El impacto causado por la evolución de la sociedad humana en los últimos dos siglos sobre la naturaleza en toda su complejidad ha sido profundo, irresponsable e irreversible. Hasta hace pocas décadas, los seres humanos empezaron a tener conciencia de los daños provocados por el estilo de vida imperante en suelos, aire y mares de la Tierra, lo que nos ha llevado a todos a una crisis climática de incalculables consecuencias, entre éstas la desaparición de todo tipo de vida existente; llegándose a plantear la búsqueda y puesta en funcionamiento de una alternativa estructural al capitalismo que impida tal posibilidad. En el presente, muchos comprenden que la destrucción de los ecosistemas naturales no solo ha enriquecido enormemente a quienes se benefician directamente de ella, explotando sin muchos y efectivos controles sus diferentes recursos, sino que ha dejado sin hábitat a una diversidad de especies animales y desterrado a otras tantas de origen vegetal, convirtiendo en desiertos amplias franjas de terrenos, como ocurre desde hace largo tiempo con la Amazonía.
Ahora, el asunto no es tan fácil de solventar como podría percibirse, partiendo de la realidad crítica creada. Creer que solo bastará con la aplicación de algunas normas legislativas y la adopción de ciertos cambios de actitud individual, así como la sustitución de prácticas ecocidas o contaminantes por parte de los grandes conglomerados industriales, para revertir dicha realidad es pecar de ingenuos. «El deterioro ambiental -como lo desglosa Santiago Clément, ambientalista e ingeniero agrónomo de Argentina- no es originado por la producción de ciertos bienes y servicios puntuales, sino que la raíz del problema es el modo de producción capitalista de todos los bienes y servicios y las compleja interrelación existente en todo el sistema (a nivel productivo, logístico, de explotación de recursos, etc.). El monocultivo de soja y otros granos producidos con paquetes tecnológicos con alto requerimiento de agroquímicos y fertilizantes sintéticos, por ejemplo, dañan grandes superficies naturales produciendo un grave efecto en el desarrollo de la flora y de la fauna local y, sin embargo, es un alimento vegano. Es decir que el convertirse al veganismo no asegura en absoluto que no haya sufrimiento animal por causa humana, pues al desmontar la selva para producir soja, maíz o trigo en grandes extensiones, se produce la muerte de miles de animales y la destrucción de su hábitat».
Tomando en cuenta lo anterior, la continuidad de la vida sobre la Tierra tendría que convertirse en punto de primordial importancia en cualquier agenda de las cumbres multilaterales que se realicen, marcando plazos urgentes con que pueda impedirse una catástrofe ambiental aún mayor a la que anticipan los expertos en esta materia. Sin embargo, gobiernos y corporaciones continúan actuando sobre la naturaleza como si ésta fuera infinita y pudiera autoregenerarse. Obvian lo que ocurre en los océanos, cuya fauna es víctima de los efectos de los diferentes desperdicios arrojados a sus aguas, al mismo ritmo con que las emanaciones de automóviles e industrias afectan el aire de las ciudades. Se prefiere continuar con el viejo modelo extractivista impuesto por el sistema capitalista, en algunas ocasiones, manejando un discurso aparentemente a favor de la preservación del ambiente pero que contradice su práctica ecocida. Ejemplo de ello es la urgencia de hallar fuentes de energía alternativas, lo cual se recomienda y reconoce ampliamente, no obstante, las grandes corporaciones transnacionales impiden, de un modo u otro, que esto sea una realidad a corto y largo plazo. Lo otro, planteado desde hace más de un siglo atrás, es emprender la transformación de los modos de producción y de las condiciones materiales de existencia vigentes.
Simultáneamente, hay que librar una importante batalla contra la ideología burgués-capitalista en su versión neoliberal. La clásica desigualdad existente entre las clases sociales ahora se basa en la primacía del individuo y del libre mercado, una realidad que tiende a incrementarse a nivel global, afectando todos los órdenes. Conceptos como reciprocidad y mutuo bienestar no encajan bajo la nueva realidad forjada por el capitalismo neoliberal, los cuales suelen tildarse de comunismo y/o socialismo a fin de evitar cualquier nivel de simpatía y adhesión de los sectores populares con quienes los propongan, explotando sus miedos frente a un eventual régimen despótico. Quizás este proceso de desideolización resulte más difícil de alcanzar, en vista de los múltiples instrumentos de ideolización al servicio de los intereses de los sectores dominantes, en una lucha asimétrica que exige una constancia y unos planteamientos innovadores fuera de la lógica binaria prevaleciente. No obstante, ésta y la transformación de los modos de producción y de las condiciones materiales de existencia son las alternativas con que se pudiera asegurar, de modo definitivo, la continuidad de la vida sobre la Tierra.