Apartando lo hecho por los grupos de la oposición para tumbar al gobierno, asesorados, financiados y apoyados mediáticamente por el imperialismo gringo y sus aliados -algo que salta a la vista sin tanto detalle-, con todo lo acontecido hasta ahora en Venezuela (o, en la óptica de algunos, muy a pesar de ello) es inobjetable que cada día se percibe que algo no cuadra con el discurso (repetitivo y vacuo, muchas veces) de la dirigencia gobernante y la realidad crítica del país. Que algo, sencillamente, no funciona del todo bien en las diferentes estructuras del Estado, que en el partido mayor del chavismo (y con mayor razón en los partidos políticos de la derecha) siguen vigentes los arcaicos esquemas y vicios adeco-copeyanos, que la cacareada “revolución” únicamente ha servido de oportuno y eficaz trampolín para que un reducido grupo de “vivos” (políticos, empresarios y militares, mimetizados en un común objetivo) sea el beneficiario directo y casi permanente de todo aquello que se derive de la detentación del poder.
Esto explicaría -en un sentido general, sin muchos pormenores- el deterioro de la hegemonía chavista, todavía campante, sin duda, pero con unos flancos débiles -producto de todo lo anteriormente señalado- que han permitido el avance (balbuciente) de la derecha y el surgimiento (incipiente) de otras opciones realmente revolucionarias, algunas reivindicando el ideario bolivariano, otras a Hugo Chávez y, en muchos casos, marcando distancia respecto a éste y a sus sucesores en el ejercicio del poder. De ahí que -tanto chavismo como oposición, dueños y señores, en apariencia, del escenario político nacional, se muestren interesados en desviar el foco de atención de los sectores populares en relación con las verdaderas causas estructurales y coyunturales que han propiciado la asfixiante situación actual venezolana.
Esto explica (también en parte y sin profundizar) el por qué, ante los mismos problemas y las mismas necesidades, las reacciones y las actitudes de las venezolanas y los venezolanos difieren ostensiblemente entre sí. En ocasiones, de protesta y movilización, activando las alarmas en los operadores políticos del gobierno. Otras veces, de silente resignación (reforzando el estado de pasividad moral y política inducido por los grupos oligárquicos del pasado) cuando lo que debiera elevarse y concretarse es la potencialidad mostrada por los sectores populares para romper con las estructuras de dominación aún imperantes y darle espacio abierto a la práctica creadora de la democracia participativa y protagónica, de manera que ésta se transforme -de manera permanente- en democracia directa.
Repitiendo lo dicho en alguna oportunidad por el comandante guerrillero Douglas Bravo, “el desafío es, pues, la ruptura en el plano teórico y práctico con los conceptos que atrapan y domestican a las revoluciones, impidiéndoles trascender el marco de la civilización capitalista; es el de la ruptura con los mecanismos internos de funcionamiento que caracterizan a la vieja organización, los partidos políticos tradicionales y la ruptura con el tipo de relación que establecen éstos con las fuerzas sociales del cambio”. Dicho desafío -haciendo uso de los diferentes mecanismos legales existentes, aun cuando se dude de su posible eficacia- podrá emprenderse y rendir sus frutos, primeramente actuando de modo realista, eludiendo la eventualidad de ser cooptados sus activadores por el sistema vigente. Luego, plasmando en un programa las diferentes propuestas que surjan, reelaborándolo a medida que el mismo se concrete, sin desvirtuar sus objetivos fundamentales. A su favor, se halla la evolución política observada en los mismos sectores populares a los cuales se dirige, un elemento que beneficia las condiciones requeridas para llevarlo a cabo.
Innegablemente, cambiar por completo lo que tiene lugar ahora en Venezuela no será una tarea fácil, ni podrá ejecutarse exitosamente en un corto plazo, sin la participación efectiva y soberana del pueblo. Sin embargo, ello amerita su inicio cuanto antes. Hará falta incitar entre el pueblo, de forma sostenida y retroalimentada, la propaganda, la agitación y la organización autónoma que le permita lograr una caracterización mejor definida del papel histórico que le corresponde asumir en la presente coyuntura; elevando la potencialidad de la lucha popular y, por consiguiente, de lo que entendemos por democracia participativa y protagónica.