Sucedió en un tiempo en que el nazismo comenzaba a respirar el aire del triunfo sobre los propietarios desesperados de la pequeña burguesía en la Europa acostumbrada a decidir el destino del mundo en breves intercambios de ideas en La Haya. El falangismo se abría paso más sobre los errores de las fuerzas revolucionarias que sobre la capacidad de combate de las fuerzas del franquismo. En el buffet de la oligarquía financiera capitalista, los pequeños burgueses –si fuesen invitados- harían el papel de mesoneros y no de chef de cocina. A eso le teme la pequeña burguesía como el venado al cazador.
El POUM no terminaba políticamente de despegar mientras que los falangistas aprovechaban la solidaridad del fascismo para aterrorizar y silenciar a la población española. La poesía era un arma cargada de futuro. En Lorca tomaba partido por la revolución. Franco estaba allí, vestido de general y pistola al cinto, para matar al poeta creyendo que callaba a la poesía.
Había guerra en Madrid y también en Granada, pero la violencia estaba en toda España como si el mar hubiese inundado todas las tierras al mismo tiempo. Este se ocupaba clandestino de salvar a la poesía para que no se ahogase en la sangre que derramaban los fusiles del falangismo español. Franco gozaba de los genocidios como lo hacen los buitres en manada disputándole una presa a un león aislado en medio de una llanura solitaria. Lorca iba en un tren muy orgulloso del visto bueno que le habían dado sus amigos a su manuscrito de “La casa de Bernarda Alba”.
Cuando la política se hace juez de las artes, todo tejido social se rompe en los botones de las vestiduras. En España se producían mítines, huelgas, incendios, provocaciones y conflictos violentos. Los ánimos de venganza se exaltaban como cuando un viento se enfurece al atravesársele una plancha de zinc en medio de un enorme espacio vacío de árboles. La guerra civil era un hecho como el sol a pleno mediodía sobre el desierto. El general Queipo del Llano era simplemente un gendarme del general Franco. Los obreros resistían con heroísmo pero la avalancha de la contrarrevolución arrastraba tras de sí la ventaja que otorga la incomprensión de la unidad de parte de los revolucionarios en un momento en que nada `puede estar por encima de los intereses de una victoria popular. El falangismo ya había hecho del exterminio indiscriminado e irracional su consigna política central de la guerra civil. Banderas de luto universal ondeaban en la imaginación de las artes previniendo la muerte que se acercaba como lo hace una madrugada de un nuevo día al cumplirse las doce de la medianoche que despide del calendario el día que se extingue entre los brazos del tiempo para ser sólo un hecho del pasado.
Franco: Maldigo a la poesía que toma partido por la revolución. Por eso, Lorca, te concedí por mozuela la tortura y por río la muerte. Mis soldados no se alimentan de literatura, porque el falangismo no cree en el derecho de pueblos a pensar por sí mismos. Habemos seres, pocos por cierto, que nacimos siendo superiores y superiores hemos de vivir y de gobernar el mundo. Los inferiores, donde se incluyen los poetas que quieren transformar el mundo con sus poesías para repartirlo por igual entre todos, son los que creen en las ficciones de caballos de luz y verdes crines.
Lorca: ¡Oh! verdugo de mil entrañas, sátrapa asesino de mis flores, veneno de la espiga, lucifer de la palabra, mano larga de la muerte… ¡Oh! Franco de las tinieblas y de los abismos. Espero de ti, monstruo genocida de España, la muerte y nada te pido por mi vida. Si quieres no dejes nada de sombra por mi carne torturada. Convertirás en llanto muchos sudores, pero no podrás acabar con el trigo de mi pueblo. Toda la grandeza del mundo cabe en un grano de maíz, pero no en tu corazón.
Franco: calla, calla, que los poetas que toman partido por la revolución son el ogro de la palabra y de los versos. Quiero que los proletarios lloren tu pena, porque también mataré a los ruiseñores con puñales y para ti reservaré las balas cuando tu cuerpo torturado ya no sea más que pedazos de dolores y te quedes sin besos y sin amores. A la hora de tu muerte no habrá sol y la luna vieja no será capaz de recordarla. Mis soldados se llevarán al río tus poemas, no habrá noche de Santiago, encenderán los faroles para que se apaguen los grillos, estarán despiertos los pechos de las mozuelas, se cerrarán los ramos de jacintos, en tus oídos no sonará el almidón de enagua, en vez de la seda será tu piel la rasgada por muchas manos de mis verdugos. No dejaré crecer los copos de los árboles, no me importa que ladren los perros por tu carne y por tus huesos. No habrá nardos ni caracolas en tu cutis, no habrá lumbre ni frío, quedarán los lirios sin espadas, y en el barranco quedará tendido el cuerpo de un gitano ilegítimo. Lamentarás, Lorca, lamentarás no haberte enamorado un día a la orilla de un río de una mujer que tuviera marido.
Lorca: Matarás, verdugo, matarás y gobernarás siempre con tus manos manchadas de sangre. Nunca podrás escapar a la luz del fuego que te irá devorando tu paisaje gris que te rodea. Tu dolor será eterno, vivirás angustiado del Cielo, de la Tierra y del hombre. Decorarás a España con sangre de inocentes, caerá sobre ti todo el peso del mar con que golpeas tu pecho pidiendo perdón por tus pecados de lesa humanidad. No tendrás guirnaldas de amor sincero, tu cama estará herida por las heridas que causes a otros. No podrás dormir tranquilo, porque las ruinas de tus ideas se hundirán bajo tu almohada. Beberás lo amargo de las ciencias en las llagas de tus amores escondidos. Franco, ¡oh! verdugo de España.
Franco: Odio al artista que toma partido por una revolución y cobro venganza contra ti, porque eres un enemigo de mi régimen autoritario. Por eso grito: “¡Abajo la inteligencia y viva la muerte! Que mueran todos los poetas que creen que la poesía es un arma cargada de futuro. Quiero que tus ojos vertiginosos miren de frente a la muerte, pero no quiero vivir asfixiando mis pulmones con tus poemas. Sólo quiero que lo irreal sea idéntico a sí mismo y a mi mismo. Quiero que España viva a golpes para que ningún español sepa quién es y que toquen el fondo para que los cantares españoles sean sin pecados. Tú, Lorca, maldices la poesía que la falange concibe para el lujo cultural merecido por los neutrales, y como no quisiste nunca lavarte las manos para no desentenderte y no evadir los compromisos de manifiestos antifascistas, es que dispuse de tu vida para premiarte con la muerte.
Lorca: ¡Oh! Satanás, miserable de la incógnita, urogallo del odio, pérfido villano del saber, dadme muerte con tus propias manos y no manches otras manos. Has venganza con tus propias garras de buitre. Si quieres un rey, la baraja tiene cuatro: rey de oros, rey de copas, rey de espadas, rey de bastos. Corre, corre, asesino de España, que tu cara quedará pintada con el barro con que tus manos enlodadas ensangrentarán la historia del género humano. Podré del olivo retirarme, del esparto apartarme, del sarmiento arrepentirme, pero de querer tanto a España y su poesía que toma partido por la revolución, ni me retiro, ni me aparto ni me arrepiento.
Franco: Soldados de la falange y de la patria grande: rásguenle la piel a este miserable poeta, tortúrenle la carne hasta astillarle los huesos, rómpanle el corazón en mil pedazos, sáquenle las uñas, quiero sus ojos en una copa de vino y sus manos atadas a un arado puliendo las piedras del campo de Granada. Lo que sobre de su cuerpo lo lanzan a un abismo de la Sierra Nevada. Que no quede ni un poema suyo sobre la faz de la Tierra. Todo el que se sepa de memoria un poema de Lorca lo quiero ver en la horca. Que ningún gallo esté presente a la hora de su muerte. Quiero, en memoria de Lorca y de España, un millón de muertos, centenas de millares exiliados, miles de miles encarcelados y todos torturados. No quiero más poesía para el pobre ni poesía necesaria, que ningún verso de Lorca sea pan de cada día y que ningún español exija aire trece veces por minuto. Que también muera la filosofía que no tome partido por la falange.
Lorca: Hago mías todas las poesías que toman partido por la revolución. Siento en mí a todos los que sufren y escribo respirando. Escribo, escribo y seguiré escribiendo más allá de los dolores de mi pueblo que son mis dolores personales. Quisiera provocar actos de rebelión hasta ver rodar tus huesos y tus sueños bajo los triunfos de libertad de mi pueblo España en la victoria del mundo emancipado. Esa es mi poesía, poesía de Neruda y de Celaya, poesía de Machado y de Alberti, poesía de Jiménez y de Hernández, poesía como arma cargada de futuro.
Franco: Soldados de la falange y de la patria grande: quiero de inmediato que el silencio de la muerte calle la poesía de Lorca; que su carne y sus huesos sean devorados por mis buitres; que no se encuentre ningún indicio de sus palabras en la memoria de mis verdugos. De ahora en adelante sólo quiero la poesía gota a gota pensada por mis aduladores y lisonjeros. Que nadie de mis súbditos haga suyas las faltas de Lorca con su poesía tomando partido por los enemigos de mi España. Que nadie escriba poemas inspirados en la poesía de Lorca. Que se callen los cantores. Que no haya luto por la muerte de Lorca, sino cantares de falangistas alegrando las marchas triunfales de mis soldados nunca satisfechos de sangre y de muerte.
Lorca: No le digo ¡adiós! a un verdugo. Grito para que escuche España y escuche el mundo: ¡Viva la inteligencia! ¡Muera la falange! ¡Muera Franco! ¡Viva la libertad!
Franco: Tortúrenlo, tortúrenlo, tortúrenlo, que su poesía me está torturando la conciencia. Mátenlo, mátenlo, mátenlo hasta que no le quede ningún signo de vida. Asegúrense que no deje ni un solo verso escrito con su propia sangre. Que se lo trague el abismo y que ningún español repita los poemas de Lorca. Que todo español falangista se sienta hombre de mundo pero nunca hermano de todos.
Lorca: ¡Oh! tirano, no enlodes a Dios con tus rezos, ¡maldito verdugo! Nunca serás un español del universo y por eso odiarás tanto al español que no cree en fronteras, el que se siente hermano de todos los seres buenos, el que no es perfecto pero es el canto que espacia cuanto dentro llevamos. Olvidas, Franco el hombre-lobo, que la poesía que toma partido por la revolución vuela, es más que lo mentado, es lo más necesario, lo que tiene nombre porque son gritos del cielo y en la tierra son actos, lo demás es silencio y lo proclamará Celaya en su poesía es un arma cargada de futuro.
Franco: General Queipo, fiel soldado de la falange y de la patria grande: ¿ya está torturado y muerto el bárbaro Lorca con toda su poesía que toma partido por la revolución?
-Sí, mi general –gritó el maldito soldado de la falange en contra de toda España y de toda la humanidad.
Franco: Quiero que hoy toda España brinde por la muerte de Lorca.
Ese día tiritaron las estrellas y en las iglesias repicaron las campanas, ladraron los perros, aullaron los gatos, trinaron los pájaros, las manchas de sangre dejaron huellas para hacer un camino andándolo. Todos los poetas muertos hablaron por todos los poetas vivos, hubo coloquios y declamaciones, hubo cantos y lloraron las flores por la muerte de Lorca. Los mares declararon luto en el abrazo de los ríos con aroma de mujeres por vez primera todas mozuelas.