos profesores inclusive de universidad les dan por recomendar cosas de dudosa calidad que van de quesos y ratones, sopas de pollo o escuelas de magia y las simplezas de un brasileño muy famoso; bueno, perdonen, uno siempre cree que el pasado fue mejor y la cuestión central está en que el docente sea motivador y "llega al corazón" del estudiante, que haga despertar ejes de interés, que decía Decroly en sus manuales de pedagogía y psicología.
¿Lo harán hoy las computadoras con sus clases online? En ese sentido, el profesor Luis Pottelán en el Colegio Santa María era muy persuasivo, envolvía. Luego ya uno se emocionaba con sus disertaciones, por lo que leer las novelas directamente era "obligado"; y en Geografía Económica las obras de Maza Zavala, claro, no sus tratados de economía sino uno como opúsculo sobre economía y dependencia de Venezuela, también los "Elementos de filosofía", de Juan David García Bacca, "Coño, hay que leer vainas buenas", decía.
Lo cierto es que el Dr. Arturo Uslar Pietri a su regreso al país después de la tiranía gomecista, a cuyo gendarme hubo de conocer personalmente por vínculos sociales y familiares de esa élite de tradición militar, (Cfr. Rafael Arráiz Lucca "Ajuste de cuentas". Libros El Nacional. Caracas. 2007); ejerció cargos públicos de alta responsabilidad, ministro de varias carteras, profesor de literatura y economía (tanto en el extranjero Columbia University, New York, EE. UU, como en la UCV, Caracas, Venezuela); publicista, fundador de partidos políticos, columnista de opinión, candidato presidencial poco exitoso (lo cual fue de provecho para la literatura, que requiere la calma y el reposo que los cargos públicos no permiten, según) director de periódicos (Diario El Nacional, de Caracas).
Presentador de televisión sobre temas culturales (Valores Humanos), embajador de Venezuela en la UNESCO; intelectual de los llamados "Notables" que para muchos fue "La conciencia de la nación". Y, por tanto, promotor de los cambios de la década de 1990, pero que luego rechazaría porque consideró que si bien el movimiento político y de masas que llevó al poder al comandante Chávez fue expresión de aquella crisis del sistema político de la época, no fue su mejor opción. Consideró que Chávez era muy ignorante y populista (en Arráiz Lucca, ob cit).
Sin embargo, este hombre de medios (por publicista y maestro del arte narrativo) no se desprendió de la creación de ficciones que ya ejercía desde muy joven y fue para él un medio para abordar uno de los asuntos de su preocupación constante. A saber, la identidad latinoamericana y caribeña. En sus novelas medita sobre la formación de los estados nacionales y la transición a la modernidad de raigambre liberal-positivista, sus posibilidades y límites. Proceso socio-político en el que el cambio de mentalidad vino aparejado con el modelo de producción material y la incorporación venezolana al circuito mundial capitalista a través de los rubros agrícolas y pecuarios o los hidrocarburos. Una travesía que Uslar Pietri abordó tanto por la vía de la prosa ensayística como por la novelística.
Es el caso de la obra "Oficio de difuntos" (ob cit), obra que hemos retomado en estos días de cuarentena "voluntaria"; por lo que, más allá de la teoría literaria, que ignoramos del todo, queremos destacar dos o tres aspectos o hilachas de éstos que nos parece hacen parte de los imaginarios sociales de la sociedad de fines del siglo XIX e inicios del XX allí retratados; como ciertas prácticas sociales o usos y costumbres entre la clase rural campesina y la urbana; por otra parte, describe una dimensión psicológica de la religiosidad cristiana católica vivida al modo de la angustia existencial tipo Soren Kierkegaard en la persona del sacerdote Alberto Solana.
Personaje que se debate entre lo sagrado de su oficio y estado de vida (clérigo) frente a lo profano de la bohemia y conducta "nom sancta" que comparte con amigos, oportunistas y conspiradores de toda laya, marginados; por eso cierta beata lo consideraba réprobo y condenado, a lo que él mismo creía que estaba en el infierno de Dante Alighieri en "La Divina Comedia" al modo de los poetas malditos parisinos; situación que lo ubica, sin embargo, en un plano más bien propio de los "estados de ampliación de la conciencia" a fuerza de las alteraciones de la percepción por bebidas espirituosas y evocaciones de poemas que resuman erotismo del Cantar de los cantares, responsorios de Bossuet en las Cortes europeas, junto a otro maremágnum de cosas; lo que genera en él una especie de "saber de umbrales", intuiciones sobre lo que pasará en el futuro inmediato con los dueños del poder siempre sumidos en luchas, levantamientos, montoneras, asesinatos misteriosos y las intrigas palaciegas sin cuento.
En fin, "discursos apofánticos" como de albur. Sobre todo, cuando se hace acompañar de poetas y filósofos que discurren sobre metafísica, el destino y política siempre urgida por las disputas de poder, pero su dificultad estriba en cómo adoptar tales "verdades apodícticas" al contexto venezolano o latinoamericano donde dominan las relaciones primarias: las fidelidades familiares y odios personales, deber y pagar favores, el control social por medio del compadrazgo, el sojuzgamiento del cacique y el caudillismo rural y atrabiliario.
Un contexto donde la institucionalidad no es sino una continuidad de las pulsiones primitivas del hipotálamo y "el cerebro reptil", un remedo de la racionalidad moderna explayada sólo por la vía reducida de la ciencia y la filosofía positivista a la que han accedido unos pocos. Apenas aquellos que han egresado de las universidades nacionales y tienen tradición de relación cultural con la Europa de las luces. Ya que, por otra parte, la universidad es un coto cerrado al que, por cierto, cualquier militar hecho por sí mismos siguiendo los instintos en intuiciones en los crueles campos de batalla:
La tropa y clase de la oficialidad sargentos, tenientes, tenientes coroneles o generales "chopo de piedra" y sanguinarios caudillos (pero triunfantes después de invasiones y revueltas armadas constantes) desconocen del todo; un artefacto cultural de la modernidad que sólo han visto de pasada como vetusta edificación, literalmente, cuando llegando de la frontera a caballo con "Los sesenta" en la campaña del 1899: en vivo retrato de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, para quienes la universidad no fue nunca un dato importante y conocían sólo de vista y oídas. Léase: "Al atardecer entraron a Albarenga. Se oían cohetes y había banderas en algunas ventanas. A la entrada los aguardaba un grupo de notables a caballo. Gente de porte distinguido y buenos trajes. Hubo presentaciones. Se habló de partido liberal. Los que lo recibían se decían liberales. Había hacendados, antiguos jefes y doctores ceremoniosos. Pratto y Peláez se habían puesto una guerra nueva. Mientras avanzaban hacia la plaza descubrían la villa. Era mucho más grande que san Sebastián. Casas altas, con anchos aleros y zaguanes hondos. Grandes portones claveteados. En la esquina de la plaza, ante una vieja casa de dos plantas, estaba un grupo de jóvenes. "Esa es la universidad". Se la enseñaron a Peláez. Era de allí que salían los doctores. Nunca había visto una. Se oyeron vivas al partido liberal y al general Pratto" (Arturo Uslar Pietri: "Oficio de difuntos", 1976, ob cit., p. 68).
En las últimas secciones de la novela de marras volverán a aparecer los estudiantes y la universidad como parte de la brecha generacional y el caudillo de la segunda generación (Peláez) a quien le habían señalado el antiguo edificio de la universidad cuando era un simple ayudante del general Pratto, volvían a serle incomprensibles del todo:
"Hay un vientecito que no me gusta", decía Peláez. Su vida ordinaria no había cambiado en nada, pero constantemente le venía la imagen de aquellos estudiantes y aquellos jóvenes oficiales. ¿Qué querían? Pretendían manejar aquel país difícil que tanto trabajo le había costado a él someter. Había divisado detrás de los vidrios de los vagones todos aquellos rostros de los estudiantes. Aquellas caras alborotadas e inquietas. Aquel silencio que parecía hablar a gritos" (ibídem., p. 284).
Ergo, ayer como hoy cuando los gobernantes y ciertos "caudillos" ya no rurales sino corporativos no conocen ni comprenden el rol de la universidad, se torna una institución en "estado de sospecha", de allí el desdén y la instrumentalización que pretenden consolidar uno u otro sector político, ¡Qué cosas!, ¿no? Como dice Kiko en "El Chavo del ocho" …