No a una madre


Uno de los principales problemas de la oposición es el abismo que hay entre lo que se supone deben hacer para lograr su objetivo -¡Fuera Chávez!- y su disposición a hacer lo que se supone que deben hacer.

Pongamos un ejemplo fresquito: el regreso a clases.

Se suponía que el regreso a clases debía estar teñido de confrontación y desacato. Se suponía que las madres, siempre protectoras, se plantarían en los colegios de sus niños, no en la puerta, no; pupitre adentro, allí, vigilantes, compartiendo sillita con sus pequeños, listas para saltar al cuello de la maestra ante el más mínimo intento de cubanización de sus inocentes angelitos.

Se suponía que toda madre que se preciara de serlo debía ‘‘activarse’’. Y se activaron obedientes, al menos lo hicieron vía Twitter y Facebook; era tan fácil con sus Blackberries. Se suponía que repartirían panfletos desinformativos en las puertas de los colegios, y, de ser necesario, repartirían bofetadas también.

¡Con mis hijos no te metas! -clamaron- y con sus hijos se metieron. Tanto que ahora pretenden enseñarlos a amar a su país sobre todas las cosas y, para colmo, a amar al prójimo como a si mismos. Tanto que sacaron de las aulas al mismísimo Dios Padre Todopoderoso, ese que es omnipresente, lo que genera un nuevo misterio tan complejo como el de la Santísima Trinidad, ya que es tan imposible entender cómo es que se pudo sacar de un salón a alguien que está en todas partes, como que ese alguien sea tres personas en una y que, de paso, una de esas tres personas sea una paloma.

Se suponía que había que jugarse el todo por el todo, que había llegado la hora cero, que esta vez sí iba a caer el innombrable que brota de sus labios cada segundo. Se suponía que así sería porque, según les dijeron en Globovisión expertos educadores, políticos, cardenales y todo aquel que quisiera meter su cucharadita de hiel, esta ley era la gota que derramó un vaso colmado de atropellos contra nuestra moribunda democracia.

Se suponían tantas abominaciones que no quedaba más camino que exigirle a las madres el sacrificio máximo: soportar a los mocosos más allá de los agónicos meses de julio y agosto. Renunciar al septiembre liberador con su tan anhelada vuelta al cole, su vuelta al cafecito con las amigas, su vuelta a las vueltas por el San Ignacio para matar el tiempo…

Una madre es una madre, sí, pero también es un ser humano. No se les puede exigir tanto, pobrecitas, y esperar que cumplan. ¡No es no!


tongorocho@gmail.com




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Carola Chávez

Periodista y escritora. Autora del libro "Qué pena con ese señor" y co-editora del suplemento comico-politico "El Especulador Precóz". carolachavez.wordpress.com

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