Pareciera que la globalización es una práctica reciente, una experiencia que permite a las empresas usureras extender sus maniobras a lo largo de todo el planeta. Evidentemente, sus operaciones tienen por objetivo la protección de sus firmas y el aumento de sus ganancias. Tales réditos provienen de los negocios instalados en aquellos países en los cuales los gobiernos complacientes les permiten el máximo de los lucros, a costa de la explotación de los trabajadores y de la saqueo de sus riquezas.
En verdad, tales manejos no son nada nuevo. Uno de los ejemplos más palpable de estos usos fue la globalización monárquica caracterizada por la endogamia de las familias reales, es decir, los matrimonios consanguíneos de sangre real, o también entre las mismas estirpes, etnias o condición social. En tales nupcias nada tenía que ver el amor entre los contrayentes, estas uniones era una cuestión de estado. Estos himeneos tenían por objetivo el engrandecimiento nacional e internacional en favor de grandes beneficios económicos, el aumento territorial para si o para las dinastías y también, dichos parentescos era una forma de impedir la guerra. Estas experiencias fueron comunes en Europa, Asia y África. Fue aquella monarquía globalizada, la del zar de Rusia y la del rey de Austria la que intentó invadir a Venezuela después de la independencia. La intención era restaurar en el país la realeza española y con esto, nuestra subordinación al rey Fernando VII de España o Fernando de Borbón (la dinastía Borbón era de origen francés).
Ejemplos de estas uniones fueron abundantes en la antigua geografía del planeta. A manera de ejemplo debo señalar el matrimonio de la reina Isabel la Católica de Castilla con el rey Fernando de Aragón, cuyo propósito fue de sacar a los moros de las tierras españolas y formar un solo reino; la boda de Nicolás II de Rusia con Alejandra Fiódorovna, nieta de la reina Victoria de Inglaterra; la boda entre Luis y María Teresa, hijos Luis XIV de Francia y Felipe IV de España; el connubio de María, reina de Escocia y Francisco II de Francia…Y si nos remontamos siglos más pretéritos debo señalar el enlace de Polemón II, rey del Pontus, con Berenice de Judea y el de Aristóbulus Menor de Judea con Isotapa de Emesa. Y más recientemente, el casorio de Yi Un príncipe de Corea con Masako princesa japonesa; el enlace de Alejandro I de Yugoslavia y María de Rumania. Ciertamente, estas uniones entre dinastías sirvieron para iniciar, reforzar o garantizar la paz entre las naciones también en la procura de un trono extranjero y así mismo, acrecentar el poder en un territorio mucho más extenso, con los respectivos beneficios económicos.
Ciertamente estos matrimonios consanguíneos fueron desapareciendo, pero las bodas monárquicas, en forma internacional, con el tiempo se acrecentaron en la mira del aumento del poderío político y económico. Finalizada la Primera y después, la Segunda Guerra Mundial y con esto el ocaso de la monarquía europea, surgen las uniones entre las familias oligarcas de diferentes países las cuales fueron en aumento. Ya no era una razón de estado sino de tipo mercantil, una manera de proteger grandes capitales.
En la actualidad es normal que se lea en la prensa o se advierta en los noticieros televisivos los vínculos entre familias adineradas de Europa, América, Asia y África. Ya no sorprende los lazos entre apellidos como Rockefeller, Roshild, Lasard, Wardurf, Bill Gate, Golman Sach, Morgan, Lechma, Bin Talal, Al Amoudi, Sawiris, Oretga Gaona, Roig Alfonso, Del Pino, Jack Ma, Yanai, Shaffler, Cavendish… La diferencia, con respecto a lo tratado en el acápite anterior, es que tales uniones no se realizan entre parejas, sino entre empresas diseminadas por todo el mundo, dirigidas por los más ricos cuyos nombres afloran en la revista Forbes y en Vanity Fair. Multimillonarios(as) cuyas fortunas individuales sobrepasan a las reservas internacionales de algunos países de África, Asia y América. Son ellos quienes, a pesar de no aparecer en las páginas de la actualidad política, los que en resguardo dirigen el mundo, arrellanados en un cómodo sofá en su búnker o en el piso de un rascacielos de su propiedad. Son los indignos representantes de la derecha internacional.
Ciertamente, la acción de estos individuos no sería posible si no contaran con un apoyo político y un sostén militar, además, de la mass media, capaz de callar lo que no deben y difundir falsos positivos, fake news o la posverdad. De manera coloquial, infames mentiras para destruir o erradicar cualquier movimiento con miras a cambiar el statu quo que tanto daño le ha causado a la humanidad.
La derecha mundial globalizada cuenta con la ONU que no mira lo que está pasando en Israel, Siria, Palestina, Yemen, Cuba, Brasil, Irak…Además dispone de un gran consorcio industrial, los fabricantes de armas que se las vende a sus aliados que conforman el aparato militar más brutal de humanidad. Todos estos organizados en la OTAN, un verdadero demonio destructor. Como vemos, la derecha mundial no está sola, es guapa y apoyada por los mismos gobiernos que en un momento dado esclavizaron y explotaron más de la mitad del mundo en las llamadas colonias o protectorados.
Hoy por hoy los gobernantes del EEUU, España, Italia, Francia, Reino Unido, Alemania, entre otros, coaligados en un organismo de la derecha internacional representada con las siglas UE, pretende dar lecciones de democracia, cuando por todos es sabido que el camino sus desarrollos industrial, agrícola y tecnológico fue sostenido sobre la base de millones y millones de muertos, de la esclavitud y de la rapacería de las riquezas de otros países.
Esta derecha internacional está repartida en todo el planeta organizada en corporaciones multinacionales. Los nombres de los integrantes de sus juntas directivas aparecen en la industria automotriz, en los colosales consorcios industriales, en las magnas corporaciones fabricantes de armas, en los laboratorios productores de medicinas, en las compañías aeroespaciales, en las industrias de alimentos, en las sociedades financieras trasnacionales… En sus actas constitutivas figuran estadounidenses, ingleses, franceses, alemanes, chinos, rusos, mejicanos, brasileños, argentinos, turcos, italiano, suecos, japoneses, ricos de la India…una caterva de ambiciosos quienes se consideran dueños de las riquezas del planeta. Es la derecha globalizada.
Aquellos multimillonarios, cabezas de esa explotadora e insaciable derecha internacional, son los que atentaron contra Fidel Castro, los que mataron a mi comandante Chávez, los que están detrás de los juicios contra Puigdemont, Dilma Rouseff, Lula Da Silva, Cristina Kirchner y Rafael Correa (esto no es coincidencia). Además, esa derecha internacional es la responsable de las sanciones económicas contra Cuba, Irán, Venezuela, Rusia y China. Asimismo, planificadores y financistas de los golpes de estado contra los gobiernos insumisos de Ecuador, Siria, Bolivia y Venezuela, perpetrados por el Departamento de Estado, operador físico de los mandatos de la derecha internacional.
Esta derecha internacional es la que financia los viajes de Julio Borges y los de Antonio Ledezma para que recorran el mundo vendiendo el país al mejor postor en un turismo de vergüenza. Es a esta caterva de la derecha internacional a quien le rinden cuenta los presidentes y los primeros ministros del planeta, para que la primera tengan a su disposición los países que ellos gobiernan y los segundos, reciban lo capitales suficientes para mantenerse en poder.
La derecha internacional necesita de traidores como Julio Borges, Antonio Ledezma, María Corina Mancado, Delsa Solórzano, entre tantos canallas que se la pasan hozando en el barro putrefacto de la política nacional e internacional, solo para recibir limosnas a cambio de la venta de nuestra patria. De allí el temor de los acaudalados quienes temen el resurgimiento de un mundo diferente, centrado en los seres humanos y no en el del dinero. Bien se lo expresó Bolívar a Santander, en el 1825: "Las revoluciones populares son contagiosas en grado superlativo". Es el temor de la derecha internacional. Lee que algo queda.