Nuestra sociedad, como todas las sociedades del mundo, siempre ha estado construyendo y reconstruyendo su memoria mítico-simbólica como parte de su devenir histórico y sobre todo, cultural.
En esto los llaneros son seres excepcionalmente emparentados con espantos, ánimas, fantasmas y demás seres telúricos.
Decimos esto en función de presenciar en los últimos años cómo se ha estado construyendo un mito y culto, inicialmente válidos. Nos referimos a la imagen del fallecido presidente venezolano Hugo Chávez.
De ánimas está cundido el llano venezolano. El ánima de Pica Pica, el ánima de Nicanor, el ánima de Montenegro, el ánima del Ajilerito, el de la Mata del Ánima Sola, el extendido culto al ánima de Taguapire, cubren la inmensa sabana nacional. En ellos la creencia popular ha depositado su fe y su fidelidad más allá de las observaciones que en su momento han indicado las instituciones oficiales en contra de rendir culto a personas no autorizadas por la iglesia. Contrario a la exigencia oficial que afirma la rigurosidad de esperar 25 años para saber si un ciudadano de bien puede ser elevado al altar de los héroes patrios, la creencia popular, por el contrario, desde hace años ha colocado en sus propios nichos, a estos y otros personajes, donde se le rinde culto por sus supuestos milagros y favores recibidos.
Es el caso del presidente fallecido quien proviene de un sector rigurosamente humano, como es el político-militar. Ya en su momento varios especialistas indicaban la tendencia a la mitificación del presidente por el excesivo culto a su personalidad. La maquinaria de su partido se encargó de construirle una aureola heroica que lo posicionó por encima de su propio partido e incluso, del Estado. En su momento más intenso Hugo Chávez encarnó al gobierno y al mismo Estado. Para ello, contó con el fervor de sus partidarios quienes sobrepasaron la medida de la razón y se situaron en los bordes del fanatismo, la ortodoxia y la superstición.
Desde entonces, ni su partido ni su ideología fueron percibidos desde la razón. Por ello el chavismo ha sido siempre una intensa emoción, una fe que cubrió con su fervor todos los espacios del territorio venezolano y partes de Latinoamérica. Si alguna ideología pudo crear Hugo Chávez ésta fue la confluencia de ideas marxistas, guevaristas, maoístas, bolivarianas, zamoranas, robinsonianas, humanistas, militaristas, socialistas y comunistas, que colocó en su “licuadora teórica” particular y de cuyo resultado surgió el llamado socialismo del siglo XXI.
No es fácil dimensionar la figura de un personaje contradictorio y carismático que nos atrevemos a afirmar, es el primer mito del siglo XXI en la historia venezolana con estas características sobrenaturales. El otro fue Juan Vicente Gómez, el Benemérito, a quien se le rinde culto, dedican oraciones y prenden velas y velones, por los lados de Maracay.
Mientras la dirigencia burocrática oficialista le construye un nicho frío, aséptico y artificioso para acelerar su tránsito a la eternidad, la creencia popular desde hace tiempo ha comenzado a prenderle velas y orar para recibir los favores del muchacho más famoso de Sabaneta de Barinas. En su pueblo y alrededores hay más de un samán que desea cobijarlo. Incluso, le han dedicado canciones, poemas y relatos donde lo “emparientan” con Florentino “el que peleó con el Diablo”.
De padre castigador y benefactor al frente de la presidencia de la república, progresivamente se convirtió en el predicador religioso más activo entre las decenas de pastores, curas, rabinos y demás oficiantes y sabedores de los misterios atávicos de la eternidad.
Y en esa función como predicador penetró indudablemente el alma nacional, en unos generando apoyos y solidaridades automáticas, en otros, rechazo. En todos, reacción y conmoción.
Ahora, el ungido heredero político de Hugo Chávez, sabiendo de esta poderosa fuerza telúrica usará, cual Mío Cid que libra su última batalla, la memoria del presidente y sus símbolos. Veremos en los tiempos venideros cómo se irá decantando esta imagen, este culto y este mito. Ya algunos afirman de encuentros místicos con el comandante. Lo más probable es que termine como siempre sucede a las mentalidades militaristas, autoritarias y egocéntricas: reducidas a las páginas de un libro de historia de Venezuela, y quizá, como culto de algún creyente viajero que se detiene en un polvoriento caserío llanero a prenderle una velita a su ánima favorita.
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