Aunque se les desestime por diversos motivos, los sectores populares podrían ser capaces de conjugar un tipo de socialismo comunal (cuya práctica ancestral sobrevive hasta el presente, expresada en variadas modalidades, tanto entre los pueblos campesinos como en los pueblos originarios) con la visión de una gran nación democrática, en un sentido más cualitativo que cuantitativo. Esta conjugación implica realizar un proceso continuo de edificación de esta nación democrática, la cual tendría que fundarse en el reconocimiento de las identidades multinacionales (o pluralidades culturales) existentes en su territorio, algo equivalente a lo promovido y conseguido constitucionalmente en Bolivia durante el mandato del Presidente Evo Morales. La opción transformadora de los sectores populares (representada por este tipo de socialismo comunal, extraído de su experiencia de lucha más que de manuales teóricos provistos de una alta dosis de eurocentrismo) no podría ni debería, por tanto, reproducir las mismas relaciones de poder y de producción que caracterizan al actual sistema aun cuando éstas permitan la posibilidad de lograr una equitativa redistribución de la riqueza y una más efectiva participación ciudadana, ya que se volvería al punto de partida, sin cambios radicales o significativos.
Frente a la pretensión de algunos apologistas de la supremacía del mercado capitalista por imponer una reestructuración sin comunidad es vital que los sectores populares opongan, para superar los niveles mínimos de sobrevivencia en que viven y alcanzar, en consecuencia, su verdadera emancipación, una propuesta radical donde sea la comunidad uno de sus elementos más destacados. No dejarse embaucar por la ilusión del capitalismo, ya que -según la conclusión proporcionada por Ana Esther Ceceña- "dentro del capitalismo no hay solución para la vida; fuera del capitalismo hay incertidumbre, pero todo es posibilidad. Nada puede ser peor que la certeza de la extinción. Es momento de inventar, es momento de ser libres, es momento de vivir bien". En un mundo atrapado por un individualismo hedonista como elemento de la cultura hegemónica y moldeado según las reglas del marketing, cualquier iniciativa popular en esta dirección debe contemplar como elementos constitutivos la autodeterminación económica y política, de manera que el pueblo ya no esté a merced de la manipulación de los mercaderes de la política tradicional, quienes, por cierto, verán en esta autodeterminación un serio peligro para sus intereses; llegándose a prescindir, incluso, del Estado. La transición sistémica implícita en lo que podríamos llamar socialismo comunal tiene, entonces, como un objetivo primordial, el cambio del sistema imperante y así debe verse y ejercerse. No tendría sentido esforzarse mucho por cambiar sólo algunas formas políticas o económicas, obviando la forma de vivir y de entender la vida, dotados de nuevos valores y formas organizativas con los cuales desaparecer los valores hegemónicos y las entidades que le impiden a todos y todas alcanzar una emancipación integral. Es preciso que surja, con el concurso de todas y todos, una nueva forma de organización social que se haga hegemónica en todos los ámbitos, en la economía, en la organización de la producción y del consumo, en la cultura, en los diferentes medios de comunicación, en la educación y en la política, entre otros, de manera que esté asegurada la transformación estructural de la sociedad bajo una concepción horizontal del poder.
La construcción consciente de la historia -transformando la totalidad de las condiciones existentes- puede resultar una cuestión extraña o ajena al común de la gente, o como algo que no buscan ni anhelan desempeñar, inmersos en una visión estática de la misma, de la cual solo podrían ser meros espectadores, sin propuestas innovadoras y sin conflictos qué superar, en tanto, los sectores dominantes (tocados por la gracia de Dios) estarán llamados a ejercer el poder, según sus gustos y avideces. Esto permite el trasplante de géneros de existencia social de los que difícilmente se sustraen las personas, llegando a admitirlos ya sea por inercia o por mera conveniencia. Para que el tipo de socialismo comunal del que hablamos sea una posibilidad real, es necesario que éste produzca una ruptura respecto a lo anterior; de otra forma, no habría ninguna revolución integral en cuyo seno pueda desarrollarse paralelamente el cambio revolucionario en todos los niveles de la existencia personal y colectiva, asegurando, al mismo tiempo, un proceso de debate abierto donde tenga cabida la heterogeneidad, complementado y ampliado mediante la incorporación de otros discursos y otras propuestas. Asimismo, es importante crear -en el marco de este posible socialismo comunal- redes de apoyo mutuo y formas de vida comunitaria, las que servirán de fundamento a la creación de espacios alternativos donde los principios del auto-gobierno, la reciprocidad, la redistribución y/o el auto-abastecimiento sean sus constantes rasgos esenciales; posibilitándolo y consolidándolo en todo momento o circunstancia.