Los revolucionarios solemos despreciar la actividad gerencial. Asociamos inmediatamente dicha actividad con los patronos, lo cual es casi siempre correcto. También pensamos que dicha actividad y todo lo que la rodea, cursos, seminarios, bestsellers, congresos, escuelas de negocios y similares, viene marcada por sus orígenes en los grandes centros empresariales y su objetivo es cómo exprimir más y mejor a los trabajadores y a la naturaleza, para aumentar las ganancias.
Esta actitud completamente justificada tiene, sin embargo, sus bemoles. El primero es que olvidamos la máxima de que para modelar el futuro es necesario utilizar la arcilla del presente. El socialismo se crea a partir del capitalismo, en una operación a beneficio de inventario, tomando aquellos aspectos y experiencias que serán necesarios para el nuevo mundo posible. El pensar que el socialismo se construye a partir de una idílica sociedad rural, solo puede conducirnos a convertirnos en seguidores de Khmer Rouge camboyano o de Sendero Luminoso, con sus nefastas consecuencias.
Ahora bien, al despreciar la gerencia, nos confrontamos con graves problemas cuando nos toca organizar la producción y distribución de bienes y servicios de una empresa pública, comunal, socialista o de una cooperativa. Como somos revolucionarios pensamos que bastará con nuestros ideales y voluntad para conducir estas empresas por el camino de la creación de riqueza para todos. Craso error. Las dificultades inherentes a la gestión se presentarán del mismo modo que se le presenta a cualquier empresa capitalista, con el agravante de qué nuestros objetivos son superiores, porque no se trata de lucrarnos sino de responderle a los trabajadores y a toda la nación con productos y servicios de calidad.
De modo que frente a un reto mucho mayor que el del capitalista, nos encontramos en una posición peor que la de este, porque al menos él cuenta con herramienta y conocimientos que le posibilitan salir adelante, mientras que nosotros solo tenemos voluntad e ideales, pero nada de conocimiento. Y de allí vienen las improvisaciones y “loqueras” que solemos observar en nuestras organizaciones y que conducen a justamente lo contrario de lo deseado: trabajadores y ciudadanos descontentos con la escasa, nula o defectuosa producción de bienes y servicios.
Es justo reconocer que hemos visto buenas gestiones de camaradas al frente de empresas e instituciones, gracias justamente a realizar prácticas adecuadas con la participación de los trabajadores y de los usuarios y clientes, con lo cual nos han dado luces de lo que puede ser una “gerencia socialista”, pero lamentablemente esta no ha sido la constante.
Uno de los problemas más graves que tenemos y que frena el salto al socialismo es justamente ese desprecio al conocimiento en el manejo de las organizaciones. Eso nos vuelve arrogantes y nos hace pensar que podemos salir adelante a punta de voluntad, cuando en realidad solo nos cegamos en nuestro camino al precipicio.
Si queremos salir victoriosos, debemos reconocer nuestra ignorancia y ser más humildes y mantener a las personas con mayor conocimiento en las organizaciones, trabajando para todos, incluso cuando sean opuestos o indolentes hacia el socialismo. Lo esencial es no dejar que ellas conduzcan la organización, lo cual debe ser siempre tarea de los revolucionarios. Pero, y he aquí el punto que deseo llamar la atención, no podremos hacerlo sin el concurso de los técnicos, aún cuando sean de oposición. Y esto lo tenemos que hacer hasta que contemos con nuestra propia cohorte de técnicos y revolucionarios, es decir esos tecno-políticos de los que tanto nos hablaba el economista chileno Carlos Matus Romo, ministro de Allende.
Esa es la lección gerencial que aprendí viendo la película del gran cineasta ruso Serguéi Eisenstein “El Acorazado Potemkin”, película muda de 1925 en la cual se relata el episodio protagonizado por la tripulación de ese barco durante la Primera Revolución Rusa de 1905, quienes se adueñan del acorazado y lo utilizan para la revolución. Los marinos desconocían el manejo técnico del barco y de las armas, las cuales eran manejadas por los oficiales zaristas, por lo cual permitieron que estos siguieran manejando la parte técnica del barco, pero siempre bajo la mirada vigilante y estudiosa de los revolucionarios. Si los marinos se hubiesen puesto a manejar por sí solos el barco, lo más probable era que lo hiciesen naufragar.
En estos tiempos donde se juega el futuro de la revolución bolivariana, ser humildes y aprender las lecciones de los marinos del Potemkin, pudiera marcar la diferencia.