En Venezuela el peligro reaccionario de los sectores medios resulta recurrente, gracias a las expectativas vertidas sobre la distribución de la renta petrolera y a la naturaleza rentista del Estado, desde el cual han surgido numerosas capas medias, absolutamente divorciadas de la producción y cuyo único vínculo con la sociedad es el parasitismo y el disfrute de la renta en actividades no productivas. Todo esto es el caldo de cultivo que incuba el escenario del fascismo criollo.
El discurso fascista recurrirá a la descomposición política que la crisis genera en las capas intermedias, para captar su base de apoyo. Al proyecto revolucionario le toca una urgente caracterización de las fracciones de clases de las capas medias para poder pensar en antídotos concretos que neutralicen el fascismo. A diferencia del Cono Sur, la clase dominante no ha podido hasta hoy ensamblar una doctrina militar y una clase político militar alternativa, ha tenido entonces que refugiarse en aventuras golpistas y en sabotajes con poco aliento.
Si la burguesía lograse penetrar con éxito el aparato militar del proyecto revolucionario bolivariano, la realidad se manifestaría de una manera distinta. Ya no jugarían tan solo a desbordar los canales de control del sistema político, sino que avanzarían de una vez al total aplastamiento de las fuerzas populares.
Como toda doctrina política, el fascismo también evoluciona, aunque el neofascismo conserva rasgos y matices del fascismo tradicional. El Fascismo es más bien, un devenir, una práctica social y política que va diseminándose, copando los espacios de poder de la llamada sociedad civil, así como diversos espacios de los aparatos del Estado.
Como pensaba Manheim, el fascismo es la respuesta a un momento crítico o crucial. Se constituye la violenta respuesta de masa de la burguesía cuando se siente acorralada por el proletariado, cuando siente que ha perdido el control del sistema democrático liberal, movilizando como onda de choque a las clases medias anteriormente apartadas de la vida política pública.
Pero el bloque fascista no está exento de contradicciones. Unos ven al fascismo como necesidad coyuntural y otros como proyecto histórico. En la Alemania nazi, algunos políticos eran partidarios de sumar a amplias capas de plebeyos y proscriptos a los beneficios del Estado, para garantizar la identificación de sectores de las masas con el proyecto fascista, mientras que otros eran más proclives a un gobierno de élites a favor de la promoción de las clases medias, de modo que al interior del fascismo también hay tendencias enfrentadas y contradicciones, y no puede ser leído como un bloque monolítico y que no se actualiza.
Se activa y actualiza la base de masas del fascismo con el ascenso de los sectores populares que pugnan por la transformación del Poder de Estado Capitalista hacia un Poder de Estado de transición hacia el Socialismo.
En este cuadro coyuntural, entonces, se está instalando un neofascismo, en comparación con el cual, el antiguo quedará reducido a una forma folklórica. En lugar de ser una política y una economía de guerra, el neofascismo es una alianza mundial para la seguridad, para la administración de una paz no menos terrible.
Gilles Deleuze, en febrero de 1977, advertía que las ideas autoritarias vienen al relevo, y a la revancha. Hay un ritornello, un remake de las ideas del conservadurismo reaccionario ante el agotamiento de las institucionales demo-liberales, y el miedo a las nuevas ideas socialistas.
El neofascismo en América Latina constituye entonces una posibilidad histórica, en la medida en que el modo de enfrentar la crisis de la hegemonía capitalista sea una solución de fuerza contra el avance de los sectores populares en la conquista de cambios democráticos reales de la estructura de poder social.
Juan Barreto Cipriani