En Venezuela se expende la gasolina más barata del planeta. Es una especie de duende que andará revoloteando, quién sabe por cuánto tiempo, en la cabeza del gobierno. Sin gasolina el transporte quedaría reducido al uso de instrumentos que caminan o corren pero no hablan sino que rebuznan, relinchan o…; mejor dicho, animales irracionales.
Los estados donde la problemática de la gasolina es más dramática y tensa son los fronterizos y, especialmente, Táchira y Apure. El negocio de la gasolina en esos estados traspasa fronteras y conciencias mientras abre bolsillos de unos pocos y le trasnocha el tiempo a los muchos. Tal vez, mientras no haya una revolución semejante y solidaria tanto en Venezuela como en Colombia, el contrabando de la gasolina seguirá haciendo su historia con diversas secuelas que afectan a una mayoría de la población y benefician a un reducido número de personas que engrosan sus bolsillos a costilla del sacrificio y riesgos de otros. La complicidad también recibe sus regalías.
Lo que cuento es verídico y nadie puede aspirar que el camarada Chávez invierta tiempo en esos detalles que deben ser labor de quienes ocupan ciertos cargos para dedicarse al mejoramiento de un determinado rubro en la economía venezolana. Quien esto haga no sólo cumple con su deber ante el camarada Chávez sino, igualmente, ante su pueblo y su propio compromiso político. Quien así no lo haga, es su problema pero está defraudando a quienes pusieron confianza en él o en ella. El socialismo es enemigo de la usura pero ésta se resiste y trata de tenderle emboscadas a la revolución para quebrarle sus piernas. Revolución que se dedique a gatear toda su historia perece en cualquier abismo que su cabeza no sea capaz de mirar y prevenirse contra el peligro.
Las larguísimas colas para echar gasolina requieren, sin duda alguna, de guardianes que garanticen el orden como también un gerente para que no haya triquiñuelas en la distribución y venta del vital producto para el transporte. El socialismo, en gran medida de su desarrollo, no escapa a esa necesidad o verdad.
Lo primero que nos aconteció fue que tuvimos que viajar y al llegar a un pueblo pequeño nos dimos cuenta que carecíamos de gasolina para llegar al destino y luego regresar a la ciudad de San Cristóbal. Preguntamos en muchas casas si vendían gasolina y nos respondían que no, tal vez, porque pensaban en todas, teniendo conocimiento que sí negociaban con el combustible, que andábamos averiguando quiénes se dedicaban al contrabando. Por fin, un joven muy educado nos guió hasta una casa donde nos vendieron tres pimpinas por ciento veinte (120) bolívares lo que les había costado seis (6) bolívares. La necesidad tiene cara de perro. Lo que uno lamenta es que gente de cierta humildad y que pegan gritos de viva el socialismo se vean en la necesidad de meterse de lleno en el negocio de la usura, lo cual les deforma la conciencia y les vuelve insensibles el corazón. Pero si no echábamos gasolina al alto precio que pudiéramos pagar, corríamos el riego de quedarnos varados y hasta que nos robaran el vehículo.
En los estados Táchira y Apure se requiere de un chip para poder echar gasolina que, entre otras cosas, busca reducir la posibilidad del contrabando de tan importante combustible. Entrando al estado Táchira, habiendo salido de Mérida, se nos dotó de un chip temporal que podía ser utilizado en determinadas bombas de gasolina durante cuatro días a la semana. Efectivamente, en una bomba adquirimos gasolina pero después no fue posible volver a comprar gasolina porque, según las máquinas, el chip no fue activado. ¡Contradicción!, pero bueno eso nos obligó a dotarnos del chip lo más legalizado posible, es decir, en la institución del Estado determinada para tal fin. Cuando lo recibimos, dijimos: todo resuelto, no más sufrimiento ni tensiones, aunque estamos conscientes de hacer las colas que a veces parecen interminables.
Aquí viene lo insólito, lo que no puede ser explicado sino a través del lente de la usura: cuando por vez primera fuimos a echar gasolina, la máquina nos dio por repuesta lo siguiente: ya echaron gasolina. Así lo dijo el chip que nunca se equivoca. ¡Qué barbaridad!: nació clonado el chip. Y aquí empieza la pregunta del millón de lochas: ¿quién se presta -como funcionario del Estado- para tal triquiñuela? ¿En qué nivel se produce la trampa? ¿O el bobo es el dueño del chip que se lo entrega a un bombero inescrupuloso para que se lo aprenda y negocie gasolina con el? En nuestro caso nadie conocía el código salvo quien lo mete en la computadora para hacerlo efectivo.
Lo que sí sé es que el camarada Chávez no tiene ninguna culpa en ese género de zanganería, pero merece investigación ya que son demasiados los casos parecidos al que me sucedió. Que un funcionario –si es camarada- se preste para ese género de tramposería y corrupción, no merece estar en las filas del proceso bolivariano que lidera el camarada Chávez.