La historia de la escasez del algodón es demasiado característica como para no detenernos un instante en ella. De las indicaciones acerca de la situación del mercado mundial en 1860 y 1861 se desprende que la escasez de algodón resultó para los fabricantes oportuna y hasta parcialmente ventajosa, hecho reconocido en los informes de la Cámara de Comercio de Manchester, proclamado en el parlamento por Palmerston y Derby y confirmado por los acontecimientos. Por cierto, entre las 2.887 fábricas algodoneras del Reino Unido había, en 1861, muchas pequeñas. Según el informe del inspector fabril Alexander Redgrave, cuyo distrito administrativo comprendía 2.109 de esas 2.887 fábricas, 392 de las primeras, o sea el 19 %, sólo empleaban menos de 10 caballos de fuerza; 345, o el 16 %, 10 y menos de 20; 1.372, en cambio, 20 y más caballos de fuerza. La mayor parte de las fábricas pequeñas eran tejedurías fundadas a partir de 1858, durante el período de prosperidad, en los más de los casos por especuladores de los cuales uno suministraba el hilado, otro la maquinaria, un tercero el local, quedando la fábrica bajo la dirección de ex capataces o de otras personas de escasos recursos. En su mayor parte estos fabricantes pequeños se arruinaron. La crisis comercial evitada por la catástrofe algodonera les habría deparado el mismo destino. Aunque constituían 1/3 del número de empresarios, sus fábricas absorbían una parte incomparablemente menor del capital invertido en la industria algodonera. En lo que respecta a la magnitud de la paralización, según estimaciones fidedignas el 60,3 % de los husos y el 58 % de los telares estaban paralizados en octubre de 1862. Esto se refiere a todo el ramo industrial y, naturalmente, se modificaba mucho en los diversos distritos.
Sólo muy pocas fábricas trabajaban a tiempo completo (60 horas por semana); las demás, con interrupciones. Incluso en el caso de los pocos obreros que trabajaban a tiempo completo y con el pago a destajo habitual, su salario semanal se reducía necesariamente a causa del reemplazo de algodón mejor por algodón peor, del Sea Island por egipcio (en las hilanderías finas), del norteamericano y egipcio por el de las Indias Orientales y del algodón puro por mezclas de desperdicios de algodón con surat. La fibra más corta del algodón surat, su estado de suciedad, la mayor fragilidad de las hebras, la sustitución de la harina en el apresto de los lizos, etc., por todo tipo de ingrediente más pesados, disminuían la velocidad de la maquinaria o el número de los telares que podía vigilar un tejedor, aumentaban el trabajo, a causa de las fallas de la máquina y reducían, junto a la masa de productos, el pago a destajo. Utilizando surat y trabajando a tiempo completo, la pérdida del obrero ascendía a 20 %, 30 % y más. Pero además la mayor parte de los fabricantes redujo la tarifa del destajo en 5, 7 1/2 y 10 %. Se comprende, por tanto, cuál sería la situación de quienes sólo estaban ocupados 3, 3 1/2 ó 4 días por semana o sólo 6 horas por día. En 1863, ya después que se hubiera experimentado una mejoría relativa, los salarios semanales de los tejedores, hilanderos etc., eran de 3 chelines y 4 peniques, 3 chelines y 10 peniques, 4 chelines y 6 peniques, 5 chelines y 1 penique, etc. Incluso bajo estas circunstancias angustiosas, no se agotaba la inventiva del fabricante en materia de descuentos salariales.
Éstos en parte se imponían como multas por las fallas del artículo debidas al mal algodón proporcionado por el fabricante, a la maquinaria inadecuada, etc. Pero allí donde el fabricante era propietario de las casitas de los obreros, se cobraba por sí mismo el alquiler, descontándolo del salario nominal. El inspector fabril Redgrave narra el caso de los que vigilan varias hilanderas "que al término de una quincena de trabajo completo ganaban 8 chelines y 11 peniques, suma de la cual se les descontaba el alquiler aunque el patrón les devolvía la mitad como regalo, de tal manera que éstos llevaban a su casa 6 chelines y 11 peniques. [...] El salario semanal de los tejedores era, durante la última parte de 1862, de 2 chelines y 6 peniques en adelante". Aun cuando los operarios trabajaban sólo a tiempo reducido, era frecuente que de los salarios se les descontara el alquiler. Nada de extraño, entonces, que en algunas zonas de Lancashire estallara una especie de peste del hambre! Pero más característico que todo esto era cómo la innovación del proceso de producción se verificaba a costa del obrero.
Se trataba de genuinos experimentos en un cuerpo carente de valor, como los efectuados en ranas por los anatomistas. "Aunque he consignado", dice el inspector fabril Redgrave, "los ingresos efectivos de los obreros en muchas fábricas, de esto no debe deducirse que cada semana perciban el mismo importe. Los obreros están sujetos a las mayores fluctuaciones a causa de la constante experimentación de los fabricantes... Los ingresos de los obreros aumentan o disminuyen según la calidad de las mezclas de algodón; a veces sólo distan un 15 % de sus ingresos anteriores, y una o dos semanas después disminuyen hasta un 50 ó 60 %". Dichos experimentos no sólo se hacían a costa de los medios de subsistencia de los obreros: éstos tenían que pagarlos con todos sus cinco sentidos. "Los obreros ocupados en abrir los fardos de algodón me informan que el hedor insoportable les provoca náuseas... En los talleres de mezcla, carmenado y cardado, el polvo y la suciedad que se desprenden irritan todos los orificios de la cabeza, producen tos y dificultan la respiración. Como las fibras son muy cortas, se les agrega una gran cantidad de apresto, y precisamente todo tipo de sustitutos en lugar de la harina, usada antes. De ahí las náuseas y la dispepsia de los tejedores. Debido al polvo, la bronquitis está generalizada, así como la inflamación de la garganta y también una enfermedad de la piel ocasionada por la irritación de ésta, a causa a su vez de la suciedad que el surat contiene." Por otra parte, los sustitutos de la harina, como aumentaban el peso del hilado, eran para los fabricantes un saco de Fortunato. Gracias a ellos, "15 libras de materia prima, una vez hiladas, pesaban 26c libras". En el informe de los inspectores fabriles fechado el 30 de abril de 1864 puede leerse: "La industria actualmente explota esta fuente de recursos en una medida realmente vergonzosa. De buena fuente sé que 8 libras de tejido se fabrican con 5 1/4 libras de algodón y 2 3/4 libras de apresto. Otro tejido de 5 1/4 libras contenía 2 libras de apresto. Se trataba en este caso de telas para camisas ordinarias destinadas a la exportación. En géneros de otros tipos se agrega a veces un 50 % de apresto, de manera que los fabricantes pueden jactarse, y efectivamente se jactan, de que se enriquecen vendiendo tejidos por menos dinero del que cuesta el hilado contenido nominalmente en los mismos". Pero los obreros no sólo tuvieron que padecer bajo los experimentos de los empresarios en las fábricas y de los municipios fuera de éstas, no sólo por la reducción de salarios y la carencia de trabajo, por la escasez y las limosnas, por los discursos encomiásticos de los lores y de los comunes. "Infortunadas mujeres a las que la crisis algodonera había dejado sin ocupación, se convirtieron en la escoria de la sociedad y siguen siéndolo... El número de las prostitutas jóvenes ha aumentado más que de 25 años a esta parte".
Como habíamos visto, pues, en los primeros 45 años de la industria algodonera inglesa, de 1770 a 1815, sólo se encuentran 5 años de crisis y estancamiento, pero éste era el período en que dicha industria ejercía un monopolio mundial. El segundo período, o sea los 48 años que van de 1815 a 1863, sólo cuenta 20 años de reanimación y prosperidad contra 28 de depresión y estancamiento. En 1815-1830 principia la competencia con la Europa continental y Estados Unidos. A partir de 1833 la expansión de los mercados asiáticos se impone a través de la "destrucción de la raza humana". Desde la derogación de las leyes cerealeras, en 1846, hasta 1863, hubo 8 años de animación media y prosperidad y 9 de depresión y estancamiento.
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