Entiendan diputados el sentido de su elección

Lo malo de este tiempo, y especialmente de este país,

es la existencia de tantos idiotas,

y como sabes, un idiota es peor que un canalla”.

Carta de Domingo Perón a Evita.

El pueblo habló claro el 6 de diciembre pasado. Lo hizo de manera tan luminosa como hace 17 años, aquel día 6 de diciembre de 1998 cuando eligió por vez primera al comandante Hugo Chávez para la presidencia de Venezuela. En aquella oportunidad ese mismo pueblo lo que dijo en verdad fue: “nunca más las cúpulas podridas de Acción Democrática y COPEY conducirán las riendas del Estado Venezolano”, no más las mismas caras de hombres como Canache Mata, Piñerúa Ordaz, Oswaldo Álvarez Paz, Eduardo Fernández, Carlos Andrés Pérez, Luis Herrera Campins, etc, cabezas visibles de las recetas económicas hambreadoras, entreguistas, desnacionalizadoras, dilapidadoras, antipopulares, serán beneficiadas con el voto popular. No más gente como esta ocupará los puestos de mando para conducir los destinos de la nación. ¡Que se vayan todos!, fue la clara sentencia proferida por los varios millones de venezolanos que acudieron a depositar su voto en ese proceso comicial. ¡Que otra gente nos gobierne! dijeron igualmente esa misma oportunidad. Y tal acontecimiento nos produjo mucha alegría, una gran satisfacción. Había ocurrido una rebelión popular expresada en el acto comicial de esa vez, y se iniciaba así entre nosotros el proceso hacia la constitución de la Quinta República a través de la Revolución Bolivariana. Correspondió a todo el mundo respetar la voluntad popular como debe hacerse en cualquier sistema político donde impere la alternabilidad republicana, misma actitud que se impone hoy a todo el país como consecuencia de lo ocurrido en los recientes comicios nacionales. Aquel pueblo de entonces se expresó ahora en esta oportunidad como lo hizo, y lo que corresponde a todos es respetar esa voluntad depositada en las urnas. Debemos asumir que lo ocurrido debe ser acatado. El soberano decidió integrar una Asamblea Nacional con mayoría de diputados de los partidos de la MUD (112) y con minoría para los de la alianza multipartidaria del Polo Patriótico (55). Tal resultado ha sido decisión popular, cualquiera sea la consecuencia política de ello. No sirve de nada decir que el pueblo se dejó engañar, que traicionó a Chávez, que es un pueblo malagradecido, que ganó la guerra económica. Tal evaluación conduce más bien a escurrir el bulto por parte de quienes, en el gobierno venezolano actual, tienen la mayor cuota de responsabilidad en esta derrota. Era previsible que ese fuera el resultado pues el gobierno dirigido por el presidente Nicolás Maduro, casi que impasible, con las manos cruzadas, nos condujo a unas elecciones en medio de circunstancias demasiado difíciles para el pueblo venezolano: colas, escasez, inflación, especulación, inseguridad, corrupción generalizada. Fuimos conducidos a la humillante derrota del día 6-12 por parte de unos dirigentes (Presidente de la República, diputados, gobernadores, alcaldes y concejales del PSUV), ciegos y sordos a todas las voces que desde muchos meses antes advertían del malestar ciudadano y anunciaban estos resultados electorales. Lo advertido se hizo realidad. Volvieron al gran escenario político nacional los neoliberales, volvieron los partidarios de la democracia representativa, volvieron los amigos carnales del Tío Sam, los afectos a la Alianza del Pacífico y a la propuesta del ALCA; los enemigos de Cuba y del ALBA; los críticos de Petrocaribe, del MERCOSUR y de UNASUR.

Dado entonces estos resultados de ahora en adelante tendremos que acostumbrarnos a la existencia de una realidad política nacional con un poder político fragmentado, uno de cuyos lugares estará a partir del venidero mes de enero en manos de la variopinta oposición, cuyos miembros defienden una propuesta de país situada en las antípodas del proyecto bolivariano. Las contradicciones que se presentarán en la realidad política venezolana serán inevitables. Sin embargo el pueblo no votó para agudizar aun más una situación ya de suyo conflictiva. El pueblo no votó por elevar el conflicto, por extremar la reyerta, por amplificar la crisis. El pueblo voto para equilibrar los poderes, para acabar con esta enfermiza complacencia intragubernamental respecto a sus propias ejecutorias, por terminar con esta orquesta de focas en que se convirtieron los poderes públicos de la nación. El pueblo sufragó para que surgiera en Venezuela una situación política donde, desde la Asamblea Nacional, se vigile al gobierno de Maduro, para que corrija entuertos, para que tome decisiones de impacto resolutivo, para que enfrente y resuelva los acuciantes problemas que golpean a las familias venezolanas. Dado que el gobierno no ha sabido enfrentar con los inmensos recursos que tiene a su disposición las dificultades del país, que lo haga ahora gracias a las presiones que recibirá desde la Asamblea Nacional. Tal ha sido la intención de los votantes de la MUD en esta oportunidad. Tal es la lectura que deben hacer los políticos beneficiados con el voto popular en esos recientes comicios. El mandato recibido por ambas partes es para que se pongan de acuerdo y saquen a nuestro país del atolladero actual. El mandato es un petitorio nacional para sacar a flote la nave venezolana. El mandato es para acordar fórmulas que luego de ejecutadas, beneficien al colectivo venezolano. El mandato es para recuperar la producción económica del país, para recuperar las empresas, fincas y hatos hoy semiparalizados; el mandato es para recuperar el poder adquisitivo del venezolano; para llenar las estanterías de abastos, supermercados, farmacias y comercios del país; para terminar con las colas, con los bachacos y sus bachaquerías; para llevar a la cárcel a los ladrones del dinero público y arrebatarles todos los bienes adquiridos como producto de su delito; para terminar con la rochela existente en las cárceles del país, cada una de las cuales está hoy gobernada por peligrosos delincuentes; el mandato es para terminar ya con ese enroque de incompetentes funcionarios enchufados a la teta de un cargo público a lo largo de estos años de gobierno bolivariano.

La orden del soberano ha sido contundente, clara, categórica. Para el gobierno de Maduro el mensaje es que corrija sin más dilaciones, que actúe ya, y la orden para los diputados de la MUD es que colaboren en la construcción de consensos a los fines de remediar los males de la tragedia venezolana actual, que no saboteen al ejecutivo, que asistan puntual y regularmente a las sesiones de Cámara, que legislen para beneficiar a la mayoría y no a las élites. A ambos grupos se les pide tolerancia, cualidades de estadista para que sus miradas se coloquen por encima de los intereses grupales. Han de saber los elegidos de aquí y de allá que se deben ellos a sus respectivos sufragantes, están allí por decisión de los ciudadanos. Ninguno de los nuevos ocupantes del órgano legislativo nacional ha llegado a ese lugar por exclusivos méritos propios y por lo mismo no es dueño de sí mismo. Están en la Asamblea Nacional representando aspiraciones de los ciudadanos. Que ninguno se caiga a embuste creyendo en las chácharas demagógicas proferidas por su verbo en mítines previos a las elecciones recientes. El pueblo los ha llevado allí para que hablen y actúen en nombre del colectivo elector, para que gobiernen obedeciendo, para que su pensamiento y acción lo pongan al servicio, no de grupos, banderías, élites, sino de la patria. Esto es lo esperado, lo ideal, lo que está incluso en la letra de las leyes del país. Respondan entonces al reto que tienen en sus manos, actúen con madurez política y con responsabilidad social. No nos lleven a una confrontación en la que perderemos cada uno de nosotros, pues ganarán las aves carroñeras foráneas que desde el norte esperan por vientos favorables para desplegar sus alas y lanzarse a volar rumbo a la tan codiciada presa venezolana.



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Sigfrido Lanz Delgado


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