Guerra de posiciones en América Latina: Emancipación vs restauración

(…) en la política subsiste la guerra de movimientos mientras se trata de conquistar posiciones no defensivas, y por consiguiente, y por lo tanto no son movilizados todos los recursos de la hegemonía y del Estado; pero cuando, por una u otra razón estas posiciones han perdido su valor y solo las que son decisivas tienen importancia, se pasa a la guerra de posiciones, compleja, difícil, en la que se exigen cualidades excepciones de paciencia y de espíritu inventivo. Antonio Gramsci, Cuadernos de la Cárcel (III)

A la hora de analizar la situación y coyuntura política de América Latina, es importante tomar en cuenta dos variables, la de la crisis global en la que nos encontramos inmersos, y el reordenamiento geopolítico, el paso de un mundo unipolar a un mundo pluripolar y multicéntrico.

Si en las crisis anteriores de 1873-1896 y 1929 el capitalismo no estaba plenamente desarrollado, hoy en día nos encontramos con una crisis abigarra donde se superponen, a veces de manera complementaria y a veces de manera disociada, una serie de crisis, económica, financiera, energética, alimentaria, etc., que nos lleva a preguntarnos si nos encontramos inmersos en una crisis terminal del sistema capitalista ante la cual en cualquier caso la izquierda todavía no ha encontrado una salida en forma de proyecto político alternativo. La socialdemocracia se vendió al neoliberalismo y la izquierda radical/comunista no fue la protagonista de los procesos de cambio puestos en marcha en América Latina, asumiendo un rol secundario en la construcción de los proyectos nacional-populares.

Es de destacar el papel que juegan los BRICS en este momento en que el capitalismo ha adquirido una medida geopolítica planetaria a la vez que se acentúa el modelo de acumulación, tanto en forma de reactualización de la acumulación originaria, como mediante la acumulación por desposesión de los bienes comunes. Importante también la posible incorporación a los BRICS de una Argentina que se sumaría a Brasil y reforzaría el peso de América Latina en una relación Sur-Sur con China (primer consumidor mundial de energía), Rusia (uno de los países con mayores reservas de minerales y petróleo) y una India en la que acaba de ser electo Presidente Narendra Modi, un nacionalista ultra que tiene prohibida la entrada en Estados Unidos.

Una América Latina que será centro de disputas geopolíticas en los próximos años, tanto por el papel que puede jugar en la construcción de un proyecto alternativo poscapitalista, como por su ubicación en el reordenamiento geopolítico en su condición de subcontinente que cuenta con la mitad de las reservas de agua del planeta y buena parte de los países más ricos en minerales, hidrocarburos y biodiversidad del mundo.

Proyectos en disputa

Precisamente América Latina está siendo disputada en este momento entre dos proyectos, el de la emancipación e integración latinoamericana, que cristaliza en el ALBA pero también en la apuesta por la UNASUR o CELAC, y el de la restauración impulsada por el imperialismo, con la Alianza del Pacifico como punta de lanza. Estos dos proyectos libran una guerra de posiciones al más puro estilo gramsciano en una estrategia no declarada de asedio reciproco, de avances y de retrocesos. En esta guerra de posiciones continental nos encontramos con un cierto reflujo de los proyectos de emancipación, que tiene un punto de inflexión en la muerte del Comandante Chávez y que no tiene por qué ser un repliegue defensivo si no algo coyuntural, táctico y no estratégico.

El proyecto del imperialismo continua implementándose en varios niveles para lograr el control geopolítico del continente, desde su versión más burda en forma de bases militares y golpes de Estado, a una más sofisticada que se disfraza detrás del agronegocio y los acuerdos de libre comercio, pero que en cualquiera de sus versiones tiene en el control de los recursos naturales su fin último. El proyecto emancipador, generoso en sus esfuerzos como fue toda la praxis del Comandante Chávez, que murió en un último servicio a la Patria, puso todos sus esfuerzos en fortalecer la UNASUR y la CELAC incluso por encima del propio ALBA y eso de alguna manera lo ha debilitado en sus posiciones de avanzada.

Entre medio de estos dos proyectos encontramos los países neodesarrollistas, como han sido definidos recientemente por compañeros como Atilio Boron o Joao Pedro Stedile, cuyas burguesías nacionales, si bien apuestan por el fortalecimiento del Estado y la redistribución de la riqueza, coquetean constantemente con un acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea, siguiendo los pasos de la reedición del ALCA llamada Alianza del Pacifico.

Es por tanto necesario que desde el núcleo duro emancipador se seduzca a este tercer grupo de países, pero en cualquier caso no hay que menospreciar los avances logrados por el proyecto del ALBA y los proyectos nacional-populares en general, avances de recuperación del Estado y de la soberanía política, económica y territorial, realizados en un momento de expansión del capitalismo en general y del imperialismo en particular.

Y si bien los procesos han avanzado mucho en la última década, 16 años en el caso de Venezuela, y 8 años en el caso de Bolivia, ahora es el momento, en esta guerra de posiciones que se está librando en el continente, de pensar en varios niveles de acción. Por un lado, como enfrentar al enemigo, como desactivar la Alianza del Pacifico trabajando con los pueblos, movimientos sociales e izquierda en general de los países que pertenecen a la misma (México, Colombia, Perú y Chile). En otro nivel más interno, es necesario pensar como estos procesos siguen expandiendo su horizonte de descolonización, democracia y soberanía popular; y para ello, es importantísimo (re)pensar el Estado.

El Estado, campo de lucha

Ese Estado que es un campo de lucha y a la vez una relación social, en el que hay que mirar de manera fundamental la relación Estado-Sociedad. Por un lado tenemos, como define el Vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia Álvaro García Linera, a un Estado que monopoliza lo universal, el interés colectivo, pero por otro tenemos en nuestros procesos de cambio un bloque histórico que es más que una simple alianza entre clases y sectores sociales, que es un vínculo entre estructura y superestructura.

Y en esta guerra de posiciones que mantenemos en América Latina, en este repliegue coyuntural del proyecto emancipador de la Patria Grande, se abre peligrosamente la posibilidad de una revolución pasiva en la que ante la ausencia de iniciativa popular, ante el reflujo de las luchas populares que pusieron en marcha los procesos de cambio, el Estado siga haciendo concesiones, pero ya no se de esa fusión entre sociedad civil y sociedad política, o Estado, ya no se den los avances y profundizaciones por impulso de las mayorías sociales.

Todo ello nos podría llevar a revertir el cambio de época que vivimos en una época de cambios, poniendo en riesgo la construcción de hegemonía posneoliberal, que no es irreversible. Necesitamos combinar la guerra de posiciones con algún tipo de guerra de maniobras, insurreccional y ofensiva, para convertir en irreversible el cambio de época; para pasar de las transiciones cortas que han permitido la recuperación de la soberanía, política, económica y territorial, a una transición larga que avance hacia un proyecto poscapitalista, más allá del posneoliberalismo.

Política como ética de lo colectivo

Tenemos algunas herramientas para ello. Por un lado el vínculo que existía entre capitalismo y democracia se ha roto; hoy una buena parte del mundo ya no cree en un capitalismo democrático, y hay que dar un paso más para convencer de que dejen de creer en una democracia capitalista. El siguiente paso será convencerles de que son posibles revoluciones democráticas que nos traigan una democracia revolucionaria donde como fase de transición se combine la democracia representativa con la participativa, donde sea la sociedad la que tome las decisiones en una fusión con un otro modelo de Estado Integral, que en el modelo boliviano se define como Plurinacional.

También teníamos algunas respuestas, pero han cambiado las preguntas; ¿cómo expandimos el horizonte de lo posible? ¿Cómo irradiamos y consolidamos el sentido común de época? ¿Cómo construimos un proceso de cambio continental?

Por un lado debemos pasar de los proyectos nacional-populares en un solo país a un proyecto internacionalista latinoamericanista, y esa construcción de la Patria Grande tiene que estar asentada en los pilares del antiimperialismo, anticolonialismo y anticapitalismo. En el plano del antiimperialismo tenemos que desmontar los ataques del imperialismo, con diferentes aliados, en diferentes ritmos e intensidades, teniendo en claro que todos los procesos son necesarios, pero sin hacer concesiones al enemigo, luchando en primer lugar contra la presencia de las bases militares en el continente y uniéndose contra cualquier intento de golpe y/o desestabilización de un gobierno democrático. En el plano del anticolonialismo es fundamental enfrentar las situaciones neocoloniales que persisten en el continente actualmente, la ocupación de las Malvinas o Puerto Rico, el bloqueo contra Cuba o el enclaustramiento de Bolivia son desafíos pendientes de un proyecto de integración latinoamericana. En el ámbito del anticapitalismo el riesgo es dejar de ser gobiernos revolucionarios y acomodarse en la gestión, hay que combatir los tratados de libre comercio y seguir construyendo modelos económicos alternativos en el que el debate sobre el modelo de desarrollo, vistos los límites que el capitalismo impone sobre nuestros procesos, debe contener un equilibrio entre el derecho al desarrollo de pueblos colonizados por 500 años y saqueados por 20 más de neoliberalismo, y los derechos de la Madre Tierra. Otro límite a los procesos los pone el corsé de la democracia liberal y burguesa, con procesos que tienen que ser permanentemente validados y legitimados en las urnas cada pocos años haciendo frente al terrorismo mediático que busca desprestigiarlos.

Y si uno de los retos es pensar la transformación del Estado, en una mirada regional de un proceso político continental, que no es lineal, que tiene avances y retrocesos, es importante también empezar a pensar en las nuevas formas de representación, en la necesidad del intelectual colectivo, el príncipe moderno; en la necesidad de construir un instrumento político también continental, que vaya cristalizando el horizonte y proyecto.

Slavoj Zizek nos recuerda en uno de sus textos la anécdota de cuando en 1922 los bolcheviques después de ganar la guerra tuvieron que de retroceder y poner en marcha la Nueva Política Económica (NEP), que de alguna manera permitía parcialmente la economía de mercado y la propiedad privada, y Lenin escribió un texto llamado “Sobre el ascenso a una alta montaña”. En ese texto hay una metáfora de un alpinista que ante el fracaso en el primer intento de ascenso a una montaña tiene que retroceder y volver a intentarlo; no se atrinchera en el lugar desde el que ya no puede ascender más, sino que regresa al valle y vuelve a intentar el ascenso. Eso es también lo que necesitan nuestros procesos, volver a empezar en el sentido de repetir el comienzo, las explosiones sociales y rupturas socio-políticas e incluso epistemológicas que dieron inicio a los procesos de cambio.

Y para que esas rupturas se produzcan de nuevo, para trasformar y construir todo lo anterior, el primer ingrediente que necesitamos es el que reclamaba Jacques Danton, miembro de la Comuna de Paris: "Audacia, otra vez audacia, y siempre audacia”.

*Ponencia presentada en el 3º Congreso por la Integración Política Regional, Buenos Aires 23 a 25 de mayo de 2014


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Katu Arkonada

Politólogo, autor de los libros Transición hacia el buen vivir y Un Estado, muchos pueblos, la construcción de la plurinacionalidad en Bolivia y Ecuador


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