No me complace escribir este artículo, pero el hecho hay que registrarlo y adoptar los correctivos, si es que somos sinceros con la revolución.
Hace ya un tiempo el comandante líder habló de tres cosas y las juntó en una orden: “Revisar, rectificar y reimpulsar la revolución”. ¿Y saben qué? Percibo que ni revisión ni rectificación ni reimpulso han ocurrido. Seguimos con los mismos errores, las mismas omisiones, los mismos abusos y los mismos miedos. Y ya no es posible decir que el comandante líder no los conoce porque no se le informa. Afortunadamente existen individuos y comunidades que han podido hacer públicas sus angustias porque existen medios desde donde hacerlo, como por ejemplo este portal desde el cual escribo. Y no son medios contrarrevolucionarios los que recogen esas angustias, sino socialistas, honestos y comprometidos con el cambio. ¿Pero dónde está el cambio?
Tomemos como ejemplo las misiones. No creo que jamás se concibieran como política de Estado. Se crearon para atender a emergencias sociales y luego reponer sus actividades a sus instancias naturales: el Ministerio de Educación, por ejemplo; el de Educación Superior; el de Salud. Cumplidas esas misiones y reinsertadas en sus ámbitos de origen sus funciones –pensé yo- vendrían otras que seguirían ese mismo curso: existir, resolver la emergencia y traspasar sus funciones a la instancia adecuada. ¡Misión cumplida! Pues me equivoqué. Lo que sucede con algunas de ellas es que están muriendo de mengua. Ojala las recate de terapia intensiva la ministra recién designada en el cargo, por cierto revolucionaria ejemplar, honesta y de firme compromiso. Otro ejemplo, y éste sí que horrible: la delincuencia. Yo no voy a citar estadísticas, porque es el único tema que no las necesita. El clamor popular es ensordecedor y se han hecho esfuerzos, pero el feo rostro de la inseguridad persiste y se afinca. No es asunto que pueda resolver sólo Tareck El Aissami; debe ser una acción conjunta de Gobierno, muy bien concebida, finamente delineada, y ejecutada con decisión política y vigor operativo. Mientras esto no ocurra, la protesta y la desilusión no desaparecerán. Otros muchos asuntos existen, pero no voy a referirme a ellos porque confundiría la intención de este escrito.
Lo que me preocupa y -¿por qué no decirlo?- me entristece, es conocer de combatientes que regresan del sueño revolucionario desencantados y hasta cierto punto abatidos. ¡Y se trata de buenos revolucionarios! Por ejemplo: como Dietricht, no creo que Baduel haya sido un traidor; no se si lo fue Urdaneta Hernández, tengo dudas en el caso Henry Falcón y ninguna sobre el General Muller. Y ahora sucede que Heinz Dietricht también protesta, y desde “Aporrea” lo hacen igualmente camaradas que se pierden en la masa anónima de quienes no son figuras, pero cuyo corazón revolucionario no es de saltarín de talanquera. ¿Qué está pasando? Simple: no se ha cumplido la orden del comandante: “Revisión rectificación y reimpulso”, incumplimiento que el también conoce. Esta vez no diré lo que pienso que hay que hacer. El líder no soy yo; por el contrario, con todas mis ideas y disposición, nadie me ha hecho el menor caso. ¿Será tiempo de que yo también regrese del sueño en el que he estado sumido desde 1960? En vigilia no quiero ni pensarlo, porque habrá sido como perder una vida, pero hay susurros en la conciencia que me inquietan. En este mismo instante, en este preciso momento, necesito que alguien amigo venga y los acalle. Es decir, necesito en auxilio, oxígeno revolucionario.
coguevara@yahoo.com