La carta de Marx a Arnold Ruge, de 1843, publicada luego en el Deutsch-Franzosiesche Jarbucher, postulaba el comunismo como la suma de todas aquellas prácticas libertarias y anti dogmáticas que apuntalaran el porvenir de “la emancipación del trabajo, como movimiento de lo real en lo concreto; que no precisa apelar a dogmas ni abstracciones. Enunciado de esta manera: “La ventaja del nuevo movimiento estriba precisamente en que no anticipamos el mundo con nuestros dogmas, sino que comprendemos lo que va pasando y de allí inventamos, en cambio, un nuevo modo. Así, descubrimos también un nuevo mundo a través de la superación y la crítica del viejo. Hasta ahora, los filósofos lo creen todo resuelto; han dejado sobre sus escritorios sus ideas abstractas, creyendo que ellas contienen las claves de todos los enigmas y el estúpido mundo imaginado por ellos, sólo tenía que esperar a que palomas ya asadas en el caldo de la sola y única ciencia absoluta, llegaran volando a sus bocas abiertas. Los comunistas no proclamamos principios doctrinarios universales y absolutos, para luego gritarles al mundo: ¡Allí esta la verdad, arrodillaos ante ella! Por el contrario, hurgamos en las prácticas de cada clase para de allí obtener las respuestas”. Más adelante, en 1873, confirmaría su pensamiento al decir que: “La critica de la teología y de la política no puede ser un juego de sombreros, en el que nos quitamos una peluca polvorienta, esperando que nos caiga en la cabeza una peluca nueva. Tan sencillo como esto, los comunistas somos aquellos que apostamos por la práctica de La Comuna, porque no basta con que el pensamiento pugne por realizarse, la realidad misma debe pugnar hacia el pensamiento. Este debe anticipar el porvenir pero no puede imponerlo ni sustituirlo”. De manera que La Comuna no es un deseo o tan solo una tecnología social, es, dice Marx: “La superación de las necesidades de la inmediatez en la esfera cotidiana, a favor de nuevas y radicales necesidades emancipadoras. En eso consiste una revolución radical. La Comuna debe ser el semillero cuando en la sociedad no se encuentran realizadas de manera concreta, tales necesidades radicales. La Comuna es el trabajo en lo concreto, para que la libertad sea la superación de la necesidad”. Más allá del economicismo de algún comunismo pequeño burgués, que postula tan solo la superación de la necesidad contingente, asimilando la noción de igualdad “a cierta forma de distribucionismo que ensalza a la pobreza y se regodea en la miseria y la carencia”, surge Marx: “Hay que ahogar la explotación, superar la apropiación capitalista del valor excedente en la abstracción del valor y entender que la distribución justa es muy necesaria pero insuficiente, pues ella aún está gobernada por los mismos principios del intercambio capitalista inequivalente, medido en mercancías, cantidad y tiempo de trabajo, dado un modo de intercambiar la cantidad y la forma. De manera que la igualdad es tan solo un paso; es la forma embrionaria de la libertad”. Se pregunta uno de inmediato: ¿Qué es la libertad? En el norte de La Paz, Bolivia, hay un grupo indígena llamado Pacahuara. Son una sociedad en donde el único parentesco es el de hermanos, aunque cada quien es cada cual. Tienen como padres a los ríos y como madre un árbol debajo del cual nacen. Se decide en asamblea. Todo es de todos, la producción se lleva a cabo en común y se reparte equitativamente. El conocimiento se transmite de manera abierta. Los delitos comunes se resuelven con trabajo comunitario y viven para organizar fiestas por cualquier motivo. Es curioso que de todo se ríen. Parecen alegres siempre. En una oportunidad estuve por allí. Yo tampoco sé que es la libertad, pero conociendo a los Pacahuara comencé a sentir necesidad de ella.
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