¿Ha dicho la revolución la última palabra?; ¿Qué tipo de revolución hemos hecho?; ¿Quién está en el poder?. ¿Qué le hace falta a esta revolución?.
En enero de 1958 culminó todo un esfuerzo del pueblo por derrotar la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. El desenlace, como todo el proceso que culmina el 23 de enero, fue violento, muchos fueron los venezolanos asesinados por los esbirros de los cuerpos represivos que defendían al régimen y los intereses que este representaba. Acción Democrática (AD), el Partido Comunista de Venezuela (PCV), Unión Republicana Democrática (URD) y COPEI fueron las principales organizaciones partidistas que sirvieron de vanguardia a los venezolanos. Y sin embargo, ese proceso devino en una historia de más de 40 años de miseria y represión contra ese mismo pueblo. Como dice “…el aforismo de uno de los más célebres escritores de la filosofía e historia de las guerras, Klausewitz: “La guerra es la continuación de la política pero por otros medios.”1 y parangonando al filósofo: La política es la continuación de la política misma de antes de la guerra cuando se hacen amagos de revoluciones, durante los años que siguieron a 1958 no se hizo más que repetir la misma política que se pretendía destruir. Eso fue lo que ocurrió en Venezuela desde que Páez fuera Presidente, con los respectivos matices, por supuesto: todas las formas de sistemas políticos, desde entonces, no fueron más que la continuación de la política que dio origen a las guerras y a los efímeros momentos “democráticos”: los regímenes constituidos por y para la defensa de los grandes capitales, de los capitalistas, de la burguesía.
En el 58 rápidamente la burguesía se desprendió del Partido Comunista; AD, URD y COPEI se alían en el Pacto de Punto Fijo (sólo unos días después sale URD del pacto). Inician una feroz arremetida contra los militantes comunistas al mismo tiempo que construyen de todo un falso aparataje democrático que dura 31 años hasta el punto de inflexión político más importante de toda la historia de esa época: 1989. Durante esos años la revolución del 58 devino en la continuación de la política de Pérez Jiménez pero por otro medio: la democracia de la burguesía. Como dice Lenin (ob. cit.) en su momento y bajo aquellas circunstancias históricas, en palabras que perfectamente describen el período de la guanábana: “Los bancos siguen siendo bancos… las ganancias siguen siendo ganancias, lo mismo en una república que en una monarquía.”. Agregamos nosotros: el mismo capitalismo, las mismas fuerzas represivas, la misma burocracia, el mismo caudillismo. No hubo después del 58 nada que diera esperanzas o indicara el avance de la revolución más allá de la mera representación burguesa; en otras palabras: fue derrotada la lucha del pueblo, hasta que llega 1989; desde entonces Venezuela ha venido transitando todo un período de extraordinaria riqueza política
Pudiera preguntar algún opositor con tono de burla: ¿Y desde que se inició la revolución bolivariana acaso los bancos no siguen siendo bancos y las ganancias ganancias?. Claro que si, tendríamos que responder sin titubear; a lo que replicaría: ¿Y entonces en dónde está la revolución?.
Ahí si tendríamos que argumentar, para ser objetivos y no pecar de “defensismo revolucionario”, es decir, de defender irracionalmente a la revolución por el sólo hecho de estarla realizando, como si tal acto, en sí mismo, fuera suficiente para que emerja una nueva sociedad, un nuevo hombre.
Una revolución es un momento tal en el que se revoluciona, en el que se destruyen las cimientes del viejo modelo; momento dado por un conjunto de circunstancias históricas que confluyen y permiten a los explotados revelarse contra el régimen que los subyuga, en el que adquieren la conciencia social necesaria para comprenderse clase explotada y para identificar a la clase explotadora, para comprender la relación de explotación y del régimen de explotación, es decir, de lo que en esencia lo explica: la propiedad de los medios de producción por una clase que, en sus respectivas épocas han sido los esclavistas, los señores feudales y, hoy, los capitalistas, la burguesía; un momento en el que las clases explotadas también comprenden que la burguesía se apropia del producto socialmente creado por todos los miembros de la sociedad y que, para su defensa, crea instituciones como la religión, el estado y los cuerpos policiales. Y para comprender también que el objetivo, entonces, no es la destrucción de las instituciones ni el derrocamiento de la burguesía, sino la destrucción del régimen de apropiación de los medios de producción. Desparecido éste, desaparecen las instituciones, la propiedad sobre los medios, el sistema de explotación de unos pocos hombres sobre los muchos que son el resto.
Vista así una revolución tendríamos que responder, aceptar y reconocer en que en Venezuela no se dio una revolución de tal magnitud y características. ¿Y entonces no hay revolución?. Veamos.
Nos dice Éngels en el Prólogo a la edición alemana del Manifiesto del Partido Comunista: “…el propio Manifiesto advierte que la aplicación práctica de estos principios [los desarrollados en el manifiesto] dependerá en todas partes y en todo tiempo de las circunstancias históricas existentes”; lo cual nos obliga a retomar la pregunta que titula este artículo: ¿En dónde está la revolución bolivariana?. De nuevo Lenin nos ayuda: en la creación de nuevas organizaciones (Ej: Consejos Comunales, redes de productores, cooperativas y otras formas de organizaciones colectivas), de un estado alternativo revolucionario al existente (las misiones; nuevos ministerios, nuevas estructura jurídica y visión militar), en la presencia de hombres y mujeres convencidos de la necesidad de construir una sociedad diferente, que en sus etapas iniciales logre una mejor distribución de la producción social, unas nuevas relaciones sociales. La revolución Bolivariana la encontramos en la elevación de la conciencia política del pueblo, en su disposición de asumir y practicar una mayor participación y protagonismo en la toma de decisiones, en la convicción nacional y latinoamericana de que no habrá una verdadera revolución si la misma no trasciende los puntos y rayas del mapa. Y ¿esto es suficiente?. ¡NO, y muchas veces NO!. De nuevo: evitemos el defensismo revolucionario. La verdadera revolución está en evitar que “la guerra sea la continuación de la política…” que la engendra. Si no trascendemos de esta etapa, vamos inexorablemente hacia la repetición del enero aquél de 1958.
Es entonces cuando adquiere trascendencia la construcción del Partido Socialista, porque esta institución es reflejo de la elevación de la conciencia clasista de los explotados, es el encuentro de los iguales, el instrumento que da unidad a la idea de sociedad que poco a poco ha venido construyéndose en el ideario social, es decir, unidad y coherencia al programa revolucionario, lo que da unidad ideológica a la práctica revolucionaria (praxis). Sin Programa Revolucionario no hay Partido Socialista, no hay sur en la lucha, se dispersan los esfuerzos, no se identifica al verdadero enemigo.
En definitiva: ¡sí estamos haciendo una revolución en el contexto propio de nuestra realidad nacional y latinoamericana! pero es necesario trascender la etapa y las tareas actuales para no dar continuidad a la vieja política; es fundamental la construcción de todo un entramado organizativo, ideológico y reivindicativo que de fuerza y coherencia a las acciones futuras (el partido, el programa); también lo es la construcción de un nuevo Estado (la estrategia, la gobernabilidad) y de una nueva estructura jurídica (El Poder, la capacidad de hacer). ¡A levantar la rodilla de la tierra y a profundizar la revolución!. ¡No demos tregua, carajo, o pasaremos 500 años mas subyugados, sometidos, explotados!.
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