“Los proletarios de París en medio de los fracasos y de las traiciones de las clases dominantes, se han dado cuenta de que ha llegado la hora de salvar la situación, y tomar en sus manos la dirección de los asuntos públicos... Han comprendido que es su deber imperioso, y su derecho indiscutible, hacerse dueños de sus propios destinos, tomando el Poder. Pero la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal como está, y a servirse de ella para sus propios fines”.
Acá Marx resalta dos de los desafíos fundamentales de cualquier proceso revolucionario: 1. El fortalecimiento de la potencia del pueblo mediante su movilización y organización políticas; y 2. la transformación de las estructuras del Estado, para que sea un verdadero potenciador del poder popular.
En este tenor, Ernesto Laclau subraya la capacidad del pueblo para constituir una potencia política que organice y estructure una hegemonía, y motorice los grandes cambios sociales. Para él Venezuela es un buen ejemplo de una doble direccionalidad: este pueblo combina la dimensión vertical, que es la influencia sobre el Estado, y la dimensión horizontal, que es el desarrollo de objetivos que potencien la acción política emancipadora del pueblo.
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