Del pesebre a San Nicolás


“Hace mucho tiempo, desde el principio de los tiempos, el gran río, el Orinoco, inundó todas las zonas ubicadas en su ribera. De la inundación no quedó nadie, sino una pareja que corrió para salvarse hacia lo alto de una roca llamada Tepumereme. Desde el alto de la peña observaron una curiara trayendo un hombre alto y fuerte cuyos ojos emitían una gran brillantez. Este hombre era Amalivaka, quien regresaba con su hermano Vochi y las dos hijas de éste.

Amalivaka ordenó a las aguas que volvieran a su lugar y al viento, que soplara del mar hacia la montaña. Se volvió hacia la pareja y expresó: " Yo vengo del otro lado del río y quiero que ustedes vuelvan a poblar la tierra. Cogerán los frutos de la única palmera de moriche que ha quedado, que es el árbol de la vida, y arrojen sus frutos hacia atrás por encima de sus cabezas". La pareja obedeció y de cada semilla que caía en tierra se iba formando un hombre y una mujer. De ellos surgieron las nuevas generaciones. Después de ordenar la nueva creación, Amalivaka, padre original de los hombres y mujeres de esta zona, se embarcó nuevamente en su curiara, remontó la corriente del Orinoco y se marchó para no volver jamás. En ciertas oportunidades, cuando lo invocan se aparece por esta zona encarnado en un animal o persona”.

El relato anterior es el hermoso mito de Amalivaka que explica la formación del mundo, una herencia de nuestros pueblos originarios caribes y que los ilustró durante más de cinco mil años. Hoy, 522 años después de las llegadas de los conquistadores españoles, no me explico la razón del por qué los venezolanos hayan olvidado la hermosa leyenda de la creación del mundo y se acogieron al mito que, sobre este tema, aparece en La Biblia. Parecemos olvidar que este “libro sagrado” no es más que otro de los iconos del imperio español para avasallar y conquistar pueblos enteros en alianza con los frailes ladinos.

Me sorprende cuando algunos especialistas en el folclor afirman que el pesebre pertenece a la tradición venezolana. Tengo la certeza que si a nuestros aborígenes les hubiesen preguntado por un buey o una mula que vieron nacer al niño Jesús, se sorprenderían; primero, porque lo que hoy es Venezuela antiguamente era un territorio caribe, cumanagoto, yekuana, pemón, bari, yanomami, teques, timotos… y sus habitantes jamás vieron tales cuadrúpedos, dados que en estas tierras eran desconocidos. Y segundo, Jesús no es un nombre originario de estas zonas, ni de los andes, ni del llano y tampoco de la selva. De reyes magos, ni se diga, con el agravante que tales dignidades se convirtieron, después del mal llamado “descubrimiento”, en el símbolo imperial.

Parece que nos cuesta entender que la religión católica fue un instrumento de conquista y de avasallamiento para lograr la sumisión de los pueblos originarios. El pesebre, con su niño Jesús, la mula, el buey y los reyes magos se convirtieron en tiempos remotos en un instrumento del poder imperial, muy lejos de la tradición de los pueblos originarios. La religión católica enterró a Amalivaka y nos impuso un Dios implacable que hasta sacrificó a su hijo por el prójimo que continuó pecando. Una deidad que debió hablar arameo y que hoy es capaz de estar en toda las partes del mundo (omnipresente) y escuchar simultáneamente los ruegos de millones de personas en diversos idiomas (un verdadero políglota). Además, nos trajeron una virgen, la madre impoluta de Jesús, que a pesar de haber tenido más de un muchacho siguió siendo casta e inmaculada hasta el día de hoy. Nunca entenderé por qué en diferentes partes del planeta siempre aparece alguna que otra virgen con un mensaje en el idioma del lugar, a pesar que su lengua original, al igual que el del Supremo Hacedor, es el arameo. Tampoco me explico por qué razón la virgen nunca se aparece en Palestina, que según la Historia, es su nacionalidad. Quizás podría producirse un milagro y de esa manera obligar a los sionista devolver el territorio que le pertenece a los antecesores de la madre de Jesús.

No cabe duda que la religión católica es un invento de los imperios y quizás por eso el Vaticano siempre ha visto en estos como sus mejores aliados. ¿Acaso al Supremo Hacedor no se le llama también Rey de Reyes? Esto no me sorprende, dado que este era el título que se les daba a los reyes persas cuando subyugada a varios dominios. Y como el Vaticano es una monarquía, existen los príncipes de la iglesia (los cardenales) y hay que rendirle cuenta al Rey de los cielos, también conocido con el nombre de Dios. No podemos dejar de lado la entronización de una virgen en una basílica. Para llevar a cabo tal sacro acontecimiento hay que coronarla con una costosa diadema de oro, engastadas con piedras preciosas y fastuosa capa también ribeteada con áureos hilos: una verdadera reina. Parece que, para algunos especialistas, todas estas blasonerías monárquicas pertenecen a nuestras tradiciones.

Imposible pensar que la religión se impuso únicamente con el uso de cruz y el arcabuz, del mismo modo se utilizaron diversos engaños para convencer a los pueblos originarios, entre los que voy a destacar: a la Pachamama de los incas los sacerdotes la convierten en virgen María, El Rayo uno de los dioses más temidos del mundo prehispánico lo transforman en el apóstol Santiago y Tonopa, una de los deidades más antiguas de los Andes se transmutó en el apóstol Santo Tomás. Me sorprendí cuando conocí la historia de una de las vírgenes que veneran en la zona de las montañas andinas de Ecuador: resulta que los indígenas de la región adoraban a un volcán al cual le adjudicaban ciertas virtudes mágicas. Al llegar el conquistador español y ante la imposibilidad de erradicar este culto, le puso encima del cráter del volcán una cabeza con las facciones de una linda galleguita y detrás de ella, un halo similar al disco solar. Así fue como el imperio español le entregó a los aborígenes una linda virgen con una falda profusamente acampanada.

Es que los frailes católicos, se valieron y se valen de las mil artimañas para conquistar incrédulos y como antiguamente no había radio, prensa, ni televisión apealaron al arte. Es bueno recordar que, en la antigüedad la mayoría de la personas eran analfabetas y no había manera de adoctrinarlas a través de las lecturas, sino mediante el miedo, temor y compasión resaltados en esculturas y pinturas compasivas. Así fue como se pintaron y esculpieron un sinnúmero de obras para representar los mitos sobre los mártires de la iglesia. Es notable la iconografía católica mostrando santos sangrando, otros acuchillados, asaeteados como San Sebastián, apedreados como San Esteban, crucificado como San Pedro, muertos a la parrilla como San Lorenzo; Jacobo el Mayor, decapitado por una espada; San Felipe, encarcelado, azotado y luego crucificado; Santiago, golpeado, apedreado y finalmente le reventaron la cabeza con un garrote; San Lucas ahorcado, apóstoles decapitados, comidos por los leones, descabezados como San Juan Bautista, anacoretas como San Antonio Abad y San Pablo el ermitaño, en fin, son muchos y diferentes las formas de mostrar el sacrificio de los mártires de la iglesia para despertar sentimientos de piedad por los santos y horror hacia aquellos hombres capaces de prodigar tales castigos.

En la actualidad los folcloristas venezolanos reclaman la pérdida de las tradiciones porque al pesebre lo está sustituyendo por un anciano obeso, vestido con un trajes de lana, manejando un trineo de invierno y empujado por unos renos que sólo se conocen el Polo Norte: es el archiconocido san Nicolás, quien atapuzado de Coca-Cola, el nuevo imperio (el yanqui, no el español) nos quiere imponer unas navidades blancas y llenas de luces. No puedo imaginarme una casa en Maracaibo con una chimenea para que el gordito de la Coca-Cola baje por la estufa con un saco lleno de regalos comprados en el Sambil.

Ciertamente, los latinoamericano no es que están dejado de lado el pesebre impuesto por el imperio español, simplemente, el nuevo imperio (el yanqui) lo está sustituyendo por sus íconos consumistas. Uno de estos lo representa el gordo san Nicolás quien alienta de manera descarda y con carcajada bonachona, al consumo desmedido de productos, en la mayoría inútiles. Quizás dentro de quinientos años en Suramérica nadie recordará el pesebre, o posiblemente se convertirá en una pieza de museo y tendrá vigencia todavía san Nicolás. En el caso de que el imperio, que va en vías de extinción, se mantenga. En verdad, nada diferente a lo que hizo el imperio español.

No soy creyente, he tratado de ubicar mi alma o mi espíritu en algunos de mis órganos o vísceras y sinceramente no la encuentro. Pero ante las mentiras de los frailes prefiero creer en Amalivaka quien, junto con sus sobrinas, van sembrando semillas de moriche en su largo recorrido para que germinen venezolanos honestos, trabajadores, sanos, antimperialistas, protectores del ambiente y sobre todo, que defiendan la tierra que los vio nacer y la misma acogerá las futuras generaciones.

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Enoc Sánchez


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