El camarada Lenin, el más grande de todos los revolucionarios del siglo XX, se pareció en muchos aspectos al camarada Marx. Si escogemos un aspecto relevante sería ese en que no le gustaban los homenajes ni reconocimientos a sus méritos personales aunque en demasía los poseían. Nunca quiso que se le hicieran estatuas, ni en vida ni luego de muerto, y, mucho menos, que lo embalsamaran, porque todos los políticos revolucionarios embalsamados, con el correr del tiempo, son convertidos en figuras simplemente decorativas y no son pocos los que intentan desmeritarlos para que queden como íconos del pacifismo burgués. Y si alguien no tuvo ni siquiera un pelo de pacifista fue ese extraordinario líder revolucionario del proletariado mundial de las dos últimas décadas del siglo XIX y las dos y media primeras décadas del siglo XX: Vladimir Lenin.
Cuando murió el gran maestro del proletariado en 1924, la burocracia soviética no esperó ni un solo segundo para iconizarlo, embalsamarlo y ponerlo a su entera disposición para garantizar la resignación de un pueblo a los postulados de quienes utilizaban el poder para crecer y avanzar hacia el cesarismo y no hacia el socialismo. Toda la pléyade del bolchevismo marxista o leninista terminaron: unos muertos, otros desaparecidos, otros desterrados y otros resignados a la política del cesarismo o termidoriana. Con el derrumbe del llamado socialismo soviético y la caída del muro de Berlín, las estatuas de figuras relevantes de la lucha revolucionaria (como Marx por ejemplo) se vinieron abajo. Para la nueva concepción burguesa y cesarista nacida y desarrollada a costilla de hablar y hablar de un socialismo que jamás se hizo realidad, había que hacer todo lo posible para que el proletariado no anduviese recordándose de sus grandes maestros fallecidos. Cuando las ideas prenden en la conciencia de las masas, se hacen práctica social. Más o menos, así lo dijo Marx y Lenin expresó que no existe movimiento revolucionario sin teoría revolucionaria.
La figura embalsamada del camarada Lenin fue motivo de muchas polémicas: muchos querían desaparecerla y otros se resistían. Mientras más avance la conciencia capitalista menos brotarán sentimientos por el recuerdo y las enseñanzas de los grandes maestros del proletariado que legaron muchísimos ejemplos y conocimientos a las generaciones posteriores. Marx y Lenin, por ejemplo y a diferencia de muchas otras figuras políticas, nunca lucharon por hacer resaltar sus glorias personales y, menos aun, para que los premiaran con estatuas después de fallecidos. Baste con saber que Marx, por ejemplo, sólo –en su vida- asistió a un solo acto de reconocimiento y fue para decirle a los trabajadores que la revolución se resume en una sola palabra: solidaridad. Y, además, les recordó que la Comuna de París se derrumbó por la falta de solidaridad del proletariado europeo. Clarísimo estaba el camarada Marx.
Personas ucranianas, el día 8 de diciembre del año pasado, en la ciudad de Odessa (caracterizada por ser la más policial antes del triunfo de la Revolución en Octubre de 1917) sacaron a flote sus odios no sólo individuales sino contra las ideas del socialismo y decidieron guillotinar una estatua sobre la figura del camarada Lenin. Esa es su forma “artística” de combatir los postulados del socialismo. Los responsables de la felonía fueron ultranacionalistas. No se podía esperar menos porque si con algo choca antagónicamente el socialismo es con el nacionalismo. Los salvajes pusieron en venta por kilogramos la derrumbada estatua. Cada kilo a 6,25 dólares.
No sé pero creo que mientras más se desarrollen las condiciones socioeconómicas del socialismo en el mundo, menos habrá necesidad de construirles estatuas a los grandes maestros del proletariado que entregaron su vida por la revolución y dejaron un rico legado de conocimientos y enseñanzas a las generaciones futuras. Pueden derribar todas las estatuas de los líderes revolucionarios, pueden guillotinar todos los bustos dedicados a los grandes maestros del proletariado y de la revolución socialista, pero eso en nada va a reducir sus méritos, sus legados y su valor en la historia de este planeta. Ojalá que el camarada Fidel Castro deje escrito un testamento donde prohíba que luego de su muerte en Cuba se atiborre la isla con construcciones o levantamientos de estatuas sobre su gloriosa figura de revolucionario y, más bien, circulen gratis por millones y millones de ejemplares sus obras escritas donde nos legue sus incuestionables conocimientos sobre la política, la sociología, la filosofía y la economía. Pido, de antemano, perdón al pueblo cubano si no le agrada lo que deseo, pero es –simplemente- mi deseo que en nada influirá en las decisiones de la Revolución Cubana y sus dirigentes y su pueblo.
¡Vivan las memorias de los grandes maestros del proletariado y de la revolución socialista… vivan!