Néstor, Wilmar, Chávez y la “burguesía revolucionaria”

La flojera nos hace escépticos. Dejamos de hacer las cosas porque no le vemos sentido, sin embargo estamos pensando desde la pereza, no se trata de que lo que dejamos de hacer no tenga sentido, sino que nos cansamos de solo pensarlo. Si se es escéptico, se es escéptico y ya, sin recular, nos quedamos echados en el sillón. Nos burlamos de todo, como algunos personajes de Dostoievski vivimos eternamente con una sonrisita de sarcasmo en el rostro haciendo ironías sobre cualquier cosa, nos reímos de nuestro atuendo y de nuestra mala educación; algunos escépticos hacen de la crápula una valor, “nuestro valor distintivo”. Pero eso de que, luego de haber demostrado con hechos y palabras que no creemos en un coño, y sorpresivamente nos lancemos a defender una causa ajena, ¡ya es el colmo del sarcasmo! Si hay algo que nos tranquiliza en el mundo simbólico es tener las cosas ordenadas en la cabeza, por categorías, claras y distintas…, como para que ahora un escéptico se instituya defender una causa.

Néstor Francia, el gran escéptico, cree en las alianzas del Estado con los sectores privados, no tiene que apoyarse en Chávez para convencernos de que es así, se le nota. Si no creyera en eso, no fuera escéptico. ¡Se cree de verdad verdad en cosas que parecen imposibles, que ameritan grandes esfuerzos, en el socialismo, por ejemplo!, no en lo que de hecho es y ha sido (bueno, en eso también se cree, pero por falta de voluntad e imaginación): el capitalismo.  Su argumento, como él mismo lo dice, son elucubraciones suyas sobre Chávez. Pero YO… (¡exacto!) sostengo otra opinión respecto a Chávez, y esta se refleja en la misma cita que usa Néstor de él, de la escena con Braulio Álvarez y Mendoza. Chávez, a mi manera de ver, jala a Mendoza hacia su terreno y no al revés, la alianza estratégica de la cual él habla conduce a una asimilación de la actividad empresarial a la causa del socialismo, lo que quiere decir, a la desaparición eventual de la propiedad privada, es una apelación a la consciencia trágica de estos orgullosos petulantes, consciencia de que son seres iguales a todos por ser mortales. Chávez ahí se conduce un poco más incisivo o profundo de lo que Néstor cree. Es decir, Chávez no es el pendejo que Néstor cree que es.

El hecho que uno esté cansado no quiere decir que los demás lo estén, hay que saber sostenernos frente al espejo, así duela. La duda pesimista ese es un mal de los escépticos, una desconfianza inmutable sobre todo. Exactamente no sabemos quién fue esa persona (Chávez), pero yo prefiero ver en ella lo mejor que pudo reunir el ser humano en un individuo, viéndolo en el “contexto”. Néstor hace todo lo contrario, lo reduce a su estatura y se siente bien – “cuando mucho Chávez es como yo, si no, es peor que yo”. Esos argumentos para justificar lo dicho por Wilmar Castro Soteldo solo le sirven a Francia, no al  ministro.

Chávez cuando anuncia su compromiso con el socialismo lo hace (así lo creo yo) porque sabe lo que está diciendo, no lo hace porque tiene en mente lamerle los zapatos a Mendoza. Cuando le dice a Mendoza que es igual que el otro es para que Mendoza deje de ser arrogante y orgulloso por el hecho de tener mucho dinero, y lo ubica, como clase social,  en la mira de sus objetivos políticos, lo quiere sacar del juego, ¡O estás con el socialismo o te vas! Solo a Francia (y a otro pocotón de gente parecida) se le ocurre que Chávez es Maduro, eso consuela un poco a cierta clase de flojos.

Castro Soteldo sabe también lo que está diciendo, no necesita que lo defiendan o lo traduzcan, está claro. El cree que puede existir una burguesía esquizofrénica, capaz de atentar en contra de sí misma, y eso no existe, como no existe el unicornio, (a pesar de Orlando Araujo y de la “burguesía trabajadora”). Castro Soteldo piensa en que la burguesía puede retroceder a tiempos del “trabajo duro”, el ahorro y la Reforma de Lutero.

El problema, o el fondo del problema, tal y como lo expone Francia, está en lo que heredó cada cual de  Chávez, en cuál es tu Chávez, y el Chávez de Francia y el de Wilmar Castro, es Maduro, una proyección hacia atrás de Maduro, y eso es una calumnia a Chávez que los atraviesa a los dos, que pasa por sus cuerpos. Mi posición es que Chávez sabía de lo que hablaba cuando se decía socialista, sabía hacia dónde dirigir la revolución. Chávez, a diferencia de casi todos sus ministros, vivía en un constante estudio teórico del problema del Socialismo y de cómo es su forma práctica, de la revolución, tomó en serio su papel de líder. Escribió el plan de la patria, no se lo escribieron, al menos no se lo “pensaron”. Así, como dice Francia, por una frase mal  leída tampoco se puede acusar a Chávez de reformista o de madurista, hay que leerlo “en el contexto” de todo el plan y de su vida. Pero lo dicho por Wilmar Castro, dentro del contexto y fuera del contexto, dice lo mismo: se trata de un anhelo de domeñar la furia burguesa, de convertir a un tigre en un gatico, un caimán en una lagartija, hacer que un escorpión controle sus instintos, que un burgués de hoy, “trabaje duro” y no explote a sus trabajadores; en el caso de la “burguesía revolucionaria” el sentido es el mismo dentro que fuera del contexto, no hay argumento que pueda cambiar su dirección.

La burguesía se alía para explotar no para salvar a nadie, esa es su naturaleza. Eso lo sabía Chávez cuando hablaba con Mendoza, y verlo de otra forma, y ver a un Chávez cándido, mirando a los ojos y no el alma de aquel señor orgulloso es casi que ofensivo. Chávez no fue un superhombre, pero seguro que estaba ahí por causas más elevadas que buscar una “alianza estratégica” con la burguesía para hacer una revolución socialista, eso es una necedad. Basta con leer el Plan de la Patria escrito por él, no el de Maduro. En el “contexto”, todo lo hecho hasta ahora por Maduro apunta a una sumisión del Estado a los propósitos de la empresa privada, a los capitalistas es decir, a la burguesía, ¡claro, guardando las apariencias!



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Marcos Luna

Dibujante, ex militante de izquierda, ahora chavista

 marcosluna1818@gmail.com

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