Como se sabe, el capitalismo euro-yanqui y, junto con él, todo sentido del modelo de sociedad occidental, se desarrolló a partir de 1492 a costa, principalmente, de la explotación de los ricos yacimientos minerales de nuestra Abya Yala, además de la mano de obra esclavizada y semi esclavizada, tanto de nuestros pueblos originarios como de los africanos secuestrados de su continente.
Este detalle histórico es importante enfatizarlo a la hora de determinar el por qué, pese a su diversidad de riquezas naturales, nuestras naciones acabaron siendo relegadas -luego de un proceso de recolonización que para muchos se hizo imperceptible y, en algunos casos, justificado- a la función de seguros proveedores de materias primas y mercados estables para la colocación de los productos manufacturados, primero en Europa occidental y posteriormente en territorio estadounidense; obteniendo sus empresarios fabulosos dividendos. Esto hizo que nuestras naciones -al conformar la periferia de este engranaje capitalista global- fueran regidas por elites sumisas a la voluntad e intereses de las grandes corporaciones europeas y estadounidenses, tras la fachada de una democracia "representativa", o "delegativa", supuestamente al servicio del pueblo, pero que -en la práctica- no escatimaba recurso alguno para aplacar y disolver cualquier intento por cambiar (por nimio que este fuera) el orden establecido y, de no lograrlo, siempre se contaría con una dictadura fascista siempre oportuna y hecha a la medida para lograr resultados más radicales, efectivos y expeditos. En el presente, el poder monopólico del capital es extensivo a toda la Tierra, independientemente de si existen regímenes que se proclamen contrarios a su hegemonía.
Para prolongar su existencia, el sistema capitalista global recurre a tres estrategias exitosas, según sus parámetros y objetivos: 1.- lograr que las personas centren sus vidas en el consumo, sin importar si el mismo es fundamental o no, haciéndolas aceptar sumisamente la realidad que las circunda; 2.- disminuir los salarios y causar desempleo, como reformas esenciales recomendadas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, de manera que a los trabajadores asalariados les intimide reclamar mayores beneficios y padezcan la incertidumbre de no disponer de suficientes recursos económicos para subsistir y, menos, de un empleo medianamente remunerado; y 3.- producir crisis, de manera cíclica, que serán solventadas mediante el otorgamiento de ventajas preferenciales de todo tipo a quienes controlan el mercado y la propiedad privada de los diferentes medios de producción. A todo lo anterior, habrá que agregar la guerra como la forma más eficaz utilizada para ejercer control sobre territorios ricos en recursos naturales de interés estratégico. Esta última -ante los roces entre las grandes potencias, o entre éstas y algunas naciones consideradas de la periferia, pudiera desencadenarse en cualquier instante, repitiéndose la desastrosa experiencia de las dos Guerras Mundiales del siglo pasado. Algo que pocos, aún aquellos desprovistos de una experiencia y unos conocimientos militares mínimos, no descartan del todo.
Todo esto apunta, en una perspectiva que algunos calificarán, sin duda, exagerada, a la eventual conformación de una nueva modalidad de Estado supranacional bajo la égida directa de Estados Unidos (cuyos antecedentes podrían representarlos Puerto Rico y, en alguna proporción, el ALCA); lo que podrá alcanzarse tras cooptar, derrotar y/o neutralizar a movimientos de liberación nacional (revolucionarios y socialistas), o de gobiernos nacionalistas, progresistas y/o populistas en cada país objeto de la atención del poder monopólico capitalista.
Según revela Ladislau Dowbor, economista brasileño, en una de sus obras- «el poder mundial realmente existente está en gran parte en manos de gigantes que nadie eligió, y sobre los cuales cada vez hay menos control. Son billones de dólares en manos de grupos privados cuyo campo de acción es el planeta, mientras que las capacidades de regulación global van a gatas. Investigaciones recientes muestran que 147 grupos controlan el 40% del sistema corporativo mundial, siendo el 75% de ellos, bancos. Cada uno de los 29 gigantes financieros genera un promedio de 1,8 billones de dólares, más que el PIB de Brasil, octava potencia económica mundial. El poder ahora se ha desplazado radicalmente». Esto es algo serio que debiera preocupar sobremanera a quienes, desde los diferentes movimientos políticos y populares, cuestionan y combaten la lógica capitalista, en vista que su sola factibilidad supone una verdadera amenaza para la vigencia de los derechos democráticos de todos los pueblos e individuos.
En la circunstancia definitoria por la que atraviesa gran parte del planeta -frente a un aparentemente irrefrenable capitalismo global neoliberal, el cual ha subyugado (y busca subyugar) en mayores niveles y modalidades la soberanía de nuestros pueblos, independientemente de las garantías establecidas en sus constituciones y el derecho internacional, es imperativo que los diversos movimientos sociales y políticos revolucionarios que lo confrontan, activa y conceptualmente, lleguen a comprender que ya no basta con proclamar una unidad que, muchas veces, nunca pasa de ser un elemento meramente retórico o simbólico.
Hará falta apelar a la construcción orgánica y sostenida -desde abajo y en todos los frentes de lucha posibles- de una estructura de coordinación colectiva, basada en procedimientos y actuaciones de carácter consejista que conlleven al logro efectivo de tal unidad, la cual tendría, asimismo, un carácter vinculante para cada gobierno que se sume a esta lucha. En función de ello, habrá que comprenderse, además, que bajo la lógica perversa del capitalismo, la estructura social -muy distinta a la observada hace más de cien años y, más recientemente, hace unos treinta años- tiende a una amplia diversificación, a tal punto que no resulta ninguna novedad «descubrir» categorías y subcategorías sociales existentes en el mundo contemporáneo. Esto, ya de por sí, representa un alto desafío.
Desconocer dicha realidad será continuar manejando los esquemas simplistas y legitimadores que moldearon el actual modelo civilizatorio, o sistema-mundo heredado de Europa, el cual -por su origen «universalista» o, mejor expresado, eurocentrista- desconoce la existencia de pueblos, comunidades y culturas autónomos, sometiéndolos, subliminal o forzadamente, al rigor de unas mismas leyes y a un único patrón de conducta; incluso al margen de éstas.
De ahí que adquiera un relieve especial la transformación estructural del Estado liberal burgués, vigente, con escasas variaciones, en gran parte del planeta, determinándose con ella un importante porcentaje de la lucha emprendida desde diversos ángulos por sectores políticos y populares, pero todos convergiendo en un mismo objetivo: alcanzar un mejor nivel de vida (o lo que llamamos Buen Vivir en nuestra Abya Yala). El otro porcentaje está relacionado con el ámbito espiritual y/o cultural donde la lucha será más profunda, prolongada y nada fácil, dado que la ideología de los sectores dominantes fueron moldeando -con diversos instrumentos a su entera disposición- la conciencia de nuestros pueblos, a tal punto de lograr que éstos llegaran a justificar su hegemonía y a confrontar a quienes se atrevieron a desafiarla, pretendiendo alterar el orden establecido en beneficio de los sectores populares.
La lucha tendrá entonces que orientarse en dos direcciones, ambas íntimamente conectadas aunque pocos lo crean y lo planteen de este modo. Una, la más generalmente admitida, en lo político y en lo económico. En el segundo caso, habrá que admitir que ésta se extiende más allá de cualquier manifestación artística-cultural e incluye lo religioso, en vista que gran parte de su vigencia se debe, primordialmente, al hecho de aliarse al poder constituido y ser un elemento altamente alienante, causando que muchos seres humanos se resignen a su suerte mientras se prodigan bendiciones a sus esquilmadores.