Más allá de la multiplicidad conceptual sobre los partidos que pudiésemos rearmar ante cualquier apuro inquisitorio, está un principio que más o menos diría que un partido es la expresión organizativa de un sector social que cuenta con un conjunto de ideas que deberían traducirse en un programa que concentre la esencia de una política que aspira a gobernar para convertirse en política de funcionamiento nacional, es decir en la política de tútiri mundachi.
Simón Bolívar, que concibió el embrión de un partido vigoroso en el momento que juraba en el Monte Sacro, la libertad de Venezuela; fue una víctima de ese partido, nunca legalizado en sus principios puros, en el fragor mismo de la lucha independentista. En ese sentido la naturaleza de un partido no está dada por el aspecto legal sino más bien por la fuerza de las ideas que de manera monolítica se concentran en la masa. Las ideas de ese partido eran de Bolívar, que de algún modo había recogido su germen de la revolución francesa, pero una vez que las esparce en sus discursos y proclamas dejan de pertenecerle. Surgen entonces las interpretaciones impregnadas de intereses personales que hacen nacer a las facciones. A eso desde muy antiguo se la llama traición, y esa traición se llama Páez y Santander, por citar sólo dos casos emblemáticos.
En este momento tan importante de nuestra Revolución Bolivariana, Chávez ha lanzado la línea de la conformación del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Al igual que sucedió antes con Bolívar, las ideas de este partido fueron lanzadas a los vientos del descontento popular, aquel día 4 de febrero de 1.992 en aquella intentona por recuperar el Gobierno para el Pueblo. De algún modo es partido existe desde ese episodio cimero de nuestra historia reciente, en el imaginario de las masas populares de nuestro País. Sin embargo ese partido no ha podido estructurarse como partido de la clase trabajadora venezolana, y esa circunstancia ha sido el obstáculo más grande para la profundización de la Revolución Bolivariana. Chávez así lo ha comprendido, sabiendo como sabe que el actual estado de nuestra Revolución amerita de un Partido único del Pueblo, que sepulte en el olvido lo protagonismos individuales que hasta ahora han carcomido los cimientos de nuestras victorias; y de esta manera ha levantado la antorcha que señala el camino a la construcción de nuestro Socialismo. Socialismo que tendrá necesariamente que tener Socialismo, como el arroz con pollo que tiene que tener pollo.
Pensamos que no deberían presentarse dificultades para la conformación del PSUV, si se siguen las antiguas e insuperables reglas del protagonismo popular. La dirigencia de ese mollejero de partidos surgidos recientemente, debería someterse a la legitimación popular. Lo más sano sería que cedieran el paso a la dirigencia natural del Pueblo. Es para ellos una decisión existencial. El tren de la Historia les está pitando: o siguen o se quedan, he ahí su terrible dilema.
La conformación del PSUV viene a cumplir necesariamente con una labor de profilaxia política. Aquella vieja manía puesta en boga por adecos, copeyanos y sus derivados actuales, de que un partido es para hacer negocios, para tener un harem de mujeres, mansiones y yates de lujo, haciendas y cuadras enteras de caballos de paso, y sobre todo para insultar con su prepotencia bufa la dignidad del Pueblo; deberá ser erradicada, sacada de raíz por el PSUV. Sus dirigentes ideales serían los que menos tengan, y no los que más tengan. No estaríamos hablando de un partido para las contiendas electorales, y para el usufructo de sus dirigentes, estamos hablando de un partido, para la formación política de nuestro Pueblo, es decir, la enseñanza ampliada y profunda de cómo funciona la construcción de nuestro futuro socialista.