En los últimos tiempos, la escuela venezolana ha sido afectada por la denuncia de situaciones y hechos existentes también en el pasado, pero que hoy se presentan con inusitada frecuencia y con mayor intensidad y gravedad. Me refiero a lo que se conoce como acoso escolar, el cual también ocurre en muchas otras partes del mundo, por lo menos del mundo con el que estamos más relacionados, entre otras cosas porque pertenecemos a él. Estas vicisitudes se han venido convirtiendo en hechos cotidianos, usuales, para algunos casi rutinarios y normales. Y estoy simplemente pensando en voz alta, sin pretender hacer una reflexión profunda al respecto, que supongo y espero otros estén haciendo. Simplemente quise compartir mi preocupación con los lectores.
En nuestros colegios, oficiales y privados, siempre existió el "chalequeo", la burla entre los estudiantes de distintas edades, que como bromas se dirigían hacia aquellos niños y adolescentes que tenían alguna característica particular, que los distinguía de la mayoría de sus compañeros. Alguno era muy gordo o muy alto, o tartamudeaba o lloraba con facilidad, y eso lo hacía susceptible de señalamiento por sus condiscípulos, sin que el hecho fuera mucho más allá de algo momentáneo, que podía repetirse, pero que en absoluto significaba nada trágico, ni para la víctima ni para sus familiares. Eventualmente, alguna madre (casi siempre eran ellas) se acercaba a la escuela a reclamar y la maestra (casi siempre también mujer) tomaba cartas en el asunto y acababa con la diversión de los burlistas. Otras veces, la situación podía terminar en un enfrentamiento a puños entre los involucrados, en la inmensa mayoría de los casos varones, aunque fui testigo de peleas entre jovencitas, pero todos los casos eran rápidamente controlados sin mayores problemas ni consecuencias.
Este acoso escolar, que hoy es llamado "bullying", en ese gusto nacional por despreciar nuestro idioma y asumir palabras extranjeras para lucir muy distinguido, parece estarse convirtiendo en un problema educativo serio, por lo menos de los venezolanos. En el primer semestre de este año hubo unos 350 casos reportados. La agresividad vista en los jóvenes es inaudita. Continúan golpeando salvajemente a su oponente, aunque éste ya ni siquiera pueda defenderse. Y nadie interviene para detenerlo. La insistencia de la burla sobre un mismo niño o adolescente, su persecución física o psicológica, actitud compartida por buena parte de sus compañeros, y el suicidio del afectado en algunos casos, son ejemplos de lo que pareciera ser una nueva situación.
Nuestra escuela, pese a sus permanentes problemas, fue siempre un lugar de relaciones afectivas, educativas y formativas de primer orden. La pérdida paulatina, pero hoy acelerada de esas condiciones, es de los hechos más trágicos y lamentables ocurridos en la sociedad venezolana. Hoy, a las carencias graves de su alumnado en conocimientos básicos de matemática, lenguaje, geografía, historia y ciencias; a la ausencia de una política educativa clara y eficaz, al incremento del fracaso y deserción escolar, a la inexistencia de maestros y profesores preparados, al estado desastroso de la planta física educativa, a los pésimos salarios de quienes educan, a la ausencia de disciplina escolar, a la presencia de drogas en los planteles y al desvalijamiento de los mismos, debemos agregar ahora el problema del acoso escolar ya señalado.
La desatención de nuestra educación en todos sus niveles es con mucho el problema principal y más complejo que tiene la nación venezolana, si lo consideramos en función de su abordaje y resolución. Otros problemas ingentes son graves: el suministro de agua potable, de electricidad, de gas doméstico, de prestación de servicios de salud, de empleo, de telecomunicaciones, de vialidad y transporte, de seguridad ciudadana, pero ninguno tiene la complejidad de la educación, que además de los problemas inherentes a sí misma incorpora todas las demás dificultades. Sin atención a la educación en todos sus niveles nunca tendremos verdadera patria ni desarrollo sostenible.