El marxismo y el proletariado

Hemos entrado a una fase de la historia del capitalismo, de la alienación del hombre por el hombre y por los fetiches (mercancía-capital-dinero) en que, por un lado, los ideólogos de la globalización capitalista salvaje nos dicen que llegó “el fin de las ideologías”; y, por otro, algunos importantes estudiosos de la ciencia social –especialmente de la sociología marxista o materialismo histórico-, nos dicen que ya el proletariado no posee esas cualidades que le otorgaban el histórico papel de ser el portador de una nueva sociedad (socialista); incluso, algunos alegan que de tanta tecnología avanzada, la globalización capitalista ha hecho prácticamente extinguir la fuerza y la potencialidad del proletariado en unos cuantos países, reduciendo a la mínima expresión sus posibilidades de ser gestor primordial de la lucha de clases por la revolución –toma del poder político- y por la construcción del socialismo –régimen económico-social que sustituya al capitalismo-. Hoy en día sirve de ejemplo a esas tesis el fenómeno político o proceso revolucionario que se adelantan en países como Venezuela, Bolivia y Ecuador esencialmente. ¿Pero tratemos, con mucha objetividad, de precisar hasta dónde o qué punto puedan ser ciertas esas ideas?

 Para sostener esas ideas necesariamente se pasaría por creer, ciertamente, que ya el proletariado se encuentra desarticulado, fracturado y descompuesto, sin músculos y huesos hasta tal punto que perdió sus reales características de clase social. Eso llevaría, por la lógica histórica, a creer también que la burguesía desapareció del mapa de la lucha de clases; y ésta, por la primera o la segunda razón, dejó de ser el motor de la historia. De esa forma, el marxismo ha perdido sus brazos y sus piernas, lo que le hace imposible vigencia para caminar y hacer camino al andar. La revolución pasaría a ser una obra exclusiva de organización política o de movimientos sociales pluralistas sin una doctrina definida que caracterice su estrategia política.

 Si los sociólogos o estudiosos de la ciencia social explicaran sus exposiciones o argumentos sólo a través del materialismo dialéctico –como filosofía-, lo más seguro es que el proletariado entraría en un laberinto o caverna platónica donde no encontrará luz (idea clara y precisa) para salir victorioso de su oscuridad ideológica. Pero hacerlo, desde el punto de vista del materialismo histórico como ciencia o continente historia, podría el proletariado rebelarse triunfante sometiendo a crítica demoledora todo ese ideal que se cuele entre la sociología científica marxista para negarle su papel emancipador de la sociedad. Por lo menos, así lo dice la experiencia dándose de golpes contra teorías que en la lucha de clases quedan aplastadas bajo las ruedas del carro de la historia.

 El capitalismo, mientras exista, es un modo de producción caracterizado por una base estructural y una superestructura levantada sobre aquella. El socialismo es la primera fase de un modo de producción que el marxismo denomina comunismo. Y no se concibe, científicamente comprobado, hasta el socialismo altamente desarrollado un modo de producción, donde reinen la explotación y la opresión del hombre por el hombre, sin la existencia de clases contradictorias y antagónicas que dejen de disputarse el poder político por imponer programas diferentes y radicales de concepción del mundo o de la vida social. Si llegásemos a creer que la burguesía y el proletariado, por efecto de la globalización capitalista salvaje, se fusionan –aun sosteniendo sus profundos antagonismos sociales- dejando se ser las fuerzas o las clases esenciales y que le dan vida a la lucha por lo viejo (la burguesía) o por lo nuevo (el proletariado), perderíamos toda razón para creer en el socialismo y, por consiguiente, del marxismo sólo asumiríamos el esqueleto para exhibirlo –tristes y decepcionados- como un sueño tan utópico que hubo de sepultarlo boca abajo, para que no siguiera insistiendo en meterle ideología en la cabeza del proletariado.

 Que se conozca, en ninguna obra del marxismo se excluye, por dogmatismo o sectarismo, a sectores o estamentos sociales del pueblo o de la sociedad en la lucha por la revolución como tampoco a ningún pensamiento que, de una u otra manera, se plantee conquistas saludables para el devenir histórico fuera de su concepción materialista de la historia o filosófica. Incluso, la revolución proletaria o, mejor dicho, socialista no excluye ni entra en contradicción antagónica con la reforma social mientras que ésta sea por el progreso o bienestar de la sociedad. Lo que sí tiene claro el marxismo es que todos los fenómenos, sean de la naturaleza o de la sociedad o del pensamiento, están sometidos a la ley de la contradicción, a la ley del cambio cuantitativo en cualitativo, al proceso de interrelación desde su nacimiento hasta su final, y que todo es dialéctico por mucha lógica que se le busque para negárselo. Pero el marxismo, producto de profundos estudios científicos y de la práctica social, quedó demostrado para siempre que los esclavos, los campesinos y la pequeña burguesía no son capaces de llevar a cabo revoluciones que transformen la sociedad, porque no poseen en su entraña ese embrión de clase que las haga portadores de un nuevo modo de producción. Pero eso no excluye que no sean participantes activos y hasta fundamentales de un proceso revolucionario que vaya de la mano o dirigido por la clase que represente sus aspiraciones de superación. Es verdad, para poner un ejemplo, que la pequeña burguesía fue quien le completó la revolución a la burguesía francesa en 1789, pero fue ésta la que imprimió e impuso las reglas de juego y los principios fundamentales del modo de producción capitalista. Todas las luchas de los esclavos, al margen de la clase feudal, fracasaron en su intento de derrocar el régimen de los señores esclavistas. Todas las luchas campesinas, al margen de la burguesía, no cristalizaron en su misión de derrumbar la base y la superestructura del régimen feudal. La historia humana no es un invento del hombre, sino el resultado de profundos y complejos fenómenos sociales que se producen en la naturaleza, que no dependen –hasta ahora y hay que seguir repitiéndolo- de las voluntades de la conciencia, por mucha influencia que tenga ésta en el devenir histórico. Los seres humanos hacen su vida social, su historia, y la historia en general, pero no la hacen en circunstancias elegidas por ellos, por un producto de sus voluntades. Aquí cabe exactamente ese principio de la vida que Marx describió diciendo: es el ser social quien determina la conciencia social, no la conciencia quien determina el ser social.

 De tal manera, que desde la superación o sustitución del comunismo primitivo por el modo patriarcal, se puede decir hasta el sol de hoy que es la lucha de clases el motor de la historia. Y nada, absolutamente nada, hace suponer que en el capitalismo suceda algo distinto, a las luchas entre el proletariado y la burguesía, que vaya a constituirse en ese motor de la historia, en la expresión o factor que sea capaz de construir un modo de producción o un nuevo devenir histórico sobre la destrucción del capitalismo, que sería fuera de toda duda el socialismo, como rostro de una cultura y un arte universales y no de clases sociales.

 Como lo dice Henri Lefebvre: “Marx no se ocupó del proletariado porque se halla oprimido, para lamentarse de su opresión. Mostró cómo y por qué el proletariado puede liberarse de la opresión y abrir el camino hacia todas las probabilidades humanas. El marxismo no se interesa en el proletariado en la medida en que es débil (como ocurre en el caso de las personas “caritativas”, de ciertos utopistas, de los “paternalistas”, sinceros o no…), sino en la medida que es una fuerza; no porque es ignorante, sino porque debe asimilar y enriquecer el conocimiento; no porque la burguesía lo haya sumido en lo inhumano, sino en la medida en que lleva en sí mismo el porvenir del hombre, y rechaza como inhumana esta vanidad burguesa. En una palabra, el marxismo ve en el proletariado su devenir y su posible”.

 Si Bolívar, por ejemplo, hubiese interpretado que sólo los llaneros portaban la posibilidad de la independencia venezolana en su entraña frente a España, dejando en los oligarcas criollos y su nacionalismo como segundones que debían marchar y obedecer la voz de los peones, quizás, todavía se estaría haciendo campañas por los páramos andinos sometidos a peores métodos de crueldad bajo el dominio de la Metrópolis o Boves la hubiese concluido no se sabe a favor de quiénes. Esto quiere decir, traduciéndolo al momento actual, que si el Presidente Chávez cifrara todas sus esperanzas sobre su deseo de construir el socialismo del siglo XXI en la capacidad creadora y “transformadora” de la pequeña burguesía sin tomar en cuenta al proletariado venezolano, entraríamos al siglo XXII enfrentados a un conflicto sangriento, tormentoso e insolucionable con un proletariado –visto por la concepción pequeñoburguesa de la lucha- tan degenerado o descompuesto que sería el sostén fundamental del régimen capitalista como copropietario de la burguesía en la propiedad de los medios de producción.

 En el primer caso (Bolívar) como en el segundo (Chávez) sería no haber entendido la dinámica de la lucha política de su tiempo, no haber comprendido las contradicciones de su época ni el papel de las clases o las naciones en su era, ni haber asimilado correctamente los intereses económicos que mueven los factores históricos hacia la conquista de un determinado fin estratégico político. En una palabra: sería como contradecir a la historia misma de su tiempo, como nadar en contra de la corriente en aguas turbulentas todo el tiempo. Démonos cuenta de la importancia del marxismo a la hora de las investigaciones, no sólo como concepción materialista de la historia, como filosofía, como ciencia de la economía política, como ciencia del socialismo, sino también –es de vital importancia- como una guía para el análisis y la exposición de realidades sociales, de las clases y del Estado, de la correlación de fuerzas a nivel internacional y nacional, y de la elaboración de estrategia y táctica como el fin juzgando a los medios. Pero en defensa de la verdad, Bolívar entendió correctamente las contradicciones de su tiempo y sabía que los criollos propietarios de los medios de producción, por la imperiosa necesidad de poder político para decidir en la economía, eran los llamados a dirigir la gesta independentista. Y su visión fue tan clara de la lucha que no excluyó ni siquiera a los españoles y canarios que quisieran cerrar filas en los frentes de patriotas contra el colonialismo español. Por su parte, Chávez, no recuerdo ni el día ni el mes, en un discurso señaló que sin la participación decidida y decisiva de la clase obrera no podía concebirse la revolución o la construcción del socialismo.

 No pocos ideólogos, por lo menos creyéndose marxistas, juzgan el comportamiento actual del proletariado a nivel internacional y nacional por el comportamiento de su dirigencia sindical, sin darse cuenta que sólo saben apreciar erróneamente la política como un simple y directo “reflejo” de la economía. Por eso andan convencidos, sin atinar en las verdades, que una dirección refleja directa y simplemente a la clase. Es verdad que en determinadas circunstancias (caso Estados Unidos, por ejemplo) la dirección sindical de la clase obrera refleja no sólo a ésta, sino también a la burguesía. Olvidan, por otro lado, que el proletariado ruso, siendo Rusia una nación atrasada del capitalismo europeo, fue capaz de engendrar la dirección más clara, combativa y decidida que conozca la historia humana, aunque también –es cierto- el proletariado de Inglaterra, el país capitalista más antiguo del planeta, sigue siendo el más servil y lerda a favor del imperialismo. Si por estas cosas, por las derrotas sufridas por el proletariado en su historia de lucha de clases, llegásemos a la conclusión que las raíces de los errores es consustancial a las cualidades sociales del movimiento obrero como tal, tendríamos que convencernos que el devenir de la historia, del socialismo en este caso, se nos presenta oscuro y sin esperanza de victoria. Triunfaría, entonces para perjuicio de la misma historia que no debería cansarse de marchar mirando un nuevo horizonte, esa mezcla de empirismo y racionalismo, como filosofía del capitalismo imperialista, usando la parte más cortante del cuchillo contra el pescuezo de la revolución proletaria.

 Trotsky nos dice que “La concepción marxista de la necesidad histórica no tiene nada que ver con el fatalismo. El socialismo no se va a realizar <<por sí mismo>>, sino que será el resultado de la lucha de fuerzas vivas, clases y partidos. La ventaja crucial del proletariado en esta lucha reside en que él representa el progreso histórico, mientras que la burguesía encarna la reacción y la decadencia. Esta es la fuente de nuestra fe en la victoria”. Podríamos agregar nosotros, sin temor a equivocarnos, que lo que resta de campesinos y lo que vive de pequeña burguesía, no representan el futuro de un nuevo orden social, sino más bien un esquema de conservadurismo aferrado al sentido amoroso por la propiedad privada y no por la propiedad social sobre los medios de producción. Esto no niega que la lógica de la historia, de la lucha de clases por el socialismo, les atraiga y lleguen asumir el ideal del proletariado como única vía de vida que será capaz de crear verdadera justicia social para todos. ¿Entonces, la propiedad privada sobre medios de producción de campesinos y de pequeños burgueses para qué una vez logrado ese nuevo orden social? Hay que repetirlo, como madre de la enseñanza, sólo el proletariado, que nunca desaparecerá mientras haya capitalismo sea desarrollado o no sobre la faz de la tierra, lleva en su entraña el germen de la nueva sociedad, la socialista. Cualquier otra concepción es un cuento de camino que se convierte en utopía tan pronto pega el sol de Campanella en el rostro de Moro. No olvidemos que a la historia no le desagradan algunas repeticiones. De otro lado, tampoco se nos olvide que si bien el proletariado se hace más pobre cuando pierde una ilusión de victoria, no es menos cierto que se enriquece con las enseñanzas de sus propias derrotas. Sigue siendo proletariado y continúa siendo el alma viva de la revolución socialista, aunque otros sectores se activen y asuman luchas de vanguardia que son propias del proletariado contra la burguesía y su capitalismo.

 Nos dice Trotsky que “Sabemos que el nivel de conciencia de cualquier clase social viene determinado por las condiciones objetivas, por las fuerzas productivas, por la situación económica del país, pero esta determinación no se refleja inmediatamente…”. En verdad, podemos decir que el nivel de conciencia del proletariado es retrasado con respecto al desarrollo económico del capitalismo, y tengamos presente que los trabajadores llegan adquirir su conciencia de clase gradualmente, mientras que los sindicatos, aunque son necesarios para las luchas por mejores condiciones de trabajo, crean un caldo de cultivo para las desviaciones oportunistas. Pero sería mezquino negar que en tiempos de profundas crisis, de situación revolucionaria, el proletariado logra no sólo someter a crítica el amplio campo de batalla de las ideas, sino también que asimila como nadie aquella teoría que le sirve como arma teórica y la convierte en práctica social. Es ese el momento en que mira de frente la objetividad del proceso en que se desenvuelve, no cede al punto de menor resistencia, dice verdades y rechaza le digan mentiras, llama a las cosas por su nombre propio, pierde el miedo a los obstáculos, es exacto en las cuestiones pequeñas como en las grandes, fundamenta su programa propio en la lógica de la lucha de clases, se vuelve audaz a la hora de la práctica. Si en esas condiciones es derrotado, no sería menos cierto que su ejemplo se haría vivificador para las luchas futuras por su redención social. Sería como una derrota que podría transformarse en la madre de una victoria posterior, como lo decía Mao. ¿Acaso el proletariado ruso no fue derrotado en 1905 y doce años después salió triunfante en la insurrección de octubre de 1917? La experiencia al igual que la correlación de fuerzas juega un rol de extrema importancia en la lucha de clases.

 Decir que el proletariado no juega un papel protagónico en la revolución actual contra el capitalismo y por el socialismo, es un pronóstico de astrología y no de la sociología. Trotsky nos dice: “Todo pronóstico es condicional. No se puede utilizar como dato. Un pronóstico no hace más que delinear los principales rasgos del desarrollo posterior. Pero a lo largo de estos rasgos operan diferentes fuerzas y tendencias, que pueden empezar a predominar en un momento o en otro…El pronóstico marxista no es más que una orientación”. Decir, por ejemplo, que hoy día bajo la dominación de la globalización capitalista salvaje son los sectores medios o pequeño burgueses los hacedores de la revolución socialista, es abrazarse y soldarse la conciencia al eclecticismo y continuar siendo esclavos de la burguesía como pronosticadores de astrología. En cambio, para el marxismo, el análisis revolucionario de la lucha de clases por la revolución pasa, necesariamente, por la caracterización de clase, donde el proletariado resulta la fuerza decisiva del devenir histórico, es decir, para la construcción del socialismo.

 En fin, buscarle un sucedáneo al proletariado para que le hagan la revolución socialista que le compete a él hacer es como pretender que en el reino del Infierno el Diablo cambie todas sus reglas y normas constitucionales por las Sagradas Escrituras del reino del Cielo y acepte a Dios como el Ser Supremo único y todopoderoso en la existencia universal.



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Freddy Yépez


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