Apenas cuatro días faltaban para la elección de Nicolás Maduro como Presidente constitucional este domingo 14, cuando mi hijo Warao Ildegar me contó que escuchó una voz ronca que como extraviada en la noche y tropezando con la oscuridad de ese miércoles abrileño, cantaba: “Patria, patria querida, tuya es mi vida, tuya es mi amor”.
“Papá, me asomé a la ventana y vi que era un mendigo” refirió mi chamo. Juntos, como amigos, desgranamos razones y orígenes de que en Venezuela, nación privilegiada por la madre naturaleza, la aplicación -en el pasado- de determinadas políticas oficiales lanzara a mujeres y hombres al infierno de la intemperie y la marginación social.
Como buen callejero, cubriéndose del frío con un desgarrado saco que alguna vez fue parte de un flux, regresaba a sus espacios “naturales” luego de un día de inclemente desconcierto. “Me dio de todo verlo así” señaló Warao, impresionado –seguramente- que de aquellos labios ajados por el maltrato social saltaran sin embargo melodías patrias.
-Por gente como él fue que luchó Chávez, hijo. Por eso es que tanta gente como él, lo quiso tanto- le dije.
Sabemos que fue así; que el Comandante consagró su existencia por los sueños, esperanzas y felicidad de los expoliados de siempre; que ello le costó la vida y que su siembra dicta el camino que debemos seguir. “Así se burlen del pajarito de Maduro y de otra cosa que haya dicho, ese tipo no puede perder. Hay que votar por él. Esto no puede retroceder” dijo mi muchacho, haciéndome en ese instante el padre más feliz del orbe.
El mundo conoce los resultados de los comicios. Nicolás Maduro es, por decisión soberana del pueblo, Presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Los derrotados, si así puede llamárseles, deben acatar el veredicto popular. Anchos motivos tenemos para reencontrarnos con el derecho a los sueños, como seguramente también los tiene el pana del saco roto quien no debe haber dejado de tararear Patria, patria querida…
¡Chávez vive…la lucha sigue!
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