Decir a estas alturas del partido que la crítica es necesaria es un pleno lugar común. Una de Perogrullo pues. Una reiteración que hay que hacer sólo ante las manifestaciones más intransigentes de ortodoxia estalinista. En un clima donde el dogma se ha posicionado siempre será útil y oportuno recordar que la crítica “es necesaria”. Pero, en un contexto donde un resultado electoral recuerda la política de las tres erres y al tiempo evidencia que estas no se han aplicado, decir que la crítica es necesaria pareciera un discurso desfasado dirigido a una militancia política que no ha entendido –y que no entendió luego del 2D/07- que sin ejercicio de la crítica en el quehacer cotidiano y sin una actitud crítica frente a la vida, difícilmente se puede tener una actitud revolucionaria; difícilmente se pueda ser revolucionario.
De ahí que el llamado que el presidente Chávez hiciera el pasado sábado no se quede en la “crítica necesaria”, sino que exige una crítica y autocrítica profunda, proceso de análisis y debate directo, abierto y radical (que va a la raíz) que ciertamente va –o debería ir- al meollo de la cuestión. Hablar de crítica y autocrítica profunda, pues, parte de la premisa de que sabemos bien que la crítica es ne-se-sa-ria. Y la crítica, mientras más profunda, directa y pertinente es, genera polémica, y el conflicto surgido en el apogeo de la discusión, que siempre necesitará de un buen y ponderado moderador, politiza al colectivo; lo re-politiza, si hasta esa oportunidad imperó la apatía y el desinterés en ese colectivo como consecuencia de las responsabilidades y compromisos de la vida cotidiana –por lo general el trabajo y las cuestiones domésticas- o a causa de la desmotivación y desencanto –generador de escepticismo- de una comunidad que viene viendo como la corrupción, las prácticas fetichistas, sectarismos y acciones antidemocráticas, contradicen el ideal socialista y muchas veces hasta la más mínima exigencia de eficiencia. Esta re-politización, alude a un proceso que viene a contrarrestar ese otro de despolitización que tiende a particularizar los problemas de naturaleza colectiva de la comunidad, y que es un estado en el que el ágora (el espacio asambleario donde todos son iguales) se debilita, disgregándose y dispersándose el poder del grupo que, en algún momento, estuvo politizado y logró en alguna medida desalienarse, en una dinámica que contribuyó al desarrollo individual y del grupo.
Este proceso de re-politización señala el lugar de la crítica, y mientras más profunda sea ésta se estará contribuyendo en gran medida a impulsar acciones transformadoras que generarán nuevas instituciones, fortaleciéndose además los principios que, como le refirió Fidel a Ramonet en aquella entrevista de 100 horas, son la mejor arma política posible. Es momento de que se supere el temor a que la canalla mediática utilice los necesarios comentarios críticos provenientes de las filas revolucionarias, descontextualizándolos y manipulándolos, para ponerlos en su contra y crear falsas matrices de opinión. Así como el arte revolucionario lo es por ser en sí mismo una bella elaboración, la crítica es revolucionaria en sí misma siempre que sea un llamado a la profundización y radicalización del proceso de democratización que ha sido la Revolución bolivariana. De tal manera que, la crítica ya no es necesaria, sino que debe ser profunda.
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