Cantinflas, el barbero, soñó, "Si yo fuera diputado". Deseó, con amor y entusiasmo, serlo para enfrentar a quien fuese menester para resolver las calamidades de la gente común. Y fue electo, su sueño se hizo realidad con el apoyo fervoroso de la gente humilde que, con él y dentro de él, alcanzó aquel peldaño, porque para eso realizó una serie de luchas concretas, reales, en favor de ella y atropellados, hasta alcanzar le eligieran. Sus luchas y sus actos fueron el anuncio de lo que en el cargo haría. Pues todo eso tenía un sentido y significado profundo. No fue lo de él afiliarse a un partido, como una congregación religiosa, una secta cualquiera, pegar cartelones, repartir propaganda y repetir consignas estereotipadas como quien hace el rezo. Ofrecer el cielo para que gente terminase arrumada en la borda del bote de Caronte navegando hacia el infierno.
La filmación, como los poemas, no tuvo más nada que decir para que bajase el telón. Iba a ese cargo, a lo que se había propuesto, cumplir los compromisos contraídos, no tenía otra opción y por eso, quien elaboró el guion, no tuvo necesidad de exponer más nada. Era el de Cantinflas, en aquella película de 1952, un compromiso irrenunciable. Una concepción según la cual el gobernante o funcionario no fue electo o él mismo asumió la responsabilidad para el goce personal de aquello, satisfacer su ego, aprovechar todas las ventajas que de eso se derivasen y menos terminar conformándose con lo que desde otro espacio le impusieran, sino a resolver los problemas de la gente que le dieron su confianza y hasta afecto. Para eso fue allí, no para permanecer de diputado sin importar lo que hiciese. Justamente por eso y todo eso soñó: "¡Si yo fuese diputado!"
Cuando se llega al poder en las sociedades nuestras, cada quien que en eso está, tiene una meta y un compromiso. El de cualquiera puede ser y lo suele ser, poner en ejecución un plan diáfanamente concebido para beneficiar a los suyos y a quienes le llevaron al poder con la fuerza de su dinero y sus medios. Betancourt, en 1959, asumió la presidencia, con la clara conciencia de abrir más el país al ingreso de los capitales estadounidenses, primordialmente mediante aquel programa que llamaron de sustitución de importaciones. Y tuvo él y quienes de él se sirvieron, un significativo éxito.
No fue el suyo, el de 1959, el plan soñado en los anteriores grupos militantes clandestinos y exiliados de obreros y estudiantes, donde el interés de los obreros y las clases humildes fue lo esencial y hasta primero. Él y gran parte de los suyos, para 1998, habían cambiado, ya eran otros y no se molestaban en ocultarlo. Se sentían felices de ser esos. Eran entonces coherentes. Y uno, el simple militante, lo supo y le enfrentó. Si algo bueno hizo fue no mentirnos.
No había en Venezuela una clase capitalista, empresarial, con un proyecto y menos capitales para proponer algo distinto y más acorde con el interés y el merecido destino nacional. Fue un plan concebido en el exterior, en las correrías del hijo de Guatire por los EEUU y en sus largas conversaciones con sus amigos como Nelson Rockefeller.
Y se instalaron aquí aquellas empresas que buscaban pagar los más bajos salarios posibles, aprovechar una excelente y hasta abundante mano de obra (para eso nació el INCE) y servir de puente para exportar desde aquí al resto del continente y al mundo lo que llegaba del norte medio terminado y aquí se terminaba. Y los empresarios estadounidenses, sus capitales, los empresarios de aquí, incapaces de hacer algo trascendente, resultaron altamente beneficiados tanto que, todo ese universo, hasta pudo darse el lujo de exportar sus capitales a otros espacios y el Estado y la clase trabajadora recibió sus migajas, aunque suficientes para comer y recibir beneficios precarios en áreas como salud y educación. Por ejemplo, los obreros contaron con un IVSS que le prestaba el servicio de salud completo. Lo que no significa no hubiese en aquellos tiempos su franja amplia de miseria, sobre todo entre quienes, por distintas circunstancias, no se lograban insertar en el campo de trabajo.
Por supuesto también para lograr aquello, Betancourt dijo "disparen primero y averigüen después". Fue un tipo que hacía una vaina y su discurso era coherente con su obra. Sus pasos iban justo por donde anunciaban sus palabras.
Betancourt, supongo, como otros tantos presidentes, salvo quizás aquellos a quienes sus "queridas" dejaron en la ruina y abandono, se fue feliz de este mundo, convencido y satisfecho de la obra cumplida; todavía de los suyos y hasta entre quienes antes le combatieron, le recuerdan con notable admiración.
Deprimente, por lo menos para el observador, es la vida de quien se cree una cosa, lo pregona, hasta pareciera empeñado en convencer a mucha gente que es aquello, y hace todo lo contario. De quien pareciera creerse, si uno le da algún valor y sentido verdadero a su palabra y por estar atrapado, trabaja en función de algo y, en verdad, todo lo que le sale como obra verdadera, es lo contrario. Como quien intenta pintar algo y el pincel que maneja su mano termina haciendo otra cosa.
Si "Yo fuera presidente", no tanto por mi origen, porque uno puede ser una cosa y en el camino a voluntad y conciencia transformarse en otra, como empezar la marcha en un grupo que quiere ir al norte y en el camino devolverse con rumbo al sur, empezar en unas compañías y más tarde asumir otras, sino por mis convicciones, de repente me descubro sirviendo a quienes antes quise combatir o haciendo lo contrario de lo que estaba obligado a hacer, poner a pasar hambre, hasta no se sabe cuándo, a quienes les prometí hacer su vida feliz, me daría mucha pena, me sentiría hasta traicionado por mí mismo y traidor de todo y todos de cuantos en mi creyeron y en lo que antes creí.
¿Cómo sentirme bien, feliz, hablar como si no tuviese ningún cargo de conciencia, sino al contrario, como si cumpliese de manera cabal el compromiso que asumí, hasta de manera azarosa? Por lo menos sentiría pena y hasta temor por los muertos.
Si fuese puesto y hasta yo mismo me pusiese, valiéndome de mis habilidades y ardides, como capitán en el puente de mando de un barco muy lleno de tripulantes y pasajeros, con la obligación de llevarles a un puerto determinado, habiéndome perdido en el camino, viéndoles sufrir la incertidumbre, no puedo justificarme con cosas baladíes ni "cantos de sirenas", porque eso no les salvaría la vida. Si soy coherente depongo y entrego el mando a quien pueda llegar a un puerto seguro.
Por cierto, llegado aquí, Pascualina Curzio, en artículo "Perspectivas económicas 2021, dice, así de manera contundente, como totalizadora y por demás sugerente, sin desenfado, "En 2020 pudimos observar varios movimientos populares en contra del sistema, lo que no vimos fue a verdaderos líderes que canalicen estas exigencias de los pueblos."
https://www.aporrea.org/economia/a298950.html
Pareciera que Pascualina puso el ojo en la mira y esta en el objetivo preciso, pese no haya hecho alusión concreta a nadie, pero…. "a buen entendedor".
¿Si perdido en la ruta, ya faltándonos agua, alimentos y perdida la fe de todos, hasta la mía, cómo puedo ponerme a exhibirme como el gran capitán, portador de unas cartas marinas y unas llaves que deben abrir todas las puertas que hallemos en el camino, sino no hay caminos y tampoco puerta que abrir para salir huyendo del loco capitán; de mí mismo?