La
mayor parte de los análisis post-electorales del triunfo –menos contundente
de lo esperado- del PSUV y sus aliados en los comicios parlamentarios
del 26 de septiembre, coincide en señalar que la merma en la holgada
ventaja histórica del voto chavista sobre el voto de la derecha opositora,
se debe principalmente al creciente descontento de los sectores populares
por la ineficiencia y la corrupción de la gestión socialista de las
instituciones públicas.
Aunque
se reconocen los avances logrados en materia de salud, educación y
seguridad social, son cada vez más frecuentes los reclamos de las comunidades
populares por el irregular funcionamiento de los programas de distribución
de alimentos (como lo evidenció el caso de la descomposición de los
productos de PDVAL); las fallas en los servicios de electricidad, agua
potable y recolección de basura; el estado de abandono de algunos hospitales
públicos; el deterioro de las vías y del transporte colectivo; la
inseguridad y la criminalidad desbordadas; la carencia de vivienda y
una persistente inflación. Estos males se atribuyen a la incompetencia
y la corrupción de alcaldes, gobernadores, ministros y, en general,
de diversos funcionarios públicos que militan en las filas del bolivarianismo,
pero carecen de la voluntad de servicio y el compromiso revolucionario
demostrados por el máximo líder de la Revolución Bolivariana.
De
aquí se desprende que la principal responsabilidad por no haber
alcanzado la meta de los dos tercios de los diputados en la Asamblea
Nacional recae fundamentalmente en esta casta de funcionarios venales,
que no han sabido –o no han querido- dar respuesta a las necesidades
más elementales de la población y han contribuido a enfriar el entusiasmo
de muchos simpatizantes de Chávez con respecto a la promesa de bienestar,
justicia y equidad de su propuesta de transición al socialismo.
Así
pues, el mayor desafío que enfrentará el proceso revolucionario
venezolano, durante los próximos dos años, será mejorar radicalmente
la calidad de la gestión pública a nivel municipal, estadal y nacional,
a fin de convencer a un creciente número de escépticos de que la apuesta
colectiva por el socialismo vale la pena, mostrándoles evidencias concretas
de que una mejor calidad de vida sólo es posible bajo un gobierno revolucionario.
Vistas
así las cosas, el mayor de los obstáculos al que nos enfrentamos
los bolivarianos, en la presente coyuntura, no es la pérdida de la
mayoría calificada (de dos tercios) en la Asamblea Nacional, y la exigencia
incómoda -pero manejable- de lidiar con una minoría derechista en
el Parlamento para aprobar el Presupuesto Nacional, las Leyes Orgánicas,
designar a los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, el Fiscal,
el Contralor, el Defensor del Pueblo y la directiva del Consejo Nacional
Electoral. Mucho más apremiante que la pugnacidad parlamentaria es
el poco tiempo disponible, antes de las elecciones presidenciales de
diciembre de 2012, para mejorar ostensiblemente la calidad de la gestión
pública en medio de la dura recesión, con altos niveles de inflación,
que viene afectando a la economía venezolana desde el 2009.
En
efecto, no debemos olvidar que fue la racha de crecimiento económico
del período 2004-2007, alentada por el alza mundial de los precios
del petróleo, la que hizo posible el vigoroso impulso dado a las Misiones
Sociales para atender las necesidades más urgentes de la clase trabajadora
y los sectores excluidos del país, con base en una red de estructuras
paralelas a las instituciones tradicionales del Estado burgués.
A
partir del 2008, esta fase de expansión llegó a su fin y se inició
un retroceso del crecimiento interno, más o menos sincronizado con
la recesión en la que se encuentran sumidos desde entonces los centros
hegemónicos del sistema capitalista mundial, como lo revelan las cifras
siguientes:
TASA DE CRECIMIENTO
INTERANUAL DEL PIB VENEZOLANO (2005-2010):
2005 = 9,3%
2006 = 10,3 %
2007 = 8,4 %
2008 = 4,7 %
2009 = –3,3 %
Primer trimestre 2010 = –5,8 %
Segundo trimestre 2010
= –1,9 %
Como
puede observarse, en 2008 se produjo un punto de inflexión que dio
inicio a una fase recesiva, con crecimiento negativo en 2009 de 3,3%.
En el primer semestre de 2010, el retroceso del PIB fue de 3,5 %, si
bien se anuncia una recuperación para el segundo semestre de este año
o tal vez el primero de 2011, que dependerá del comportamiento de la
economía mundial, poco alentador –por cierto- si nos atenemos
a los síntomas de agudización de la crisis hoy visibles en Europa,
Japón y los Estados Unidos.
El
declive del ritmo de la actividad económica nacional ha coincidido
además, en los últimos tres años, con un preocupante incremento en
la tasa de inflación, que se disparó desde un 14 % en 2005 hasta un
30%, aproximadamente, estimado para el cierre del 2010, como lo ilustran
los datos siguientes:
TASA DE INFLACIÓN ANUAL EN VENEZUELA (2005-2010):
2005 =14,4%
2006 = 17,0%
2007 = 22,5%
2008 = 30,1%
2009 = 25,1%
2010 [estimación]=
30%
La
contracción económica y el alza sostenida de los precios, desde el
2008 hasta el presente, se han traducido no sólo en una disminución
del poder adquisitivo de los trabajadores, sino también en una elevación
del endeudamiento público, para poder mantener a flote las Misiones
Sociales, la abultada nómina del Estado y las nuevas estructuras socio-económicas
para-estatales (Empresas de Producción Social, Cooperativas, etc.).
Algunos analistas han advertido además que PDVSA, la principal fuente
de recursos del Estado, está enfrentando problemas de liquidez y crecientes
niveles de endeudamiento. Así mismo, muchos sindicatos del sector público
–incluso socialistas- han comenzado a impacientarse a causa del incumplimiento
en los incrementos salariales establecidos en los convenios de contratación
colectiva.
En
consecuencia, no es descartable que la necesidad de aumentar el gasto
público para atender las demandas sociales y apuntalar el triunfo del
comandante Chávez en las elecciones del 2012, se traduzca en un aumento
del endeudamiento del Estado, en caso de que se retrase la recuperación
económica nacional e internacional, con el indeseable resultado de
que la tasa de inflación podría continuar elevándose. En estas circunstancias,
corremos el riesgo de quedar atrapados, por varios meses, en una espiral
de alza de precios y pérdida de la capacidad adquisitiva de los trabajadores,
con el consecuente malestar político de los sectores económicamente
más vulnerables de nuestra sociedad.
En
pocas palabras, la menor disponibilidad de recursos, las trabas que
seguramente la oposición impondrá a la gestión de gobierno desde
la Asamblea Nacional, el deterioro de los servicios públicos si no
se corrigen las perversiones de la ineficiencia y la corrupción, así
como una posible espiral inflacionaria, conforman un cuadro crítico
que podría contribuir a la extensión del descontento en el seno de
los sectores populares, con consecuencias inconvenientes para el liderazgo
revolucionario en las votaciones del 2012.
La
materialización de un escenario adverso como el que hemos dibujado,
sólo podrá evitarse si se produce un viraje radical en el modelo de
gestión del gobierno, en todos sus niveles y dependencias. Este viraje
inmediato deberá traducirse, en primer lugar, en un relanzamiento de
la actividad productiva nacional que minimice los desequilibrios acumulados
entre masa monetaria y oferta de mercancías. En segundo lugar, en una
maximización de la eficiencia en la administración de los recursos
públicos para elevar la calidad de los servicios básicos de los que
depende la vida cotidiana de la ciudadanía: distribución de alimentos,
transporte colectivo, suministro de energía eléctrica y agua potable,
seguridad, aseo urbano, atención médica, etc. En tercer lugar, urge
acelerar la transferencia de la toma de decisiones de los cogollos burocráticos
a los consejos comunales y organizaciones de base, a fin de desbaratar
los “anillos de corrupción” enquistados en el aparato del Estado.
Este “salto cualitativo” deberá producirse cuanto antes a fin de
que los sectores populares desencantados puedan comenzar a apreciar
los resultados de una mejora en la calidad de la gestión pública,
antes de las elecciones presidenciales de diciembre de 2012.
De no ser así, podríamos vernos inmersos, en el transcurso de unos pocos meses, en una situación en la que el desánimo popular y la acción conspirativa de la burguesía y el Imperio, coincidan peligrosamente hasta un punto en que debiliten las posibilidades de reelección del presidente Chávez y amenacen la continuidad del proceso revolucionario. Dependerá entonces de la decidida acción política del gobierno bolivariano y la militancia de base que lo respalda, conjurar estos riesgos y consolidar el avance indetenible del proceso de cambio por el que han apostado los pueblos de Venezuela y América Latina.
fernandezcolon@gmail.com