Tres acontecimientos, diferentes pero de igual sustancia, marcan el vertiginoso transcurrir de estos días alumbradores de historia. Primero, la tributación popular de amor al Guerrillero Heroico en el 40º aniversario de su acceso a la inmortalidad. El Che, como Jesús de Nazareth, como todos los grandes verdaderos, entregó su vida por la redención de los explotados y oprimidos de la Tierra, y desde entonces su sangre vertida, portadora de ideas seminales y de ejemplo de entrega ilimitada, viene regando los campos de la revolución social, y sus manos cortadas señalando los rumbos, en su Cuba gloriosa, en la Argentina que lo vio nacer, en la Bolivia hija dilecta del Libertador, en la Venezuela bolivariana y por tanto guevariana, en la Guatemala donde inició sus pasos, en los demás ámbitos de nuestro multiétnico Continente, en las recónditas esperanzas del África martirizada y en todos los otros horizontes del mundo. Cómo se estudia hoy al Che, cómo se aprende de su integridad vital y moral, cómo se agradece su recuperación de la esencialidad libertaria del pensamiento de Marx, cómo se ve en él la imagen de los gigantes que lo precedieron y junto con ellos la prefiguración del nuevo ser humano. ¡Gloria eterna al Che Comandante! ¡Hasta la victoria siempre!
Segundo, el proceso de constitución del Partido Socialista Unido de Venezuela, PSUV, el cual en la noche del miércoles 11 del corriente octubre, año séptimo del siglo XXI, realizó bajo la impronta de su líder el acto de jura de sus voceros y voceras, más de catorce mil personas escogidas por la base, pura expresión de pueblo, una instancia organizativa que nos pone a las puertas de un nacimiento verdaderamente trascendental. El PSUV será la vanguardia revolucionaria de Venezuela, el movilizador más firme y consecuente, el auxiliar idóneo para que la comunión de pueblo y liderazgo desenvuelva a plenitud su potencial transformador, en función de erigir la nueva sociedad redimida de la explotación y la injusticia. Sus militantes tendrán la misión de enseñar y aprender en articulación con los hombres y mujeres de las clases y capas más profundas, deberán ser los primeros en el trabajo, en el compromiso y en la dación de sus capacidades y posibilidades, y los últimos a la hora de pretender alguna reivindicación personal. Su primordial deber es la forja de una moral de acero, para con ella alcanzar la gloria de ser útiles. Es ése el reclamo obligante que nos viene de la palabra de Bolívar y resuena en la de Chávez y a cuyo influjo marcharemos siempre hacia la victoria. ¡A ganar con nuestro pueblo esa gloria eterna, hombres y mujeres del PSUV!
Tercero, la propuesta de reforma concebida por el Presidente para armonizar la Constitución bolivariana, para que las insuficiencias, cortedades o “descuidos” de manos peludas colados en el texto de algunos artículos dejen de ser trabas y abran paso al florecimiento pleno de los principios de diamante sobre los cuales la carta magna se asienta. Con esa propuesta el socialismo bolivariano o del siglo XXI, que en tales principios reside, adquiere presencia y perspectiva. La condición esencial para que el socialismo sea verdad (según lo conciben las ideas más lúcidas y los sentimientos más puros) es que sea democrático; la condición esencial para que la democracia sea verdad (gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo) es que sea socialista. Ambos son consustanciales. El capitalismo, como cualquier sociedad de clases y por el hecho de la desigualdad, sólo puede engendrar ficciones de democracia. La propuesta presidencial es para que el socialismo y la democracia se abracen y sean verdad. ¡Por siempre!
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