En artículo anterior esbocé algunas opiniones sobre este importantísimo tema, que ha sido preocupación permanente de muchos revolucionarios y, desde luego, del líder del proceso; el cual, en su definidor discurso del 15 de diciembre, al considerar por una parte el requerimiento inaplazable de unidad de acción y dirección y por otra el recurrente fracaso en los varios intentos de construir una organización ad hoc, anunció su decisión de conformarla, de crear “un instrumento político que se ponga al servicio, no de parcialidades ni de colores, sino del pueblo y la revolución, al servicio del socialismo”. Esta decisión --no puede ser de otra manera, en mi concepto, y así lo dije antes-- pasa a ser una línea para todos los militantes bolivarianos.
Que las diversas estructuras organizativas existentes acometan discusiones sobre las características fundamentales del nuevo partido y sobre las dudas o reticencias internas inevitables, es completamente legítimo y deben tomarse el tiempo necesario para solventarlas, como en efecto lo están haciendo. Pero la medida de la consecuencia de las conclusiones a que lleguen, cualesquiera sean las propuestas y clarificaciones que planteen, parece estar dentro del dominio de la línea planteada.
Pues, ¿Es ésta la revolución de liberación nacional de Venezuela, o no? ¿Es o no el proceso que está abriendo los caminos del poder al pueblo, llamándolo a asumir la participación democrática, el protagonismo de su historia? ¿Es o no el hecho político que estalló para transformar la sociedad y viene recuperando la memoria histórica, sembrando la moral y las luces, incluyendo a los excluidos y organizando a las masas despojadas de sus riquezas y derechos para conquistar la mayor suma de felicidad posible? ¿Es o no la respuesta a los depredadores de nuestros recursos, a los que trazaban nuestras políticas, a quienes pusieron, envilecieron y quitaron gobiernos, a los explotadores del trabajo, a los imperialistas y los oligarcas? ¿Es o no la expresión de las aspiraciones recónditas del pueblo, de fraternidad, solidaridad, amor y vida digna, aspiraciones que implican la superación del modo capitalista de existencia y por consiguiente la lucha por el socialismo? ¿Es o no la puesta al día del programa bolivariano de patria grande, soberana y libre?
La decisión de mantener tienda aparte tendría que interpretarse como respuesta negativa a estos interrogantes, implicaría la disposición a trabajar por otra revolución, “la verdadera”, sería rendir culto al instrumento y ponerse de espaldas al pueblo y a la situación concreta. Creo que ningún revolucionario puede caer en esa trampa.
Toda la inmensa riqueza de conocimientos, experiencias, facultades analíticas, capacidades organizativas y valores éticos que esos camaradas atesoran debe orientarse al fortalecimiento orgánico e ideológico del partido unido que la revolución requiere. Un partido para las tareas históricas planteadas, para cambiar la estructura de la sociedad, buscar la emancipación social y erradicar la explotación del hombre por el hombre. Un “partido de masas que construya cuadros”, según la recomendación gramsciana, y “que viva y se desarrolle en la concreción del proceso histórico”, según la de Vladímir Uliánov. Un partido que exprese la voluntad de nuestro pueblo, sea un auxiliar lúcido del líder y ayude a forjar las victorias que alumbren el porvenir.
Yo, que siempre voto gallo rojo, me permito expresar la convicción de que el glorioso Partido Comunista de Venezuela y las demás entidades revolucionarias, responderán a este llamado con la fidelidad al pueblo que está en su razón de ser.