No se trata de los votos rojos-rojitos, que vienen en franca desmejoría, aunque las decisiones tomadas por el gobierno revolucionario en cuanto a las estafas inmobiliarias y la conducta poco seria de la derecha respecto al tema, le deben dar un impulso al chavismo; pero, repito, no es ese el tema. Nos vamos a referir lo percibido en varios días durante una estadía obligada en Caracas.
A lo mejor es una visión apresurada de quienes andamos por la capital en asuntos de salud, ajenos a lo político, aunque no tan ajenos si tomamos en cuenta que nos vemos obligados a viajar a Caracas porque los equipos especializados en este tema particular de salud fueron comprados hace bastante tiempo para el Hospital Luis Ortega, pero permanecen arrumados en cualquier depósito a la espera de que se termine la construcción de un anexo al hospital; construcción que parece interminable.
Y hago un paréntesis para una pregunta: ¿si se tratase de una clínica privada, donde el retardo de la construcción del mencionado anexo impidiese la entrada de dinero a las arcas de la institución, no apresurarían el paso para finiquitar ese espacio?
Un tratamiento de este tipo es muy costoso, altamente costoso, que si se ofrece gratuitamente en Margarita a los habitantes de las ínsulas, habrá una merma en los ingresos de las clínicas capitalinas, ¿tendrá esto algo que ver con el retardo de la obra en cuestión?
Aquí recuerdo a mi profesor de Economía Política en la universidad: el capitalismo es tan perverso que parece obra del diablo.
Lo cierto es que en Caracas nos ha tocado subir a un barrio de Antímano, bajo el amparo solidario de dos familias. Chavismo puro en ellas, con ánimo para seguir construyendo el socialismo, pero, vainas de la vida, más beneficiados por la solidaridad del pueblo cubano que por los funcionarios rojos-rojitos de las alcaldías y demás entes gubernamentales bolivarianos.
Familias que se sienten aliviadas cuando les toca ser atendidas por un humilde funcionario cubano, pero menoscabadas cuando son mal atendidas por un funcionario rojo-rojito de nuestra burocracia bolivariana.
Familias que se sienten olvidadas por los funcionarios bolivarianos una vez que pasa el asunto electoral. La revolución no parece subir hasta esos cerros. Los dejan olvidados.
Es cierto, están mejor que en la cuarta república, pero no estamos en tiempos de “mejorar el gobierno” sino de construir el socialismo; al menos, esa es la promesa del camarada Chávez.
Del cerro bajamos al metro, ¡qué desastre, camaradas! Ya no hay horas pico ni horas en bajada, el colapso no tiene horario. La gente se queja, chilla. Porque el mal servicio se le añade la presencia de la delincuencia, lo que nos hace recordar que en nuestros meses en la desaparecida Unión Soviética conocimos un sistema de metro antiguo, repleto de gente, pero donde había el peligro de un asalto ni de un arrebatón.
Entendemos y damos como válidas todas las explicaciones dadas por el ministro Garcés; también entendemos que su despacho anda procurando soluciones rápidas.
Pero también entendemos que el joven ministro está recién llegado al cargo y se encontró con tal crisis. Pero antes de él llegar allí pasaron más de diez años. Y ha desfilado por ese despacho, camaradas, un super rojo-rojito, un megabolivariano, la v… de Triana del chavismo, ¿por qué no se dio cuenta de la problemática? ¿Por qué no se percató de que los usuarios del metro se incrementaban por encima del promedio normal?
Le revolución tampoco parece bajar a los túneles del metro.
Son dos detalles, camaradas, pero indicativos de que tenemos soluciones a manos para no seguir la bajada de votos, que el asunto es que la burocracia bolivariana de verdad se encarame en el tren de la construcción del socialismo y que desde el PSUV se trabaje en la organización de un verdadero partido revolucionario, crítico y autocrítico.
El camarada Chávez no puede seguir siendo el único funcionario que ande desesperado por hacer una revolución en este país.
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