A propósito de estos días, donde nuestro amado país ha venido sufriendo unas fallas sistemáticas de energía eléctrica general y parcial que ha afectado desmedidamente a nuestra población, causándole perturbaciones en el desarrollo de sus quehaceres diarios domésticos, laborales, asistenciales, industriales; y pare usted de contar; creo que nos ha servido para reflexionar, en algún momento, bajo este contexto de angustia y preocupación que origina este tipo de eventos. A toda la ciudadanía nos ha perjudicado emocional y materialmente. Como no soy experto en cuestiones técnicas, sobre todo, en este abordaje de la electricidad, considero que no es a mí a quien le corresponde realizar este tipo de análisis; sería perderme en mis argumentos. Mi techo de conocimiento en esos asuntos de ingeniería eléctrica es muy bajo. Para ello, existen especialistas con competencia.
Con el auxilio de una velita, a veces, escribiendo en relación a la coyuntura que existe en nuestra Nación, como se presentan en cualquier parte del mundo; con sus altas y bajas, con sus oportunidades y amenazas; mientras se recarga la electricidad, según la programación estatal, me he puesto a cavilar; y en algunas de mis apreciaciones, según mi juicio, todo esto ha sido producto de un lento proceso que ha venido desarrollándose desde hace mucho tiempo. Un embrión de negligencia, dejadez, modorra; quizá por el encanto que nos produjo una riqueza inesperada, como el petróleo, para la cual no estábamos preparados; olvidándonos por varias generaciones de cosas tan elementales; trayendo por analogía al joven que tiene mucho dinero y después no haya que hacer con él.
En este orden de ideas, se hace menester un examen de conciencia colectiva. Para el año 1936, con actitud vislumbrada ante la crisis de esa época, Uslar Pietri decía: "Una cuestión que no sólo es responsabilidad de los hombres que ejercen el gobierno, sino de todos y cada uno de los seres que en esta tierra vivimos esta hora, una responsabilidad que no es sólo del magistrado sino también del empresario, del agricultor, del técnico, del periodista, del profesional, del maestro, del trabajador manual, porque en la forma que todos y cada uno acometan su parte de tarea, empezando por el legislador y terminando por el ama de casa que al hacer su compra en el abasto puede ayudar o no a que se siembre el petróleo, depende que este país logre consolidar su riqueza presente y hacer seguro el porvenir." (Medio milenio de Venezuela, pág: 460).
Puede deducirse que lo anterior, corresponde a un esfuerzo general donde cada compatriota tiene una cuota de responsabilidad. Tanto ayer como hoy, no es cuestión de individualidades aisladas. Pienso que hay que romper con esas frases "¡Sálvese quien pueda!", "La viveza criolla". En sociedad tiene que prevalecer el esfuerzo mancomunado. Esa cita señalada en el párrafo anterior, cobra mucho más vigencia en nuestros días; a nuestra generación, la de nuestros hijos; y nietos y nietas. Es un gran desafío. Sabemos que es un monstruo de mil cabezas; no obstante, no es utópico que nuestra pequeña Venecia salga a flote, aireada, con buen progreso. Considero que no es tiempo para ser pesimistas. Las desilusiones hay que sepultarlas. Mientras más grandes sean los problemas, mayores serán las querellas. Estoy en cuenta que ésto no es dócil digerirlo.
Está implícito añadir, que yo no veré la Venezuela que mis nietos y nietas verán. No, no se trata de adivinar el porvenir con algún signo del horóscopo para explorar las posibles alternativas para el futuro de nuestra amada Venezuela. Los hombres pasan, las instituciones quedan. Entre esas tendencias de resoluciones que fluctúan entre lo negativo y lo positivo, a mi juicio, deberá imponerse la conciencia nacional; donde deberá preponderar más la educación que la improvisación; la historia que la ignorancia y la cultura que las ideologías. No son dones que nos envía la providencia, sino una gran tarea que tenemos por delante. Bajo esta exigua llama de la velita que me acompaña, puedo contribuir con mi aporte; pueda que no sean los más aceptados. Pero como el pensamiento es complejo, quedan abiertos a la hermenéutica de cualquier coterráneo del que estoy convencido, siente un gran amor por esta hermosa Patria.
Ya, para cerrar, soy del que piensa que tampoco hay que sumergirse en ese fatal optimismo de que el azar de la riqueza habrá de resolvernos todas las dificultades sin el esfuerzo de cada ciudadano y cada ciudadana. Quedarnos con los brazos cruzados, sólo criticando negativamente, maldiciendo y odiando; esperando que los demás hagan; estimo que no es la orden del día. Con más razón me atrevo a decir: ¡Venezuela, en tus aguas turbulentas no te hundirás!
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