En el mes de septiembre de 1823, después de dos años y tres meses del triunfo de Carabobo, todavía la fortaleza de Puerto Cabello se encontraba en manos de los españoles que no se había rendido.
El asedio a este bastión realista comenzó casi después de la batalla de Carabobo, se habían realizado innumerables ataques contra la fortaleza para rendirla pero no se logro.
El General Páez expone en su Autobiografía que le había enviado una misiva a Sebastián de La Calzada; jefe de la plaza; para que se rindiera ofreciéndole 25.000 pesos para los gastos que pudiese ocasionar la rendición de la fortaleza.
De la misma manera preparó otra carta a Jacinto Iztueta, para esa misión escogió a dos presos a los cuales dejo con sus grillos, embarcándolos en la corbeta Úrica. Les ordenó que se presentasen ante el jefe español como escapados de las prisiones republicanas.
A los días Calzada envía la contestación donde aduce que su honor no le permite rendirse, alega que defenderá la plaza hasta las últimas consecuencias.
Debido a esta respuesta el centauro llanero debe prepararse para la toma definitiva del bastión que estaba dividido en dos partes, una el Pueblo Interior que forma una península que con un istmo se unía a una población conocida como Pueblo Afuera, que se extiende al continente.
Estaba separado el pueblo interior por un canal que llevaba del mar a la bahía, en una batería llamada la Estacada, que defendían la fortaleza por el Naciente con un baluarte llamado el Príncipe y por el Poniente de nombre la Princesa.
Los realistas contaban por el este con una batería conocida como Picayo que se encontraba a la orilla del pueblo, pero contrapuesta al extenso pantano que formaba la bahía.
En el norte tenían la batería de Corito y el Castillo de San Felipe, que se encontraba sobre una islita que se hallaba en la boca del canal que forma la entrada del puerto, todos estos puntos estaban artillados completamente.
El jefe llanero como experto militar que era había sondeado con habitantes de la zona el lugar.
Las fuerzas patriotas intentan montar cañones en la batería del Trincherón, a pesar del fuego enemigo que tenía certeros artilleros, que no pueden a pesar de su pericia impedir que Páez el día 7 de octubre tomo la posición, que se encontraba a la orilla de la marisma y desde allí situó una pieza de artillería de 24.
Los españoles ofrecen una férrea resistencia y el Teniente Pedro Calderón impide a los patriotas con una flechera en el estrecho del manglar, que puedan trasladar los pertrechos necesarios.
Las tropas del llanero pueden tomar posiciones más sólidas cuando el enemigo tiene que retirarse con un numeroso significativo de bajas. Al día siguiente fijan la batería San Luis al oeste del Trincherón que lograba proteger los pertrechos que traían de Borburata.
Los guerreros del centauro logran situar el 12 en Los Cocos una batería que lograse dominar la boca del río, para evitar que salgan a buscar agua. Pero aprovechando las tropas realistas un incendio que se produjo por la explosión de una granada realizan una salida, pero son rechazados.
Páez ordena a sus soldados colocar un mortero al oeste de los Cocos, además de situar baterías de la Calle Real frente al fortín de la línea exterior y la del Rebote, para una ofensiva contra la Princesa y unas flecheras enemigas apostadas en el manglar.
Los patriotas abren brechas en la Casa Fuerte, pero cuando llega la noche y cesan los ataques, los realistas aprovechan para reparar los daños ocasionados por el fuego de los republicanos.
Para ese momento se había rendido el Mirador de Solano, un punto que servía de vigía de los españoles y los partidarios del centauro lo utilizan con el mismo fin de espiar a los contrarios en el interior de la fortaleza, que estuvo en manos realista 12 años, desde el 3 de julio de 1812.
El General republicano al ver que en la mañana se veían huellas humanas en la playa camino a Borburata, sitúa a varios de sus hombres que capturan un esclavo de Jacinto Iztueta que salía a espiar los movimientos de los patriotas.
Logra captar al hombre y este le enseña los puntos débiles del pantano. Los patriotas; el Capitán Marcelo Gómez y los Tenientes del Batallón Anzoátegui, Juan Albornoz y José Hernández hacen una exploración llegando a tierra por el manglar caminando sin perder pie en el agua.
El jefe republicano envía otra carta a Calzada para su rendición, con el fin de evitar derramamientos de sangre. Le pone un plazo de 24 horas para rendirse, sino pasara la guarnición a cuchillo.
El español contesta que los muros del bastión esta defendidos por aguerridos combatientes, que se si Páez quería empañar el brillo de su espada, violaría los decretos firmados por Bolívar y Morillo si los patriotas lograban tomar los muros de la fortaleza.
El republicano planea entrar en la plaza por la ciénaga y para engañar al enemigo y no advertirle del ataque que se avecinaba colocó a 500 hombres a construir zanjas y desviar el curso del río para hacer creer que estrecharía el sitio.
Cuando realizaba la inspección de la obra el llanero está a punto de ser muerto al explotar muy cerca de él, una bala de cañón. Pero el llanero salió ileso, a pesar de la explosión.
Páez instaló todas las piezas de artillería que desde las cinco de la mañana rompieran fuego y no cesaran el ataque hasta que él lo ordene.
El llanero tenía la intención de agotarlo para la noche, ordenó a un grupo de sus tropas, escogidas entre los mejores nadadores y más resistentes para cruzar el manglar que separaba el castillo de San Felipe.
A las diez de la noche del 7 de noviembre se movieron 400 hombres del Batallón Anzoategui y 100 lanceros de la Guardia, comandados por el Mayor Manuel Cala y el Teniente Coronel José Andrés Elorza.
El Teniente Coronel Francisco Farfán con dos compañías dirigidas por el Capitán Francisco Domínguez y 50 lanceros deben apoderarse de las baterías Princesa y Príncipe. El Capitán Pedro Rojas al oír los primeros disparos debían atacar, sin darles tiempo a los realistas de que saquen los cañones para enfrentar el ataque.
Una historia tejida con jirones de honor y gloria escribirían nuestros bravos combatientes una vez más.
El Capitán Laureano López con 25 bregados lanceros que eran comandados por el Capitán Juan José Mérida ocuparían el muelle, la batería de Corito la capturaría el Capitán Joaquín Pérez, mientras el Capitán Gabriel Guevara se encargaría de la batería Constitución.
Otro militar patriota de nombre José de Lima y de grado Teniente Coronel, con 25 bravos combatientes, tomaría la puerta de la Estacada, punto por donde podían entrar a la plaza.
El centauro tenía flecheras apostadas en Borburata que debían simular un ataque al muelle del bastión y la reserva era conformada por una compañía de Cazadores.
La columna invasora se metió en el manglar y con el agua al pecho y otras veces a nado avanzó, cuatro horas avanzaron sin ser vistos.
Atravesaron cerca de la batería de la Princesa sin ser vistos por los centinelas. Los bravos incursores protegidos por la oscuridad y moviéndose entre el pantano silenciosos, como sombras pasan muy cerca de la corbeta enemiga Bailen.
De pronto salieron de la oscuridad como espectros, desnudos de la cintura para arriba y armados con armas blanca. A pesar de la resistencia de los españoles, los patriotas los van reduciendo en la lucha cuerpo a cuerpo.
La línea exterior es capturada por un batallón de Granaderos y al amanecer se acercan dos sacerdotes manifestándole a Páez que Calzada quería rendirse personalmente y el Centauro patriota se dirige a verlo.
Siguiendo el protocolo de los Tratados de Regularización de la Guerra; discutida al final de 1820; los dos militares se encuentra y el español le termina entregando al venezolano su espada y juntos toman café en la casa que el primero había escapado.
De pronto se escucha un cañonazo, cuando la trompeta toca parlamento, que viene del castillo, luego se oyen tres detonaciones más. Cae muerto un soldado patriota, pero el cañoneo cesa cuando se oye más fuerte la trompeta.
Se oye otra explosión más fuerte y es la corbeta Bailen, Páez indignado reclama a Calzada y este le escribe al Comandante del Castillo Manuel Carrera, quien afirmó que dejaba de reconocer a Calzada por este estar prisionero.
El llanero le entrega su sable al jefe español y este se dirige al Castillo, a los pocos minutos le escribe diciendo que aceptaban del bastión rendirse e invitan al jefe patriota a almorzar, que acepta confiando en la hidalguía española.
El llanero es recibido con todos los honores que su jerarquía le concede. En pleno banquete los soldados que les seguían causa por la rendición del Mirador de Solano, se acercaron para pedir su intervención, cosa que hace el jefe republicano.
Cuando el General venezolano vuelve a la plaza se encarga de las negociaciones que terminan con una generosa capitulación.
El Brigadier Sebastián de la Calzada y el General Manuel de Carrera reciben la honrosa capitulación y parten para Puerto Rico, La Habana y luego a España. De esta manera se acaban 325 años de dominación en Venezuela por parte de la corona española.