No hay tal, como parece lógico pensar porque haya muerto el líder de la causa.
Como Bolívar, que no está en declive porque haya muerto, Hugo Chávez es un hecho de consciencia en Venezuela y América Latina. Como el primero, por haber bregado por la soberanía superamericana, su nombre y legado está destinado al abanderamiento sacro en la lucha por la autosuficiencia de los pueblos.
Pero su muerte, en lo inmediato, en el plano cuantitativo electoral, generó una merma de más de 600 mil votos que casi hunden al país en una crisis de valores y posiciones, justamente cuando se pensaba que el elector revalidaría su fe por un cambio político en el país precisamente por causa de su fallecimiento.
Hablamos de un decrecimiento de 7.6% de votos respecto de los resultados obtenidos el 7 de octubre de 2012, cuando Chávez mismo comandó su campaña. 627 mil 385 votos menos. Y hasta podrían razonarse como lógicos estos votos en merma si concedemos que sí, que fallamos al creer que la gente votaría más emotivamente por un Chávez ausente. De allí que los 10 millones planteados nos hayan quedado como una sobreexpectativa.
Chávez son esos 7 millones 563 mil 747 (50.75%) que sacó Maduro, su señalado sucesor; y también fue esos más de 600 mil votos que se llevó a la tumba. Es decir, se trata de un sinceramiento de las cuentas: lo que queda cuando él se va y lo que se va cuando ya no se cuenta con él. En fin, el precio del duelo, la reacción crispada de aquellos que lo apoyaban más por su carisma y figura protectora que por convicción ideológica. Chavismo ligero o light, en clasificación de algunos (y con asistida razón porque lo que es ligero alza vuelo o se lo lleva el viento).
De manera que su muerte, con todo el contrasentido que la expresión pueda figurar, constituye una depuración del chavismo. La que queda, lo que hay, la baza con la que ha de contar su sucesión, hoy en el poder con Nicolás Maduro y su maquinaria partidista, el PSUV.
De un universo elector constituido por 18 millones 904 mi 364 venezolanos, Chávez es un pilar de un 40%, probamente lo más próximo a lo que se define como su voto duro, voto chavista, chavista sin Chávez, libre ya de la fluctuación referida del chavismo light.
Ergo no hay declive chavista, sino sinceración ideológica, electora, de consciencia, suerte de desembarazo de ese 3.3% que de la población votante significan los 627 mil 385 votos menos de marras. Y al punto, no obstante la expresada preocupación por el destino quizás migratorio de esos tales votos, no importa tanto su vuelo golondrino como la certeza partidista de saber con cuánto se cuenta para continuar el camino. Tal es el cúmulo con el que el PSUV, desprovisto ya del efecto carismático de Hugo Chávez, tiene que reempezar a planificar para en lo sucesivo conquistar apoyos de mayor peso de consciencia en lugar de esas fugacidades peligrosas que casi descalabran la republica.
Con Hugo Chávez no sólo se va el carisma y se sincera el ala izquierda ideológica del país, sino que también se ha de acabar el señalamiento a dedo de figuraciones políticas, perdonable en una personalidad con sus dotes, muy probablemente catastrófica en otras potestades. En la maquinaria política que queda, en el seno de la realidad política forjada por el líder, en medio de la pavorosa situación de contrapeso electoral actual respecto de la derecha, ha de saberse con obviedad que los liderazgos ni se imponen ni se inventan y que en lo sucesivo la representación popular ha de cocerse donde se debe, esto es, al fuego legítimo de la participación con las comunidades.
El PSUV y su proyección de mando político han de ejercerse desde las bases como solución inmediata a la coyuntura presente.
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