Dar repuesta a tantas situaciones que ocurren en el país con aquello de la divergencia política que nos arropa inmerecidamente ya se nos está haciendo casi imposible o cuesta arriba, pero el deber llama, sobre todo, cuando nos encontramos frente a tantas insensateces, alejadas del marco legal o constitucional.
Esta vez tenemos la obligación de hablar del 23 de enero, esa fecha, ya casi fatídica, que ha venido marcando la vida de los venezolanos, por más de 60 años.
Si bien en un principio el 23 de enero significó una fecha importante y lo sigue siendo, digna de recordar, porque encausó, a partir de ese momento, al país por el camino de la democracia, hoy en día vemos que grupos disidentes, con o sin razón, la utilizan para descargar insatisfacciones que llevan, en muchos casos, al resto del país, a estar confundidos. Y lo que es peor, a estar sumido en pena, dolor y desgracia.
En ningún momento pretendemos hacer ver que las protestas, y menos si hay razón de tomar la calle, sean cuestionadas, pues es la única manera que el pueblo tiene para reclamar lo injusto, pero eso sí, nos oponemos, de manera categórica, a que las mismas sean utilizadas para promover actos vandálicos, más caos, muerte y desolación, cuando no hay razón para ello.
Días próximos al 23 de enero el país disidente ya venía demostrando de acuerdo a sus amenazas y anuncios lo que ese día podía ocurrir. Y en efecto, una vez más han surgido las protestas tenidas de sangre, que grupos inadaptados, en este caso de la oposición, ha llevado adelante.
En todo el suelo venezolano se calculan que los caídos, esta vez, suman más de 13, indistintamente que algunos, si el caso así lo ameritaba, se merecían penalidades severas, más no la muerte.
Este 23 de enero se ha querido, desde algunos sectores de la oposición, reeditar las "guarimbas", que solo dejaron en un pasado reciente en todo el país desconcierto, caos, luto y dolor.
A Voluntad Popular (VP), de la mano con Primero Justicia (PJ), una vez más, se les endosa estas manifestaciones violentas, que pretendían consolidar el golpe en marcha en contra del Presidente Nicolás Maduro, sobre todo, una vez que el imperio, de forma injerencista y grotesca, lo alentaba.
En Yaracuy, que siempre se ha distinguido por ser un estado pacifista, alta mente revolucionario, los exaltados lograron su cometido: se enarboló la bandera del caos, la de la quema y desde luego la de la muerte.
Un joven, de quien se desconoce su vocación política, perdió la vida en una escaramuza, en donde no habías funcionarios del orden público, que se escenificó en la plaza Sucre, del municipio Independencia, sin que hasta ahora se sepa el origen de la bala que lo asesinó.
Eso sí, a lo largo de los días próximos al 23E, vimos gente ligada a los medios alentando las marchas y festejando, sobre todo, a través de las redes sociales, la convocatoria de unidad de la oposición, que tenía como norte el desenlace que hoyen día está a la vista de todos.
La pregunta que obligatoriamente cabe en estos momentos hacerse es la siguiente: ¿qué va a pasar en lo inmediato?. ¿Quién o quiénes pagarán los desmanes que desataron la quema de vehículos y originaron la muerte, al menos , de ese yaracuyano, inmerecidamente?
En este punto nos toca abordar el papel que debe jugar en estos momentos la Asamblea Nacional Constituyente (ANC). Si bien, una vez que fue electa sirvió para pacificar al país tras las "guarimbas" del año 2017 que todo o casi todo lo destruyeron, es hora de ver sus capacidades para salirle al paso a quienes persisten ahora en desear incendiar de nuevo a la nación.
La ANC, insistimos, no puede bajo ninguna circunstancia o pretexto dejar a un lado esta nueva escalada golpista, que pretende desajustar al país, la paz y la tranquilidad de los venezolanos.
El país bueno, la nación amante del diálogo, la cordialidad y del entendimiento, reclama en este momento ponderación, entendimiento pero sobre todo justicia.
Nuestro estamento legal es muy amplio y preciso. Sobran razones de peso para que sea empleado a fondo, y de una vez por todas se castigue -de manera ejemplarizante- a todos aquellos que han venido dando con el traste de la razón y de las propias leyes, amparados en razonamientos mediáticos, ilógicos y en falsos positivos.