Como nunca antes, los cambios estructurales esbozados por el proceso revolucionario bolivariano en Venezuela, obligan a pensar y a trabajar activamente por la sustitución -en todas sus expresiones, elementos y mecanismos- del viejo Estado legitimado por la democracia representativa. Para ello es necesario que quienes integran las filas de la revolución estén completamente dispuestos a emprender el cuestionamiento reiterado de todas las manifestaciones de este Estado y hacer posible la antigua consigna revolucionaria de darle todo el poder al pueblo. Semejante tarea exige, indudablemente, un protagonismo activo de parte de los sectores populares que ponga de relieve, en todo momento, los postulados fundamentales de la democracia participativa y protagónica como herramienta insustituible para lograr el cambio estructural que caracterice el avance y la profundización del proceso revolucionario.
Para ello es imprescindible resolver la situación paradójica que se presenta al hablar de revolución y de socialismo entretanto se mantienen en uso las mismas estructuras y relaciones de poder derivadas del modelo burgués representativo. Más grave aún es que haya “revolucionarios” que sólo se contentan con arrogarse un cargo público, a su gusto y manera, dando rienda suelta a su ideología pequeño-burguesa, sin considerar siquiera la posibilidad de concretar, mínimamente, una idea realmente revolucionaria, participativa y popular. Así, es imperiosa la conquista de espacios propios de gobernabilidad revolucionaria en los cuales efectivamente el pueblo ejerza su soberanía, permitiéndose ejercer un control más real e inmediato sobre las instancias del poder constituido, de modo que haya una gestión administrativa eficiente y transparente en beneficio de las mayorías. Quien se oponga a este escenario -apelando a unas líneas gradualistas que jamás confrontarán las estructuras económicas, sociales, políticas y culturales normalmente aceptadas- simplemente está situado en el bando de la contrarrevolución. Por tanto, la coyuntura política actual propicia que se produzca una reinvención del socialismo revolucionario que rompa los paradigmas vigentes y motive una discusión amplia y profunda respecto a cuáles características definirán a ese nuevo Estado participativo.
Como lo enseñara Lenin: “si el Estado es un producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase, si es una fuerza que está por encima de la sociedad y que ‘se divorcia más y más de la sociedad’, es evidente que la liberación de la clase oprimida será imposible, no sólo sin una revolución violenta, sino también sin la destrucción del aparato del poder estatal que ha sido creado por la clase dominante y en el que toma cuerpo aquel “divorcio”. Tal situación está planteándose a medida que la conciencia política e ideológica de los sectores populares se fortalece cada día en Venezuela. Posiblemente para algunos revolucionarios y chavistas progresistas resulte algo demasiado osado y temprano, pero no se podrá obviar ni impedir, a pesar de los intereses en contra. Más aún: ello tiene que fomentarse sin desmayo ni sosiego, evitando repetir lo que fue común a todas las experiencias revolucionarias anteriores de la historia al perfeccionar la máquina del Estado y relegar el protagonismo popular.
Además, como lo refiriera Friedrich Engels, “cuando el Estado se convierta finalmente en representante efectivo de toda la sociedad, será por sí mismo superfluo.
Cuando ya no exista ninguna clase social a la que haya que mantener en la opresión; cuando desaparezcan, junto con la dominación de clase, junto con la lucha por la existencia individual, engendrada por la actual anarquía de la producción, los choques y los excesos resultantes de esta lucha, no habrá ya nada que reprimir ni hará falta, por tanto, esa fuerza especial de represión, el Estado. El primer acto en que el Estado se manifiesta efectivamente como representante de toda la sociedad -la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad- es, a la par, su último acto independiente como Estado. La intervención del poder estatal en las relaciones sociales se hará superflua en un campo tras otro y se adormecerá por sí misma. El gobierno sobre las personas será sustituido por la administración de las cosas y por la dirección de los procesos de producción. El Estado no será ‘abolido’: se extinguirá” (Anti-Dühring o la subversión de la ciencia por el señor Eugenio Dühring). Es decir, el viejo Estado vigente.
Quizás esto sea más utopista que lo escrito líneas arriba, pero no puede negarse que una acción revolucionaria con esta orientación determinaría si un proceso de cambio es o no positivamente revolucionario. No es imposible, aunque exige una alta dosis de compromiso revolucionario, así como combatir toda noción preconcebida que contraríe la comprensión acertada del hecho revolucionario y de los tremendos desafíos que éste implica.
Mientras se vea al proceso bolivariano como la oportunidad dorada para beneficiarse de forma mezquina, éste se hallará invariablemente en un atolladero de dificultades y amenazas que tienden a inmovilizarlo por completo. Sobre todo, si no se apuntala un verdadero liderazgo revolucionario colectivo, abierto siempre a las tendencias ideológicas que lo fortalezcan y lo nutran por medio de la participación y el protagonismo de los sectores populares. Por consiguiente, el proceso revolucionario bolivariano tiene ante sí el enorme reto de deslastrarse de cualquier signo de reformismo; de lo contrario, podría desvirtuarse y retroceder en sus objetivos, frustrando, una vez más, la fe popular venezolana.-
*Maestro ambulante.
¡¡¡REBELDE Y REVOLUCIONARIO!!! ¡¡Hasta la Victoria siempre!! ¡¡Luchar hasta vencer!!
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