Nuestra savia (energía vivificadora) que se impulsa desde las raíces de los saberes populares, aunado al ideario bolivariano de las tres raíces de Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora. Y en sentido poético, amparado con el escudo del heraldo caballero de armas Don Quijote, en Cristo nuestro señor y por supuesto con la compañía del espíritu poético de Pablo Neruda y de los espíritus guerreros de nuestros Libertadores. Dibujada excelsamente en el mapa de los valores fundamentales y socialistas, encartados en nuestra carta magna y cuyos contenidos hablan por sí solos, para quienes tengan ojos y oídos, vean y escuchen, lo que el pueblo en silencio es capaz de crear y hacer: consolidar los valores de la libertad, la independencia, la paz, la solidaridad, el bien común, la integridad territorial, la convivencia y el imperio de la ley para esta y las futuras generaciones; asegure el derecho a la vida, al trabajo, a la cultura, a la educación, a la justicia social y a la igualdad sin discriminación ni subordinación alguna; promueva la cooperación pacífica entre las naciones e impulse y consolide la integración latinoamericana de acuerdo con el principio de no intervención y autodeterminación de los pueblos, la garantía universal e indivisible de los derechos humanos, la democratización de la sociedad internacional, el desarme nuclear, el equilibrio ecológico y los bienes jurídicos ambientales como patrimonio común e irrenunciable de la humanidad.
En ese sentido, nos permitimos detallarlos, en los siguientes términos y transcripciones: Venezuela es un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia, que propugna valores superiores de ordenamiento jurídico y de actuación en la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político. Con fines esenciales en la defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad, el ejercicio democrático de la voluntad popular, la construcción de una sociedad justa y amante de la paz, la promoción de la prosperidad y bienestar del pueblo y la garantía del cumplimiento de los principios, derechos y deberes consagrados en nuestra Constitución. La educación y el trabajo son los procesos fundamentales para alcanzar dichos fines. Como lo son: Derechos Civiles, Derechos Políticos y de Referendo Popular, Derechos Sociales y de las Familias, Derechos Culturales y Educativos, Derechos Económicos, Derechos de los pueblos indígenas, Derechos Ambientales.
Haciéndonos eco del conocidísimo columnista “Un Grano de Maíz” del Diario Vea, en lo político y con todo respeto y permiso, nos permitimos tomar el contenido del artículo de opinión: “Valores Socialistas” (sic) “El principal valor Socialista es el sentido de pertenencia a la sociedad, la Conciencia del Deber Social, ese es el centro de la batalla por su construcción, el núcleo de la ética y moral de los socialistas, todo lo demás debe contribuir a este valor. De esta manera será Revolucionario lo que favorezca este valor de sentido de sociedad, y será contrarrevolucionario aquello que lo degrade o desdibuje. No es fácil rescatar el sentido de pertenencia a la sociedad, son milenios de egoísmos, de soluciones individuales a la vida los que ha padecido la humanidad. Se trata entonces de un salto formidable hacía, como pensó el Che, “el escalón más alto que puede alcanzar la especie humana, el ser revolucionario”. De aquí se desprende el segundo valor revolucionario, el de luchar siempre por la Revolución, por el Socialismo. Esa es la realización del humano, en esa batalla nos construimos, no hay nada que pueda superar la urgencia de la lucha por la nueva sociedad. Se ha intentado integrar a la sociedad, esa es la esencia del planteamiento de Cristo, el “amaos los unos a los otros” de hace dos mil años, es una invocación a la integración, al Socialismo. Pero es en esta época que nos tocó vivir en la que asombrosamente tenemos la oportunidad única de luchar por la concreción de la aspiración socialista. El tercer valor es la disciplina, este valor se enfrenta a la indisciplina que emana de la existencia individualista de la pequeña burguesía y de los marginales, que tiñe a toda nuestra sociedad. La disciplina revolucionaria es consciente, esto significa que no es producto del miedo sino del convencimiento en la idea, en la estrategia, y de la fe en el líder. Siendo así, nada justifica la indisciplina. Pero como contrapartida a esta disciplina, existe la irreverencia en la discusión. En las discusiones entre revolucionarios al interior de los organismos no existe la jerarquía, no existe el argumento de autoridad, eso asesinaría la discusión. Ahora bien, a la hora de la acción, funciona la jerarquía, la disciplina. Es con Chávez que se le presentó la oportunidad a este pueblo y a los revolucionarios, que vienen luchando desde lo profundo del siglo pasado, de convertir los sueños en verdades. Nunca antes estuvimos tan cerca de hacer realidad los anhelos de tanta sangre derramada y tanto esfuerzo, nunca antes la lucha tuvo tanto sentido. De allí que el cuarto valor ético y moral, que emana del sentido del momento histórico, es la defensa del Comandante Chávez, sin mezquindades. Chávez es el Revolucionario más importante de esta época y de épocas pasadas. Nunca nadie condujo a este pueblo tan cerca de los cambios profundos que reclama la humanidad. Esas son sus acreditaciones. Defenderlo es defender la esperanza. El modelo capitalista es inviable y lesivo para la especie humana, no sólo porque pone en peligro la propia existencia del planeta, sino porque promueve y estimula valores negativos, ajenos a la integridad humana, y pretende el sometimiento de las grandes mayorías por parte de unas minorías privilegiadas. Detrás de las maneras de vida del capitalismo, invariablemente existirá un reducido grupo de individuos que acumulan riquezas materiales, tras el aprovechamiento del trabajo de una gran mayoría explotada. El capitalismo cosifica a los individuos, les hace actuar y comportarse ante la sociedad como rivales y pervierte las relaciones sociales. Entre otros de sus antivalores podemos distinguir: Explotación del hombre por el hombre; Supervivencia del más apto; Cultura individualista y egoísta; Pragmatismo insensible “el fin justifica los medios”; Consumismo; Culto al fetiche materialista y la corrupción; Todo se compra y se vende; El trabajo visto como materia prima; Resignación a ser oprimido, Intolerancia; Acumulación de riquezas para la “felicidad”; Privilegios sólo para las clases altas; Cuánto tienes, tanto vales; Vivir para trabajar; Dar únicamente para recibir algo a cambio; Competencia feroz; Lucha de unos contra otros… la guerra. El socialismo es la negación del capitalismo, en tanto que se concibe como un modo de producción que auspicia la convivencia armónica entre las personas con base en una estrategia de supervivencia colectiva. El ideal socialista propugna el desafío de edificar una nueva sociedad, con una mujer nueva, un hombre nuevo que asumen la solidaridad como un acto reflejo. En dicha sociedad ha de existir igualdad material y cultural entre las personas, es decir, se concreta el desarrollo integral de todos, la vida digna y la plena realización humana. Es una sociedad con valores renovados. La sociedad socialista pide a cada uno de acuerdo a su capacidad y le entrega a cada cual de acuerdo con su necesidad; de esta forma se prescinden las diferencias sociales entre las personas. Al promoverse la posesión pública de los medios de producción y su gestión también pública, se actúa en pos del interés de la sociedad en general y no en favor de clases o grupos particulares. Visto como un sistema, el socialismo conjunta una red de principios y valores sobre los cuales los hombres y mujeres basan la convivencia. Los tres ideales fundamentales, proclamados al calor de la revolución francesa de 1789, los conocemos suficientemente: igualdad, fraternidad y libertad. De forma complementaria también supone democracia infinita, pluralismo, cooperación, bienestar, desarrollo integral del ser humano, paz, utopía y amor. Transformar al ser humano para transformar la sociedad y viceversa Transformar al ser humano significa volcarlo hacia el bien. Se trata de un proceso de permanente educación hacia el salto cultural, a la par de la instauración de procesos sociales de fluida y transparente articulación y cohesión social. Transformar al ser humano significa insistir en la idea de hacer de la solidaridad un acto reflejo en todos, y a la par hacerle un acto consciente. Por su parte, la conciencia se apoya sobre dos pilares: comprender el mundo y convertir la práctica rutinaria en praxis transformadora. El hombre nuevo no dice ser de un modo, sino que se comporta y actúa como tal. Sólo cuando el discurso transformador se hace acción cotidiana, cuando los sujetos históricos hacen lo que postulan y actúan solidariamente, se logra instaurar el sistema de valores socialistas, las nuevas relaciones sociales de la renovada sociedad, la plena exaltación humana. Así como para incidir en la transformación de la sociedad es imperativo moldear seres humanos reproductores de amor y proclives a la convivencia fraterna, también es necesario forjar la nueva actitud ciudadana”. Hasta la próxima.